Desde el Primer Gobierno Patrio hasta hoy siempre hubo grietas en la Argentina. Cuando era adolescente me tocó vivir la que se produjo entre peronistas y no peronistas durante el segundo gobierno de Perón. El conflicto comenzó con la corrupción e inmoralidad en las altas esferas y la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) femenina con sede en la Quinta Presidencial, además de fuertes disidencias con la Iglesia, y estalló cuando el régimen alcanzó el pleno desvarío místico y triunfalista que ya era asfixiante. Todo se llamaba “Perón”, “Evita” o “17 de Octubre”. La ciudad de La Plata y la provincia de La Pampa pasaron a llamarse Eva Perón y, la del Chaco, presidente Perón. Circulaba el chiste de un hombre que decía llamarse Juan Perón, pero en su documento figuraba como Juan Barrionuevo; la explicación era que todo barrio nuevo se llamaba Perón. A quien no ha conocido ese clima de opresión cotidiano es muy difícil explicarle lo que era vivir en un país donde el endiosamiento de las figuras gobernantes aparecía hasta en la sopa, donde constantemente había que rendirles homenajes, cantarles marchitas, dedicar los triunfos, asistir a sus actos, ofrendarles minutos de silencio, misas y hasta ponerse sus lutos, todo para conservar el empleo. Para desempeñar el cargo de policía, maestro o empleado público había que ser afiliado al partido. Los diarios opositores fueron censurados, clausurados o confiscados. Recuerdo los espacios en blanco en las páginas de LA GACETA; esos espacios correspondían a noticias censuradas por el gobierno. Un país donde sólo se podían ver noticieros peronistas, escuchar radios peronistas, leer diarios peronistas, estudiar en textos peronistas, y vivir rodeados de bustos, afiches y frases peronistas, terminó cansando. Los opositores la pasaron muy mal: entre los más conocidos, Jorge Luis Borges fue denigrado, Ricardo Balbín y Osvaldo Pugliese estaban presos, y el diputado Alfredo Palacios, exiliado en Uruguay. Los extranjeros disidentes eran amenazados con la expulsión del país por “indeseables”, según la interpretación que se le daba a la Ley de Residencia. En 1955 el gobierno prohibió la procesión de Corpus Christi. Sin embargo, una multitud de fieles concurrió a la celebración. Al día siguiente Perón decidió desterrar a monseñores Manuel Tato y Ramón Novoa. Este último solicitó despedirse telefónicamente de su madre de 81 años, pero le fue negado. Luego del incendio de la Catedral el 16 junio de 1955 el papa Pío XII excomulgó a Perón.

Luis Salvador Gallucci

lsgallucci@hotmail.com