Cuando Marcel Proust estrechó la mano del conde Robert de Montesquiou-Fézensac, en el salón de Madeleine Lemaire, en 1893, ambos experimentaron sensaciones muy distintas. Montesquiou pensó que añadía un joven escritor a su larga lista de admiradores. Proust, en cambio, intuyó que acababa de encontrar una fuente riquísima para la gran obra que rondaba su cabeza.

Suponía con razón que el conde lo introduciría en el exclusivo Faubourg Saint Germain, sanctasantórum de la más refinada sociedad, donde era árbitro indiscutido y gran bastonero. La poesía de Montesquiou no le importaba en lo más mínimo. Lo que le interesaba era todo lo que podía contarle, y todas las puertas que le podría abrir.

Por eso, desde entonces y durante varios años, alabaría descaradamente la pésima literatura del conde, y pasaría por alto sus exabruptos y sus impertinencias. No se ignora que se inspiró en la persona de Montesquiou para componer su “Barón Charlus” de En busca del tiempo perdido.

Pero, para ganarse al conde, había que contar con la benevolencia de Gabriel d’Yturri, su secretario y amigo íntimo. En realidad, el secretario se llamaba Gabriel Iturri. Era tucumano, nacido en 1860 y ex alumno del Colegio Nacional. A los 16 años se había marchado a Buenos Aires y desde 1881 residía en París. Allí fue vendedor de corbatas en los Magasins du Louvre y luego secretario del barón Jacques Doasan. Conoció al conde de Montesquiou en la gran exposición Delacroix de 1885, y desde entonces ya nunca se separarían.

Si bien el objetivo de Proust era congraciarse con el conde, no es difícil que de paso llegara a apreciar realmente a Iturri. El tucumano no sólo era inteligente y refinado, sino también bondadoso, servicial y discreto. En 1894, desde Trouville, Proust narraba a Montesquiou que tuvo el gusto de estar “con M. d’Yturri, y he vuelto a caer bajo el encanto de sus gracias espirituales ¡Qué civilizado, delicado, y qué gato salvaje, qué de dulzura y de salto!”

También se carteaba directamente con Iturri. Desde el balneario de Beg-Meil, en 1895, le aseguraba que “es en este lugar primitivo y raro que su recuerdo viene, y se lo agradezco al instante”. En 1899, Iturri le envió un poema. Proust le dijo que sus versos lo hacían “confirmar los felices pronósticos que yo, con todas las personas de gusto, no creo arriesgar sobre su literatura”.

El novelista dedicó varios párrafos a Iturri, en un texto de Le Figaro que incluirá luego en “Pastiches et mélanges”. Le sorprendía que, en una época en que cada uno no miraba más allá de sus propios méritos, Iturri tuviese la cualidad, “a la verdad muy rara”, de emplearse a fondo “para hacer brillar a este conde, ayudarlo en sus búsquedas, en sus tratos con los libreros, hasta en los cuidados de su mesa”.

Muchos críticos sostienen que, para pintar al “Jupien” de En busca del tiempo perdido, Proust se inspiró en Iturri.

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*Publicado en 2013.