Escuché por primera vez la expresión Personalidad Tipo A cuando hacía mi residencia en cardiología en Buenos Aires, hace algunos años, para encuadrar a un tipo de pacientes con patología cardiovascular o propensión a ella de acuerdo a su personalidad y reacción frente al estrés. Dos cardiólogos americanos, Meyer Friedman y Raymond Rosenman, basándose en observaciones anteriores como la de la doctora Flanders Dunbar (pionera en medicina psicosomática) estudiaron un conjunto de respuestas al estrés y observaron que la competitividad, la urgencia constante y la hostilidad estaban relacionadas con una mayor probabilidad de desarrollar enfermedad coronaria. Y a esa tipología la denominaron Personalidad Tipo A. Concluyeron que ese patrón de comportamiento constituía un factor de riesgo significativo en la enfermedad cardiovascular, tal como lo eran aceptados el tabaquismo, la hipercolesterolemia y la hipertensión arterial. Los individuos Tipo A resultaban ambiciosos, rígidamente organizados, impacientes, ansiosos, proactivos, autoexigentes, perfeccionistas y egocéntricos. Contrario sensu las personas Tipo B correspondían a lo opuesto al Tipo A: tendencia a estar menos enfocados en los logros, menos organizados y se mostraban que no se estresaban fácilmente. En realidad, en la práctica cotidiana médica, el cardiólogo encuentra este tipo de paciente con frecuencia, aunque en honor a la verdad no son así en el 100% de los casos. Nada en medicina es la totalidad, sin embargo, quedó consagrado por el uso como la forma popular de categorizar así a las personas. Hoy la psicoinmunoendocrinología caracteriza las diferentes alteraciones de la personalidad y la relaciona con algunos tipos de ella con la presencia de placas arterioescleróticas en el territorio coronario. Es difícil mensurar con precisión la enfermedad psicológica como una causa definida relacionada con la enfermedad cardiovascular, no obstante, se establecen conexiones entre la neurociencia y la cardiología para interpretar esta interacción. Leí con mucho interés la excelente entrevista al Dr. Daniel López Rosetti en LA GACETA anticipando su libro: “Estrés, sufrimiento y felicidad”. Quisiera, a propósito, señalar que quien por primera vez habló y acuñó el término stress fue el médico y fisiólogo austrohúngaro Hans Selye: a él se lo debemos; en 1950 publicó, producto de sus estudios e investigaciones, el trabajo: “El estrés” marcando un hito en la historia de la medicina moderna. Gracias a su descubrimiento podemos hoy estar analizando y discutiendo sobre el mismo y sus efectos sobre la salud. El estrés no es malo en sí mismo, pero sí requiere que sepamos de él y aprendamos a manejarlo. Dijo Hans Selye: “El estrés es el condimento de la vida y el secreto de la salud y la felicidad consiste en la adaptación exitosa a las condiciones siempre cambiantes sobre la Tierra”.

Juan L. Marcotullio

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