Hemos visto el horror. 24 horas sin razón, sin conciencia, sin Gobierno, sin leyes, sin Estado, sin líderes. Finalmente, Tucumán consiguió lo que venía buscando desde hace años: el retroceso a una situación precolonial. Un todos contra todos propio del far west. Hemos visto el horror y el siguiente -y escalofriante- paso es asomarse al abismo de la locura.

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Dos hombres, a caballo en un descampado, narran cómo cazaron a “Culón” Guaymas. Cuentan que lo encontraron entre los cañaverales que rodean El Manantial, lo ataron y arrastraron hasta que una turba se lo llevó para lincharlo. Lucen calmados mientras la noche los envuelve y algunos vecinos estallan en ocasionales aplausos. La escena no tiene nada de surrealista. Es, en esencia, el Tucumán de hoy.

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Hemos visto cómo asesinaban a un hombre con transmisión casi en vivo por las redes sociales. Y hemos visto cómo los usuarios de esas redes lo celebraban y lo siguen celebrando. Para quienes pensaban que “Los juegos del hambre” y distopías por el estilo sólo viven en la imaginación, las 24 horas del miércoles representan un baldazo de realidad. Porque si a “Culón” Guaymas lo mató Fuenteovejuna, será Fuenteovejuna la que afronte lo que viene.

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Pobres contra pobres en la calle, mientras a la sociedad no le queda otra que guetificarse, defenderse a como dé lugar. ¿Y el palacio?

¿Dónde estaba el gobernador Juan Manzur en la hora más oscura?

¿Dónde estaban Osvaldo Jaldo y los legisladores?

¿Dónde estaban los jueces y fiscales?

¿Dónde estaba la dirigencia de las organizaciones intermedias?

¿Dónde estaba el arco político opositor, desde Germán Alfaro a José Cano y Silvia Elías de Pérez?

Estaban callados, estupefactos, inertes, temerosos. Estaban escondidos, sin capacidad de reacción, hipnotizados por las pantallas. Durante 24 horas, mientras Tucumán se desbocaba, se hacía añicos, sus líderes no tuvieron el valor de dar la cara ni el temple para hacerse cargo.

El horror del miércoles representa el fracaso de una clase dirigente, encabezada por el gobernador Manzur, de la que nadie se salva. Aquí no hay grieta en la que refugiarse. El horror es el emergente de una sociedad diezmada hasta el hueso: los líderes políticos, sociales, empresarios, sindicales, religiosos y todo el etcétera que corresponde, metieron la cabeza en la tierra, como el avestruz, esperando que pasara el temblor. Salieron a hablar ayer. A intentar bajar línea. A acusar. A explicar. A sacar réditos. Dan vergüenza.

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Porque Tucumán está quebrado y, en consecuencia, cada vez son más los que viven fuera del sistema. El gran problema de la Argentina -y de América Latina- es la distribución del ingreso y los niveles de pobreza/marginalidad que se registran en la provincia son pavorosos. Cientos de miles de tucumanos (cientos de miles, subrayemos) tienen un rostro: el de la familia de Abigail Riquel. Y el de sus vecinos. Son ellos los que ponen en palabras simples y contundentes su situación: están solos.

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Hemos visto el horror en el que todo se licúa. El calvario de Abigail, femicidio con todas las letras, unida para siempre en su destino con Paulina Lebbos y tantas tucumanas que, en su mayoría, ni siquiera encontraron el consuelo de la justicia. El asesinato del presunto victimario, aplastado por Fuenteovejuna. La ira. La desconfianza. Hubo quienes sospechaban que “Culón” Guaymás estaba vivo y protegido en la morgue. Todo se licúa en un mar de odio, de miedo y de desamparo.

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No existe la justicia por mano propia, existe la venganza. ¿Y qué pasa cuando la Justicia no funciona, o funciona mal, o trabaja con parámetros obsoletos y despegados de la realidad, o lo hace en exasperante cámara lenta, o exhibe inequívocas señales de ineptitud y corrupción? La consecuencia es el miércoles. El horror.

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La relación entre la sociedad y la Policía está quebrada desde hace demasiados años, pero no parece importarle demasiado al poder político. Tampoco a la institución. A la Policía de Tucumán no se la respeta porque al respeto hay que ganarlo. No se respeta a la Policía como no se respeta a los inspectores de tránsito y podríamos seguir con todas las figuras que representen alguna forma de autoridad. Esa credibilidad está perdida. Imposible saber cómo se reconstruye.

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No sólo hemos visto el horror. De uno u otro modo hemos sido partícipes de él, lo hemos preparado, auspiciado y servido en bandeja. Y lo devoramos como en un banquete de lo más dionisíaco. Hemos aprehendido el horror con todos los sentidos y, una vez satisfechos, nos queda pensar si queremos más. Si estamos cebados y listos para servirnos nuevas raciones.

Así se explica la pulsión por viralizar las imágenes del cadáver de Abigail. Reenviar esas fotos equivale a repetir su martirio. Sólo una sociedad muy enferma como la nuestra llega a esos extremos.

Y mientras tanto, la pandemia siguió contagiando y matando tucumanos.

Y mientras tanto el transporte siguió paralizado, como si fuera lo normal. ¿Un servicio público menos?

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Llegamos a un punto en el que suena el despertador y nos preguntamos cuál es el Tucumán que nos espera. Tal vez toquen otras 24 horas de zona liberada institucional, así que más vale estar preparados.

Eso sí: cuando nos miramos al espejo, como modernos Dorian Grey, vemos el horror.