¡Que hermoso lunes! en la agenda tenemos por lo menos cinco eventos pendientes, la alarma sigue sonando y aún quedan chats sin contestar desde hace dos días. Incluso en un panorama así (tapados con deberes hasta la coronilla) ¿por qué nos cuesta tanto decir “no”?

“El motivo es que nosotros mismos detestamos que nos rechacen. Entonces suponemos, desde el egocentrismo, que la otra persona es igual o va a reaccionar mal ante una negativa. Para evitar los conflictos, hago lo que me gustaría que hicieran por mi o doy lo que quiero recibir”, comenta la psicóloga Carmina Varela.

El resultado es un círculo vicioso en el cual finjo estar “en sintonía” con mis conocidos, acepto lo que me piden de mala gana y hago aquello que no deseo. Sin embargo, llega un momento en que tanto peso retenido explota.

“Al final -durante ese arrebato en el cual le echamos en cara a los otros todo lo que hicimos por ellos- nos damos cuenta que armamos una película. En realidad, esa gente nunca llegó a ser consciente de nuestro 'sacrificio' y creía que así era nuestra forma auténtica de comportarnos porque jamás expusimos el esfuerzo que hacíamos”, asegura.

La situación suele repetirse bastante en las parejas. “Muchos piensan que al comportarse tal cual como son y decir no frente a una solicitud o favor en consecuencia la otra gente los rechazará, les quitará su amor, romperá la cercanía o pagarán con la misma moneda. Esta inmadurez emocional hace que dejemos de ser sinceros y armemos un personaje”, acota Varela.

Las manos vacías

Para amansar este drama postmoderno, primero debemos dejar de creer que es positivo “entregar sin esperar nada a cambio”. Al contrario, los vínculos sanos implican un equilibrio.

“Esto de estar siempre disponibles y constantemente dar (incluso sin que me lo pidan) nunca sale bien porque nos conduce a relaciones asimétricas. Al brindar el doble que los demás y ser más atento, me autoimpongo en un pedestal superior y considero mejor al resto”, advierte la terapeuta gestáltica.

Dicha lógica nos lleva a considerar que los otros (colegas, amigos, familia) deben sentirse agradecidos y aceptarnos dado que reciben mucho de mi.

“Por supuesto, tal pensamiento es erróneo y en ocasiones en lugar de reconocimiento este esquema de poder desigual lleva al resentimiento”, acota.

Primero yo

Después de gritar N-O muchas veces aparece un eco en la cabeza que nos tilda de egoístas. ¿Está mal seguir la filosofía de primero yo?

“Los sujetos egoístas son aquellos que bajo cualquier circunstancia e inflexiblemente anteponen sus necesidades sobre las ajenas. Eso es diferente a elegir priorizarnos porque acá contemplamos las necesidades del otro sumado a las propias”, aclara.

Por este motivo, la psicóloga sugiere (antes de aceptar o rechazar algo) incluir en la decisión la variable de mis sentimientos, consecuencias y el costo a pagar.

Imagen personal

La causa de que aceptemos favores, trabajos o promesas que nos agobian se relaciona con nuestros niveles de autoestima y autoexigencia.

“Como en la famosa frase creemos que basta pensar algo para conseguirlo. Querer es muy importante para enfocarnos o movilizarnos, pero la categoría del poder es distinta e involucra contar con ciertos recursos, sortear obstáculos y disponer de la capacidad de organización”, clarifica Varela.

Al fallar en cumplir el 100 % del planning semanal los fríos vientos de la frustración nos rozan la nuca. ¿En qué fallamos? Quizás, desde el inicio, hayamos trazado nuestros planes o expectativas desde un lugar poco realista o hasta infantil.

Por estar conectado a mis objetivos a partir de un ideal fantasioso (en el cual todo lo puedo) fui incapaz de aceptar el estrés, la fatiga corporal y la sobrecarga laboral. “Una adecuada gestión del tiempo y la correcta transmisión del ‘no gracias’/’no puedo’ requiere sincerarme sobre cuales son mis posibilidades de acción reales en el presente y futuro”, acota.

Culpable o no

Iie, not, não, non… sin importar el idioma al decir esa sílaba el bichito de la culpa arranca a zumbar en nuestro estómago.

“El sentimiento se enlaza a una conversación interna en la cual me acuso. La culpa es una amiga que aparece cuando algo que pienso, siento o hago va en contra de mi propio sistema de valores”, resume Varela.

Cuando la culpa aparezca hay que localizar su origen y el mandato que se enraiza detrás (ser buena madre, un hijo confiable, etcétera).

Después hay que deconstruir o darnos la razón: “¿de verdad obré o dije algo mal/erróneo?”. De ser la respuesta afirmativa el tercer camino va de la mano con la reparación (sea mediante una disculpa o solución efectiva).

“Hay personas que en cada paso que dan sienten mucha culpa y remordimiento. En los perfiles así es conveniente revisar esa lista de reglas internas porque quizás haya cosas que los otros esperan de mí,pero sobre las cuales estoy en desacuerdo. O cosas que me exigiría hace 10 años y dejaron de coincidir con quién soy ahora. No todas las leyes internas deben ser respetadas, algunas deben irse”, puntualiza la usuaria de @carminavarelapsicologa.

Identificá tus “ladrones de tiempo”

Para evitar exigirnos en exceso y aprender a rechazar correctamente los pedidos ajenos, la psicóloga Carmina Varela recomienda armar tres listas en las cuales se detalle nuestra rutina.

En la primera debemos anotar las actividades (obligatorias o bajo libre albedrío) que más disfrutamos hacer. La segunda lista es para las acciones neutras: costumbres que hago a diario por inercia o que no me suman ni restan. Por ejemplo, ver por 20 minutos las redes sociales luego de despertarme o regar las plantas.

La última lista va dedicada a las actividades, las obligaciones autoimpuestas y las peticiones que odio hacer o me pesan. “Una vez listas tengo que tomarme mi tiempo para cotejar cada punto y buscar soluciones que me permitan despejar la lista neutra y obtener mayor tiempo libre para aquellas cosas que disfruto. Lo mismo va para la columna de actividades insoportables, el trabajo es empezar a localizar estrategias que lleven algunos hábitos de esa lista al espacio de lo neutro o me permitan buscar herramientas que los omitan o deleguen en otros”, explica.

Algunos consejos extras

¿Querés dejar de ser un “aceptador compulsivo”? Para lograrlo la coach ontológica Eugenia Nuñez recomienda arrancar por controlar nuestros sentimientos inmediatos. La regla de oro: evitar hacer promesas o fijar compromisos cuando estemos demasiado alegres o tristes.

“En los estados de elevada felicidad o desazón por una mala racha la percepción sobre nuestras capacidades y el entorno cambia. Mayormente, tendemos a dar respuestas que devienen en arrepentimiento porque no pensamos con claridad. Por eso, cuando nos pidan algo que requiera altas dosis de compromiso o predisposición horaria lo mejor es tomarnos un breve lapsus para reflexionar y racionalizar la decisión”, explica.

Por otro lado, es preferible omitir la victimización. “Al haber aceptado ayudar con un favor o trabajo de nada sirve quejarnos, chusmear o adquirir el papel de víctima que se sacrifica. La mala predisposición hace que cualquier intento de contribuir quede empañado, antes que agradecernos los otros pueden sentirse molestos por la mala actitud que mostramos. Así nadie sale ganando”, acota Nuñez.