La Guerra de Malvinas no es pasado; es presente continuo. Constantemente surgen producciones literarias o artísticas (la enorme mayoría, alejadas de toda ficción) que refieren al conflicto bélico de 1982 y desafían a pensarlo desde la actualidad para tratar de entenderlo en su integridad.

Muchos de ellos se enlazan en las historias personales. Quizás no haya otra forma de narrar lo general, en un tema de esta naturaleza, que no sea desde lo propio y más cercano, aunque el relato contenga elementos de distanciamiento que permitan un análisis menos emotivo.

En ese universo se enlaza “Buenas noches Malvinas”, la película de Ana Fraile y Lucas Scavino, que parte de la experiencia de la familia de Dalmiro Bustos y Elena Noseda: su hijo mayor, Fabián, combatió en las islas. A casi 40 años, el matrimonio y sus dos hijos menores, Javier y María Elena, cuentan lo que no pudieron decir entonces. El filme se estrena esta noche a las 20 por la pantalla de Cine.ar TV, con repetición el sábado a la misma hora, y desde mañana estará gratis una semana por la plataforma Cine.ar Play.

“Malvinas duele aún porque está todo mezclado, escondido; se trató el tema de una forma muy perversa, de extorsión al pueblo para buscar apoyo, consenso y popularidad por parte de la dictadura. Fue una manipulación muy baja”, le dice Scavino a LA GACETA.

- ¿De qué forma construyeron este documental?

- Lo hicimos a partir de tres ejes narrativos sobre la experiencia de atravesar la guerra: primero con testimonios de la madre y del padre, sobre sus vivencias y experiencias al frente de un grupo de familiares de adolescentes enviados a Malvinas; luego incorporamos un texto de crónicas de la guerra escrito por Fabián, el mayor de sus hijos enviado a la guerra, con una mirada muy particular de la experiencia en las islas y como empleado del correo en Puerto Argentino pero sin trabajo; y finalmente un dispositivo de teatro espontáneo como vía de acceso a los recuerdos y sentimientos guardados y hasta no dichos en los hermanos menores que quedaron en La Plata.

- ¿Cómo se aborda la tragedia social desde el relato individual?

- En primer lugar definiendo un punto de vista claro con el que los espectadores puedan construir un vínculo y comprender desde dónde enunciamos. El filme no plantea un protagonista individual o aislado, sino un grupo social básico como es el familiar. Parte de la carga narrativa la lleva a una suerte de coro como es la intervención teatral, o el texto que lee Rafael Spregelburd. La relación múltiple entre todas las líneas funciona como un espejo en el que espectadores pueden identificarse y reflexionar.

- ¿Cuál fue el primer enlace con los Bustos?

- Conocimos a Dalmiro en un proyecto relacionado al 30 aniversario de la guerra y nos cautivó su experiencia y su forma de accionar, la formación de grupos de contención de familiares para elaborar la angustia ante la muerte o la posibilidad de ella, la desprotección y el tender puentes de comunicación.

- ¿Se puede superar el trauma Malvinas?

- Javier dice algo muy bueno: una situación traumática o muy dolorosa deja huellas o marcas, y no se trata de borrarlas sino de poder transitarlas o elaborarlas sin que duela tanto. Para que esto ocurra es fundamental cuestionar los discursos dominantes, quitarle la pátina nacionalista de una gesta heroica y reconocerla dentro del mecanismo de exterminio y desaparición de la dictadura cívico-militar, quizás como el último intento de sostenerse en el poder.

- ¿Cuánto más hay para contar?

- En la medida en que las nuevas generaciones puedan encontrar formas de aproximarse al conflicto, de pensarlo y elaborarlo, iremos teniendo otras miradas y propuestas de reflexión. No importa la cantidad sino las nuevas formas de hacerlo, para despertar la imaginación en los que vienen detrás.

- ¿El tema todavía es una gran nebulosa?

- La guerra nació siendo una manipulación política y está en su ADN. Fuimos atravesando todos los estados del trauma: el dolor, el enojo, la negación, la indiferencia...; para elaborarlo hay que hablarlo, ponerlo en palabras y analizarlo, y desde todos los sectores sociales involucrados. Los argumentos quedarán a la vista en la medida en que siempre es mejor apelar a la memoria, la verdad y la justicia. Con respeto y escuchando, porque hay mucho dolor en medio.

- ¿Encontraron conexiones entre su anterior filme, “¿Quién mató a mi hermano?”, sobre Luciano Arruga, y esta producción?

- Muchas. Hicimos en simultáneo a las dos y nuestro crecimiento y experiencia fue enriqueciéndose entre ambas. Las dos abordan conflictos sociales y proponen una mirada grupal y colectiva sobre cómo atravesarlos o las consecuencias de hacerlo. Siempre las sentí hermanas y con algo de tragedia griega.

- ¿Tienen expectativas con que el documental recupere terreno en el Incaa?

- Va a depender de muchos factores a nivel de política cultural y de la forma en que presionemos entre todas las asociaciones para una buena instrumentación de la Ley de Cine. Mi sensación es que atravesar el camino del Incaa es un gran desgaste mental y físico.

- ¿Cómo están viendo el cine?

- Paralizado, con la necesidad de cambios en las políticas estatales de instrumentación de los fondos y subsidios a la producción. El reclamo de nuestro sector está centrado en los comités de documentales, en los retrasos y la falta de funcionamiento.

- ¿Qué se trae entre manos tu productora Pulpoflims?

- Ideas y proyectos no nos faltan y los vamos poniendo en la cola de producción. Ficción y documental; guiones que trabajamos hace mucho tiempo y otros de este año de pandemia. Y no sólo nuestros sino que también recibimos muchas propuestas de otres realizadores que nos entusiasman y que impulsamos.