(Desde Barcelona, España).- La entrevista con Jaume Casals transcurre en dos conversaciones diferentes en el mismo café del barrio de Sarriá: son casi tres horas de charla que saben a poco. Casals es un doctor en Filosofía que condujo la Universidad Pompeu Fabra (UPF) en el período 2013-2021 en el que aquella profundizó su condición de número uno de España. El catedrático dejó hace un año el Rectorado de la casa fundada en 1990, pero las proyecciones de su gestión siguen: en 2023 comenzará la construcción de la obra que propuso para acelerar la transformación del centro de Barcelona en un polo de materia gris. Esta idea está alineada con su visión de trascendencia institucional. “Lo que hace una universidad sólo tiene sentido si aporta a la conciencia sobre el planeta”, afirma Casals.

La excelencia científica y la innovación son dos palabras que identifican a la Pompeu, pero al ex rector le preocupan la incultura de los estudiantes y el pragmatismo creciente de las universidades. También la falta de apertura hacia el mundo de los estudios de grado. En contraste con esas inquietudes, la conversión del “Antiguo Mercat del Peix”, como se denomina al predio que la UPF usaba como estacionamiento para autos, luce soñada. El proyecto acordado en 2019 posibilitará que el Parque de la Ciudadela, área histórica de la capital catalana, cierre un círculo alrededor del aire limpio y del conocimiento.

Casals ya imagina un campus de más de 300.000 metros cuadrados que se extiende hasta el mar e incluye, entre las dependencias emblemáticas de la UPF, un hospital-escuela y la maravillosa Biblioteca de las Aguas proyectada por el maestro de obras Josep Fontserè con ayuda del entonces estudiante de Arquitectura, Antoni Gaudí, además del zoológico.

El “Antiguo Mercat del Peix” (“Mercado Antiguo del Pescado”) conectará los edificios existentes con tres nuevos dedicados por completo a la investigación, donde desplegarán sus artes la UPF y otras distintas entidades de la ciencia. Es una iniciativa a la que se terminaron sumando los diferentes niveles del Estado y que genera una expectativa superlativa puesto que dará alas a la pretensión de Barcelona de erigirse en uno de los mejores centros educativos del mundo. Un concurso determinó ganadores a los diseños que formularon arquitectos californianos y barceloneses.

La inversión para el “Antiguo Mercat del Peix” ronda los 93 millones de euros (alrededor de $ 34 mil millones, según la cotización paralela de la divisa), pero Casals asegura que terminará siendo gratis para la UPF. La parte más llamativa es que el ex rector advirtió la existencia de este potencial de un modo insólito: cuando el Ayuntamiento quiso instalar allí un delfinario.

- ¿Qué debe hacer una universidad para estar a tono con la época?

- Cuando te has pasado la vida en una universidad siendo un profesor de Filosofía, esta es una pregunta de mucha profundidad. Me ha ido interesando más algo que quizá encontrarás banal respecto de la universidad: aunque soy de los que piensan que los jóvenes han ido mejorando, ¿por qué un estudiante es tan inculto? Esto me preocupa. ¿Por qué es tan inculto y mucho mejor en otras cosas? ¿Por qué pasamos tantas horas en las aulas dándonos la lata los unos a los otros? ¿Por qué es tan cara una universidad en profesorado para cubrir una infinita cantidad de clases? En general, ¿por qué pedimos esto? Antes de que desaparezca completamente, me preocupa la vida universitaria, la amistad con las personas, el encuentro como algo que te lleva a recorrer terrenos interesantes y a cultivar una especie de autoeducación.

- ¿No es una contradicción que, por un lado, se pasen tantas horas en las aulas y, por el otro, se esté perdiendo ese contacto fecundo que usted describe?

- Me fastidia que sea tan prolijo lo que se hace en las clases. Ya se acabaron mis años, pero, si pudiera, haría una universidad más pequeña, con menos profesores, pero con la certeza de que son todos muy buenos y de que tienen un máximo interés en su tarea: les pediría que den relativamente pocas clases y que tuvieran una relación desde el punto de vista académico muy selecta con los estudiantes.

- Me hace acordar al modelo que practicaba Sócrates con sus discípulos…

- Yo pediría esto, pero no en abundancia. Por otro lado, si no hay abundancia, no hay roce, y se pierde esta imagen, quizá podríamos decir romántica, que tenía de autoformación con los amigos, colegas y estudiantes. Es lo que viví cuando estudiaba. Esto necesita mucho tiempo: lo encuentro bueno y cultivador desde el punto de vista de la educación. Al mismo tiempo, no encaja con la propuesta moderna para la universidad. ¿Qué es lo que ha cambiado y qué nos estamos perdiendo porque no somos capaces de construir algo en lo que vale la pena estar mucho tiempo juntos?

