Considerada una de las cumbres de la literatura francesa y universal, la obra titulada Á la recherche du temps perdu (en español, En busca del tiempo perdido), fue escrita por Marcel Proust, entre 1908 y 1922, año de su fallecimiento. Consta de siete partes publicadas entre 1913 y 1927, cuyos títulos en español son Por el camino de Swann; A la sombra de las muchachas en flor; El mundo de Guermantes; Sodoma y Gomorra; La prisionera; La fugitiva, a veces titulada Albertina desaparecida, y El tiempo recobrado.

Existen centenares de obras críticas sobre esta novela-ensayo. Lo más original, actualmente, son las manifestaciones de otros modos de inclusión de la obra de Proust entre los referentes de disciplinas antropológicas que, a partir de distintas concepciones del tiempo observadas en cosmovisiones diversas de las del mundo occidental, como las africanas o americanas precolombinas, han extendido a ella su interés.

Biografía

Marcel Proust nació en París el 10 de julio de 1871, en el seno de una familia culta y adinerada. Fue el hijo mayor de Adrien Proust, un prestigioso médico, de familia tradicional y católica, y de Jeanne Clemence Weil, una dama alsaciana de origen judío. Desde su infancia dio muestras de inteligencia y de una poco común sensibilidad, y es dato destacado por sus biógrafos que a los nueve años sufrió el primer ataque de asma, afección que ya no lo abandonaría, por lo que creció entre las continuas atenciones de su madre.

Cursó con brillo sus estudios secundarios. Fue voluntario del servicio militar en Orléans. Realizó cursos universitarios de Ciencias Políticas y en La Sorbona concluyó la carrera de Derecho.

Durante su primera juventud llevó una vida mundana hasta que, tras descartar la carrera diplomática, decidió dedicarse a la literatura. Frecuentó los salones de París donde trató a personalidades de la época quienes, de distintas maneras, dejaron rasgos en los personajes de la gran novela proustiana.
Aunque gustaba del éxito social, el joven Proust pensaba que el trabajo del artista solo podía ser fruto de «la oscuridad y del silencio». Entre 1896 y 1904 dio a conocer relatos, ensayos y traducciones y publicó singulares artículos en Le Figaro de París.

Después de la muerte de su madre (1905), que le produjo honda depresión, decidió emprender, como una obligación para consigo mismo, la redacción de su ciclo novelesco En busca del tiempo perdido. Sumido en un voluntario aislamiento social se dedicó plenamente al gran proyecto literario iniciado con Por el camino de Swann (1913), cuya publicación tuvo que costearse él mismo ante la incomprensión de los editores. El segundo tomo, A la sombra de las muchachas en flor (1918), en cambio, le valió el Premio Goncourt. Los últimos volúmenes de la obra fueron publicados después de la muerte de Marcel por su hermano Robert.

Proust ha sido considerado dentro de la “generación de 1914”, una generación marcada por una “crisis de duración” según el historiador de la literatura Albert Thibaudet quien afirma: “/…/ Lo que Balzac ha hecho por la duración histórica, Proust lo ha hecho por la duración psicológica. Pero él es novelista porque puede salir de su mirada psicológica, porque posee el don de coincidir con la duración de otro, de ver en ella y de expresar complejos, rupturas, variaciones, tantos o más que en su propia duración”.

Es sencillo hallar en distintas fuentes impresas y virtuales la nómina completa de la obra literaria de Proust y de las ediciones que, a veces con materiales inéditos, siguen apareciendo. Los temas más destacados en ella por la crítica han sido: el tiempo y sus efectos en la psique de las personas, con influencia bergsoniana; la sociedad parisiense; la historia de Francia; las artes; la lengua francesa y sus variaciones según la clase social; la amistad, el amor y sus decepciones, la homosexualidad, condición que debió vivir en secreto y cuya “aceptación-negación” se expresa en su novela.

Marcel Proust falleció en París el 18 de noviembre de 1922, a la edad de 51 años, y se dice que su última palabra fue madre.

El tiempo perdido

La palabra recherche significa, en francés, más que la acción de “buscar”. Se utiliza, generalmente, con referencia a “investigar”. Por eso, a partir de la perspectiva que las diversas culturas del mundo poseen sobre el concepto de “tiempo”, resulta significativa una lectura de la obra de Marcel Proust desde las disciplinas antropológicas. Una de las más recientes contribuciones, que marca rumbos en este sentido, pertenece al etnólogo francés Marc Augé en su obra Las formas del olvido, en la que arriesga su idea de que desde un punto de vista novelesco, Proust es el polo opuesto de Dumas.

“Si el Conde de Montecristo, en busca de la memoria, solo encuentra el olvido, el narrador de En busca del tiempo perdido encuentra la memoria cuando está buscando el olvido”. En mi opinión el tema se enriquece si pensamos en que no solo se trataba de “buscar” sino de “investigar” el tiempo perdido. La conclusión de Augé, traída por el autor al pensamiento contemporáneo, resume y justifica el tema central de la obra literaria de Proust: la memoria y el olvido son solidarios y necesarios ambos para la ocupación completa del tiempo.

Por otra parte, observo desde mi perspectiva americana, la idea andina del tiempo-espacio (pacha, el estado de las cosas) y lo que constituye la materia novelística de Marcel Proust están muy relacionados y, ante la simple lectura del párrafo clave de la obra, casi un lugar común en la literatura francesa, es posible inferir que, aunque haya querido cambiar nombres de lugares y de accidentes de la naturaleza, lo que el autor siente que ha recuperado “involuntariamente”, por medio de dos de sus agudizados sentidos, el gusto y el olfato, es un tiempo vivido en un espacio determinado.

Dice el fragmento más acotado de aquel famoso texto: Y desde que yo hube reconocido el gusto del pedazo de magdalena remojado en el tilo que me daba mi tía (aunque no supiera todavía y debiera remitir a mucho más tarde el descubrimiento de por qué ese recuerdo me hacía tan dichoso), de pronto la vieja casa gris sobre la calle, donde estaba su cuarto, vino como un decorado teatral a incrustarse en el pequeño pabellón sobre el jardín, que había sido construido para mis padres sobre sus fondos (ese único panel truncado que yo había visto hasta entonces); y con la casa, la ciudad, la plaza donde me mandaban antes de almorzar, las calles donde yo iba a hacer las compras desde la mañana hasta la noche y en todo tiempo, los caminos que se recorrían cuando el tiempo era bueno... Tal la clave cifrada de En busca del tiempo perdido, la obra de Marcel Proust de cuya primera edición el año pasado se ha cumplido un siglo.

*Publicado el 9 de noviembre de 2014.

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Olga Fernández Latour de Botas – Miembro de número de la Academia Argentina de Letras.