Millones de argentinos comenzaron este año que ya se termina soñando con el fin de las restricciones, con la libertad y la salud. Imaginaron un regreso a la normalidad sin sobresaltos, pero los golpeó la segunda ola de la pandemia de coronavirus. Otra vez, las restricciones (en muchos casos más declamativas que reales), las noticias sobre terapias intensivas al borde del colapso y las cifras de fallecidos volvieron a crisparlos y a atemorizarlos. No fue ese el único desafío al que los sometió el 2021: también los obligó a atravesar dos campañas electorales complejas (con todo lo que eso implica) y a convivir con una situación económica que se agravó mes a mes y que dejó fuera o al borde del sistema a muchas personas. A eso hay que sumarle la inseguridad, las idas y vueltas con el regreso presencial a clases (que recién se hizo efectivo durante la segunda mitad del año), la tensión por organizar una vida familiar en la que convivieron el trabajo presencial y remoto (o directamente la falta de empleo), las clases virtuales, las presenciales y un largo etcétera... Allí se incluyen todas las peripecias que pueden haber vivido los tucumanos en un año quizás para muchos más difícil de manejar que el mismísimo 2020, cuando irrumpió la pandemia.

Es por eso que la llegada de las Fiestas y de las vacaciones de verano generan una sensación de alivio y de renovación: las despedidas de año con amigos, las salidas, las reuniones familiares y las expectativas por viajar a descansar a algún destino turístico constituyen un aliciente en este último tramo de diciembre.

Al mismo tiempo en que la sociedad se sumerge en el torbellino de fin de año (del cual muchos se quejan, pero que, al fin y al cabo, se suele disfrutar, ya que constituye motivos de encuentros) empiezan a aparecer noticias y datos que alarman: si no fuese por el calor y la humedad más de uno podría pensar que el calendario volvió hacia atrás y que nos encontramos en las puertas de uno de los picos de casos de coronavirus que ya atravesó la provincia.

De hecho, el viernes, el intendente de Yerba Buena, Mariano Campero, anunció la suspensión de las reuniones masivas para más de 400 personas hasta que pasen las Fiestas. Yerba Buena tuvo la particularidad, a lo largo de estos dos años de pandemia, de ser de los primeros municipios en imponer restricciones pero, al mismo tiempo, de los primeros en buscar la normalización de la vida una vez transcurrido el momento más crítico.

A diferencia de lo que ocurrió en la primera mitad de este año y de lo que pasó en 2020, en Tucumán hoy está bastante generalizada la vacunación y rige el pase sanitario. Esta medida aún genera polémica y su aplicación es irregular: se lo exige mucho más en las dependencias públicas que en comercios, bares, gimnasios, etc. Es lógico: es más fácil hacer cumplir una norma con la que muchos no están de acuerdo si se cuenta con un agente policial en la puerta; pedirle a un mozo o a un empleado de comercio que ejerza el rol de policía es, como mínimo, complicado.

La idea de establecer restricciones duras hoy parece lejana: ni la situación económica del país ni buena parte de la sociedad las tolerarían. El respeto por las libertades individuales debe ser un valor indiscutible luego de un 2020 en el que muchas de ellas se vieron limitadas por decisiones tomadas desde el poder. De todos modos, creemos importante hacer un llamado para que, en estos tiempos de encuentros se respeten las normas de cuidado personal: barbijo y distancia entre unos y otros. De ese modo, evitaremos revivir aquellos días de temor y de terapias casi al borde del colapso.