- Sin duda la masividad está reñida con la idea de establecer relaciones profundas.

- Sí. Como promotor, al final me he vuelto pragmático en este aspecto. Hace poco volví a Aix-en-Provence, que es una gran universidad situada en una ciudad pequeña muy cercana a Marsella. Cuando estudiaba Filosofía, yo había ido hasta allí, ida y vuelta en un día, con un amigo que tenía un Seat 850, un trasto, para comprar un libro, “Diferencia y repetición”, de Gilles Deleuze. Era un libro sobre algo que estaba muy en boga en los años 70, que era el mundo contra las formas, las líneas rígidas y lo estereotipado. Esto venía del Mayo Francés del 68: no sólo era la imaginación al poder desde el punto de vista del arte y de la vida personal, sino también desde el pensamiento. Pero lo que importa es que, para comprarme un libro de Deleuze, yo viajaba apasionadamente por Francia y España. Y cuando empecé a trabajar como ayudante, cobraba poco, pero me lo gastaba todo en libros. Cuando un amigo o profesor me decía “oye, ha salido un libro muy interesante con la cita ‘el vino es un universal que puede convertirse en un singular siempre que haya un filósofo que sepa beberlo’”, aunque se trataba de una gracia, yo sólo por eso quería tenerlo. Este deseo de responder a los estímulos que recibía por algo que comporta conocer a una persona produce mucha influencia y la necesidad de cumplir con ella de algún modo. Creo que esto no existe: ha desaparecido.

CASALS. “Luchamos para ser mejores y algunas cosas nos salen”, resalta.

- ¿Quizá lo que desaparecieron son esas vocaciones que arrastraban?

- Queremos estudiar en la universidad y tal vez no haga falta ir a una. Se habla de una crisis que puede llevar a que las universidades sean una minoría en el conjunto de entidades que brindan conocimientos: si puede haber empresas que hagan lo mismo que las universidades es porque, en cierto modo, ellas se han vuelto muy pragmáticas respecto de su función. Yo soy un “carca”: digo esto no porque esté añorando, sino porque me lo pregunto seriamente.

- Entre los edificios modernísimos del Poblenou hay una sede de la Pompeu Fabra cuya entrada está dominada por un cartel que dice “pública y de calidad”.

- Es un lema para llamar la atención de los estudiantes, pero piensa que las universidades en Cataluña y en España forman parte de un sistema muy clientelar. Es decir y en el fondo, según el prestigio y la titulación de las universidades, todo está como “vendido” por anticipado. El sistema y el Gobierno hacen que las universidades no sean atractivas para el mundo, sino que cumplan con la sociedad básicamente local. Esta es una de las cosas contra las que he luchado más como rector respecto de la educación, pero no me parece que esta sea la única pregunta que deba hacerse la universidad.

- ¿Cuáles son las otras?

- Debe hacerse preguntas por la cultura, por las ciencias y por la colaboración con las actividades económicas de un entorno lo más amplio posible. Lo que quiero decir es que las universidades en Cataluña ofrecen sus servicios a los chicos catalanes, que son alrededor de 200.000 entre los siete millones de habitantes. No tienen un reclamo para el mundo. A una vietnamita no se le ocurriría bajo ningún concepto venir a estudiar a una universidad de Barcelona, a menos que sea la ganadora de una de las ocho plazas reservadas por un convenio específico. Pero, en definitiva, no hay un reclamo para el mundo desde el punto de vista de la educación de grado y para mí esto no es una universidad. No se puede considerar tal a la que sirve sólo a la sociedad que está al lado. Esto falta a la idea de lo que es una universidad: es algo casi antitético. Barcelona podría ser un paraíso para esto y, en general, no encuentras a nadie que no le guste la idea, pero, cuando quieres matricular a estudiantes de todo el mundo, sólo te autorizan diez plazas y en cursos dictados en inglés.

- Pero para una universidad pública educar a extranjeros, incluso a estudiantes de otros lugares del mismo país, es siempre algo que implica roces con la población local.

- ¿De qué educación universitaria estamos hablando si es sólo un servicio a los que viven en el lugar? Si es una cuestión de expectativas, las asociaciones de empresarios siempre dirán que las universidades no producen graduados que, por ejemplo, sepan manejar las máquinas que se usan allí para fabricar gorras de algodón. Pero la universidad no hace esto, sino generar profesionales para que se dejen de coser gorras a máquina y los empresarios puedan dedicarse a otros asuntos que no requieran tener a un montón de gente alienada: el objetivo es desarrollar ideas para hacer otras cosas, incluso la fabricación de gorras. Esto tampoco se consigue, entonces, tenemos un servicio universitario que resulta insatisfactorio para los locales. Luego, nos quejamos de habernos vuelto pragmáticos y esto lleva a que una multitud de empresas crean que pueden ofrecer mejor educación que la universidad. Mi visión no es pesimista: tenemos que luchar por hacer algo nuevo para todo el mundo.

