Llegó el fin de la travesía patagónica con el final más esperado: la breve noche del eclipse total de sol en las tierras del fin del mundo. Un momento que conmocionó al mundo entero y que en el sur país se vivió intensamente.

En esa penumbra, la del sol oculto por la luna, todos quedaron hermanados y primó una inquietud ancestral. “¿Cómo se vivieron los eclipses desde las culturas antiguas hasta hoy?”, fue una de las preguntas que interpeló a la mayoría de los expedicionarios. El fenómeno se expresó con una belleza imponente coordinada por el poder de la naturaleza y quizás ese impacto llevó a relacionarlo con la huella de la humanidad en el planeta.

Como si un eclipse total de sol nos obligara a repensarnos colectivamente. Como si generara, en quienes lo presenciaron, un repaso espontáneo por la historia de las civilizaciones: las guerras, las religiones, los pueblos, las aglomeraciones, el arte, las catástrofes, las pandemias: como si un eclipse fuese un símbolo o una respuesta.

La realidad es que ha sido un año muy duro y para muchos el evento se vivió como una catarsis o una señal: “la posibilidad de cerrar el año con una bendición”, decían algunos; “un mensaje de la naturaleza para ser mejores”, repetían otros.

Esto es imposible de probar, pero no deja de ser valioso si nos permite reflexionar y encontrar objetivos en común para mejorar nuestro mundo. Fuera de eso, lo cierto es que un eclipse total de sol, por maravilloso que sea, es un acontecimiento astronómico estudiado y predecible, el resto son simples conjeturas, búsquedas introspectivas que no se registran en los telescopios.