Contagiar el propio interés por el tema

Contagiar el propio interés por el tema

Por Samuel Schkolnik - Profesor de Filosofía y escritor.

24 Febrero 2008
Acerca de las cuestiones planteadas, debo decir que, en primer lugar, yo mismo me encuentro genuinamente interesado en lo que enseño, y que, en segundo lugar, puesto que mis estudiantes son adultos y han decidido libremente su carrera, me siento autorizado a suponer que obra en ellos un interés por sus materias tan auténtico como el que obra en mí. En algunos casos ese interés de los estudiantes no resulta tan intenso; cuando es así, confío en el poder de contagio que pueden tener unas clases dadas con entusiasmo; en otros casos, el interés llanamente no existe, y mi presuposición inicial resulta ser falsa. Cuando es así, la situación no tiene remedio: el estudiante eligió mal su carrera, o en vez de estudiar debió dedicarse a otra cosa.
En cuanto a lo de enseñar a pensar, ello significa comunicar la habilidad de formar conceptos, de ligar éstos en enunciados verdaderos no triviales, y de vincular los enunciados en argumentos válidos sobre asuntos que importan. De modo que tal enseñanza conlleva la de distinguir lo esencial de lo accesorio, la de hallar semejanzas en las diferencias y diferencias en las semejanzas.
Nada de eso puede hacerse sin vencer la resistencia que oponen los hábitos mentales corrientes, que mueven a recibir sin examen las creencias, las actitudes y los valores consagrados por las costumbres, automatismos agravados hoy por el poder de una publicidad vocinglera que promueve modos de vida que excluyen por completo la actividad de pensar.
Algunos ejercicios aptos para contrarrestar esa resistencia son los siguientes:
- Mostrar cada cosa dada como la respuesta a una pregunta; invitar a percibir en cada caso esa pregunta; sugerir que, si lo dado es el Universo, debe haber una pregunta de la que el Universo sea la respuesta;
- Enseñar que lo real es parte de lo posible, y que no se comprende lo real si no se comprende lo posible. Ahora bien, lo posible se alcanza mediante la imaginación, de lo que resulta que la imaginación no sólo no se opone al pensamiento, sino que es una de sus formas más notables;
- Señalar que para conocer una cosa es necesario conocer tres: la cosa de que se trata, la que se le opone, y la que es del todo ajena al terreno de esa oposición.

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