El cuerpo (nosotros) es un conjunto en constante movimiento: tenso o elástico ante los contactos, gozoso o hermético según los estímulos. Y, aunque la piel que habitamos es la misma de siempre, el 2020 ha hecho que nuestra percepción de ella cambie.

Al inicio de la pandemia, una de las mayores dificultades relacionales fue mantener los vínculos romántico-afectivos pese al distanciamiento físico. Sin siluetas que tocar con nuestras propias manos, el amor y el deseo adquirieron entonces nuevas vías de transporte.

El premio mayor se lo llevaron el sexting y las videollamadas eróticas (quedará en la memoria la sugerencia de practicar sexo virtual por parte del Ministerio de Salud de la Nación, en abril). Mientras, en la línea de derrotas, aparecieron las crisis entre convivientes y un marzo en que la transpiración durante el coito y los besos fueron considerados perniciosos por la alta posibilidad de contagios. En respuesta, el miedo generalizado y los picos de estrés hicieron que muchos se percataran de una verdad que -sobre todo los hombres- han omitido: el malestar anímico repercute en las performances.

Entre ambos contrastes, hubo un logro de grandes proporciones: durante más de cuatro meses, la sexualidad (con posiciones adaptadas al distanciamiento, tips para el sexo anal u oral, el uso de preservativo y propuestas de estimulación dentro de casa) fue un tema recurrente en la agenda pública.

Por igual -con la pausa de actividades sociales- los sexólogos han hablado del redescubrimiento en pareja. Para bien, a través de fantasías y sextoys (subió un 25% su venta). Para mal, al percibir que el vínculo era superficial y nuestra pareja era incapaz de brindarnos contención en momentos críticos.

En cuanto a titulares como “aumentó la frecuencia del sexo”, las estadísticas son contradictorias. Sin embargo, los especialistas afirman que la covid-19 despertó una tendencia imprescindible para evolucionar hacia la sexualidad plena: el autoplacer y descubrimiento personal. Varios tabúes sobre lo erógeno y los miedos a la crítica social fueron echados a un lado a favor de percibir nuestras ganas.

Un capítulo aparte fue la pornografía, con la habilitación gratuita de contenidos premiums. En números, el consumo de videos aumentó un 45% en este tiempo de pandemia y la industria fue capaz hasta de aportar una fracción de sus beneficios para colaborar con el Gobierno de EE.UU. frente a la emergencia sanitaria. ¿Lo pendiente? Los datos del rubro deberían contemplarse en las propuestas de ESI y la reivindicación de género.

En Tucumán, el “mercado del sexo” se vio también en los reclamos de reapertura de los hoteles alojamiento. El sector hizo patente el capital humano que movilizaba para su funcionamiento (pensemos que hay más de 40 moteles con 15 trabajadores, en promedio, cada uno) y ese paso los llevó a romper con su histórica invisibilización. El segundo quiebre sobre el secretismo de los telos se dio en julio y post habilitación, con la exigencia de presentar una copia del DNI para hacer la trazabilidad de clientes ante casos positivos.

¿Estas modificaciones vinculares llegaron para quedarse? No, si no se trabajan las relaciones desde un plano integral/cultural. Lo certero, en cambio, es que la covid-19 permitió que el ejercicio de la sexualidad (con sus productos y servicios) trascienda la alcoba para tener vigencia en las conversaciones, reflexiones internas y los medios de comunicación. Hablar y pensar sobre el cuerpo fue el verdadero puntapié inicial que dejó la pandemia.