TULSA, Estados Unidos.- Como un horror que no cesa, decenas de familias en Estados Unidos siguen contando muertos en tiroteos, perpetrados por sus propios compatriotas. Cuando el país aún no se recupera de la masacre de hace 10 días, en una escuela primaria de Uvalde, Texas, que dejó 19 niños y dos maestras muertos, además del tirador, se contabilizaron al menos tres tiroteos más. El último, que no causó víctimas mortales pero que sí causó heridas a cinco personas, ocurrió ayer, durante el funeral de Da’Shontay King, un hombre negro asesinado a tiros por la policia de Racine.

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Horas antes, en otro incidente, un hombre asesinó a cuatro personas y luego se suicidó, en un hospital en Tulsa, estado de Oklahoma. Según reportaron cadenas de noticias locales, Michael Lewis fue a comprar un fusil de asalto y se dirigió al hospital, para matar a un médico al que culpaba del dolor de espalda que sufría tras una operación, dijeron las autoridades. También llevaba una pistola que había comprado en una casa de empeño tres días antes.

Lewis entró en un edificio del campus del Sistema de Salud St. Francis con un arma tipo AR-15 y abrió fuego. Mató a dos médicos y a otras dos personas, dijo el jefe de la policía de Tulsa, Wendell Franklin.

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El médico Preston Phillips, de 59 años, que trató a Lewis, murió junto a la doctora Stephanie Husen, una especialista en medicina deportiva de 48 años.

Las autoridades identificaron a los otros dos fallecidos como Amanda Green y William Love. No estaba claro si eran pacientes o miembros del personal.

El sospechoso “entró con la intención de matar al doctor Phillips y a cualquiera que se cruzara en su camino”, dijo Franklin. Las autoridades encontraron una carta en el cuerpo de Lewis que dejaba claro que el ataque tenía un objetivo.

El hecho se produjo después de otros dos tiroteos masivos que han dejado atónitos a los estadounidenses y han reabierto un viejo debate sobre el endurecimiento del control a la posesión de armas de fuego y el papel de la salud mental en la escalada de violencia con armas que asola al país, y que ya toma características de epidemia.

El 31 de mayo, una semana después de la masacre de Uvalde, hubo disparos en una universidad de la ciudad de Nueva Orleans, que dejó una mujer muerta y dos jóvenes heridos.

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Otro tiroteo masivo, el 14 de mayo, en un supermercado de una comunidad de mayoría negra, en la ciudad de Buffalo, estado de Nueva York, causó 10 muertos. El tirador dejó un “manifiesto” online en el que despliega una serie de teorías conspirativas racistas.

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Una ola de violencia con armas también golpeó a otras ciudades durante el fin de semana largo, anterior al Memorial Day, el 30 de mayo, en el que Estados Unidos conmemora a sus caídos y veteranos de guerra. La cifra de muertos y heridos en el conteo preliminar que hizo el Archivo de Violencia con Armas es escalofriante: al menos 156 personas fallecieron y unas 412 resultaron heridas entre las 17 del viernes hasta las 5 del lunes.