- ¿Cómo se hace una universidad pública abierta al mundo con el financiamiento de contribuyentes locales?

- Es que los contribuyentes deberían estar contentos de pagar los estudios a los que vengan de fuera. Esto supondría riqueza y el aumento de posibilidades de las propias universidades. Mi universidad tiene alrededor de 150 millones de euros de presupuesto y recibe menos de la mitad del Gobierno: una parte, alrededor de 30 millones, pagan los alumnos y el resto proviene de la investigación. Es decir, el Gobierno obliga a las universidades a cumplir el 100% de su regulación, aunque contribuye con menos de la mitad de su financiamiento. Entonces, tenemos una ciudad que ofrece aires intuitivamente valiosos para cualquier persona del mundo, pero la educación universitaria emblemática, la de grado, está en una especie de limbo ridículo y cuadriculado.

- Usted ve una anomalía en lo que para la mayoría de la gente sería “lo natural”.

- Los gobiernos casi deberían psicoanalizarse para entender cuáles son las estúpidas premisas que no cuestionan y que llevan a actuar de una manera absurda. Pero sí creo que luchamos para ser mejores y algunas cosas nos salen, por ejemplo, estoy contento porque me dediqué a tratar de dotar a la universidad de un cierto objetivo que no sean simplemente los estudios y su personal. Se trata del bienestar planetario: las universidades necesitan un lema de este tipo. Lo que hace una universidad sólo tiene sentido si de algún modo pertenece al mundo de la conciencia sobre el planeta.

- ¿Cómo plasmaron esa idea?

- Esto ha llevado al desalojo de una superficie que había en el centro de Barcelona, específicamente en La Ciudadela, donde está el centro más antiguo y completo de la Universidad Pompeu Fabra. En ese lugar (el ex mercado) había un parking y nosotros propusimos transformarlo en un espacio de estudios avanzados compartido con centros de investigación que no cierra la puerta a las otras universidades, algo que escasea porque se suele tener miedo a la concurrencia de instituciones. Será algo que nos costará cero euros: pasaremos de tener un parking por el que pagábamos al Ayuntamiento 250.000 euros de canon desde hace casi 30 años y recibíamos 15.000 a un espacio que estará en el punto central de Barcelona, el Parque de La Ciudadela, que es el único pulmón verde de su zona. Este ya era un lugar que reunía elementos del mundo de la ciencia en función de una planificación del siglo XIX. Entonces, si somos capaces de aprovechar esto para que exista una conjunción de actividades intelectuales, conseguiremos lo que se podría llamar “La Ciudadela del Conocimiento”. Esto haría que el centro de Barcelona pase a ser un pulmón de oxígeno con un entorno científico de primera fila europea. Esto es una novedad que cambia la idea de ciudad a la que las instituciones políticas reaccionaron positivamente: el 12 de enero se pondrá la primera piedra y la construcción se extenderá durante tres años.

- ¿Este proyecto salió de su cabeza?

- Esta es mi aportación como rector, desde luego con mis colegas. Surge curiosamente por cierto error. De entrada, ser rector no te invita a eso, sino a atender la vida interna de la universidad. Lo que ocurrió es que el Ayuntamiento hizo un amago de decisión de poner el delfinario, cuando todavía estaba la orca, en el parking (“Antiguo Mercat del Peix”). Esto desencadenó una lucha que fue feliz porque en el Ayuntamiento entendieron nuestros argumentos, además del descubrimiento de la desproporción entre el dinero que entraba y que salía para que aparcaran los autos. Correspondía hacer algo hasta por una cuestión de equidad.

Un estudioso de Montaigne

Jaume Casals es un doctor en Filosofía (Universidad Autónoma de Barcelona) con más de 40 años de experiencia en la enseñanza universitaria en instituciones catalanas y parisinas. Fue rector de la Universidad Pompeu Fabra entre 2013 y 2021, período en el que la institución se consolidó como líder de excelencia en los ránkings de casas de altos estudios de España. En la faz investigativa y de producción intelectual original, Casals publicó decenas de artículos y varios libros, y llegó a destacarse como estudioso de la filosofía del francés Michel de Montaigne, al que en 2018 dedicó la obra “¿Qué sé yo?”.