La epidemia de cólera de 1886-87

La epidemia de cólera de 1886-87

Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

VIEJO PORTON DE LA QUINTA AGRONOMICA. En sus terrenos se inhumaban sin féretros, entre capas de cal, los muertos por el cólera. Eran conducidos hasta allí en carros guiados por gente de la Cruz Roja. LA GACETA VIEJO PORTON DE LA QUINTA AGRONOMICA. En sus terrenos se inhumaban sin féretros, entre capas de cal, los muertos por el cólera. Eran conducidos hasta allí en carros guiados por gente de la Cruz Roja. LA GACETA
01 Abril 2009

En los últimos meses de 1886 y primeros de 1887, la ciudad de Tucumán especialmente -aunque hubo casos en el interior- fue diezmada por una epidemia de cólera. Epoca de medicina rudimentaria, su recuerdo solía erizar la piel de nuestros bisabuelos.
La epidemia empezó en el litoral, en noviembre de 1886. Poco después llegó a Córdoba. A la búsqueda de prevención, los gobernadores de Tucumán, Santiago y Catamarca acordaron establecer un cordón sanitario en Recreo, con una cuarentena de 10 días para todo tren que viniese del litoral.
Pero el Gobierno Nacional ordenó revocar esa medida y los trenes siguieron corriendo, mientras la zozobra ganaba a la población.
Un grupo de vecinos voluntarios, capitaneados por el periodista español Salvador Alfonso, resolvió constituir la Cruz Roja.
El flagelo llegó a Tucumán el 28 de noviembre, en un tren venido de Rosario que conducía soldados, tres de los cuales estaban infectados. El convoy se detuvo en San Felipe, los coléricos fueron desembarcados y murieron a los tres días.  
"Ahora, que Dios nos ampare a todos. El cólera está entre nosotros", expresó el diario "El Orden".
El 19 de diciembre ocurrieron dos casos fulminantes, que de inmediato empezaron a multiplicarse, y Tucumán entró en pánico.
El Gobierno organizó la Asistencia Pública y hospitales de emergencia, que pronto desbordaron. Los cadáveres se llevaban apilados en carros, sin féretros, hasta los terrenos de la Quinta Agronómica, habilitada como cementerio de cólericos. La ciudad mostraba un aire fantasmagórico, con oficinas públicas, comercios y escuelas cerradas. La gente encendía fogatas en las calles, pensando que así alejaba los gérmenes.
En Buenos Aires, se formó la Comisión Nacional de Auxilios, que empezó a enviar médicos y remedios a Tucumán.
La epidemia se mantuvo hasta fines de febrero de 1887, en un verano de altísimas temperaturas y lluvias torrenciales.
Empezó a declinar entonces y despareció definitivamente en marzo, tras haber sepultado de 5 a 6.000 personas, o sea la tercera parte de la población de la ciudad, según don José Ponssa, miembro de la Cruz Roja.

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