Grandes obras, grandes transformaciones. Recientemente un ex secretario de Estado arrojó la frase con rigor de sentencia en función de la obra pública. Para un Estado este ítem es sinónimo de inversión, desarrollo y crecimiento, especialmente si viene con una planificación estratégica. Claro, costará despegar a la obra pública de la noción de negociado, coimas y enriquecimiento ilícito que porta desde los tiempos en que Roberto Lavagna denunció la cartelización de la obra pública y luego con los De Vido, los Báez, los López y los famosos cuadernos ruteros que referían a un modus operandi delictivo entre el poder político y el sector privado. Estos intereses motivados en ambiciones personales conviven con la de aquellos dirigentes que tienen una visión más abarcativa respecto del valor de la obra pública como factor de desarrollo, pero así también con quienes tienen una mirada oportunista y creen que sólo por apostar a la concreción y anuncios de obras se obtendrán votos; o bien que colateralmente conseguirán el sometimiento institucional de los que benefician o de los que castigan por díscolos.

En la provincia se puede sugerir la existencia en el imaginario popular de una visión gelsiana respecto de la obra pública como política de Estado por la gestión de Celestino Gelsi, ya que marcó a su gobierno (1958-1962) con dos obras significativas en la historia de Tucumán: el dique El Cadillal y la Maternidad. Por lo tanto, imitarlo -o prometer que se lo hará- constituye una obligación ineludible de todo aspirante a gobernante, por lo menos para los que desean dejar obras que los trasciendan y que sean significativas en favor de los tucumanos. Vaya por caso José López, que allá por 2015, cuando pretendía ser candidato a gobernador, llegó a decir: “yo me tengo mucha fe, mi gestión será una mezcla de Gelsi y Alperovich”. Luego apareció arrojando bolsos, revelando la importancia que le daba a la obra pública.

Ramón Ortega (1991-1995) puede jactarse de haber concretado la nueva Terminal de Ómnibus y la avenida Presidente Perón. Precisamente quien fuera su secretario de Obras Públicas, Raúl Natella, fue quien refirió que las grandes obras son las que producen grandes transformaciones urbanísticas. Domingo Bussi (1995-1999) soñó con un paso por la Quebrada del Portugués y durante la gestión de Julio Miranda (1999-2003) se pergeñó lo que sería luego Lomas de Tafí (“la ciudad planificada”, según la iniciativa del arquitecto Rodolfo Neme). En los 12 años de mandato de José Alperovich (2003-2015) la provincia recibió una extraordinaria ayuda económica de la gestión kirchnerista; así se construyeron hospitales, rutas y miles de viviendas; cuantitativamente se hicieron “más obras que Gelsi”, como lo había prometido al asumir en 2003 el ahora senador.

Pese a ello, no prosperó y menos se arraigó la idea de una visión alperovichista que dejara atrás la noción que surge cuando se recuerda a Gelsi: o sea una concepción estratégica propia sobre el manejo de la obra pública. Antes de los comicios del año pasado, Alperovich deslizó su creencia de que la gente podría recordarlo como el que superó a Gelsi. Hasta hora no pasó. ¿Por qué no ocurrió y sí, en cambio, que se llegara a sostener que fue el mejor gobernador de la historia de Tucumán? Primero por el verticalismo naturalizado en el peronismo -donde el que manda es el mejor-, y porque luego de abandonar la gobernación -y más todavía cuando se fue del PJ y compitió contra el justicialismo- se convirtió en mala palabra para los compañeros. Se derrumbó el mito del invencible; nadie saldrá a sugerir que superó a aquel mandatario radical, aunque pueda justificarlo con creces. Pasó su tiempo. Hoy, hasta que venga otro, para el justicialismo Manzur es el mejor.

Tal vez sea consecuencia de lo que alguna vez afirmó a este columnista un protagonista clave de la historia del peronismo en los noventa: se dio cuenta de que le prestamos el partido. También porque se sugiere que en materia de obra pública no hubo una planificación con sentido de desarrollo estratégico en el alperovichismo; no hubo visionarios sino más bien la especulación política de interpretar a la obra pública en términos electorales, con lo que se relativizó su valor como política de Estado. Además, no hubo una obra emblemática realizada con fondos públicos provinciales para mostrar como propia. Por ejemplo, Neme, quien fuera dos veces interventor del Instituto de la Vivienda -en dos gestiones peronistas diferentes: Riera y Miranda- sostuvo que en la gestión de Alperovich hubo ausencia de política habitacional. El ingeniero Natella, nervio de aquellas obras que signan la gestión de “Palito”, apunta que Alperovich no plasmó un modelo de provincia a partir de una política de obras públicas.

En un trabajo crítico que realizó sobre la gestión del ex gobernador, Natella resaltó que aun contando con superlativas ventajas económicas “priorizó sólo los proyectos y las obras que fueron más visibles, rápidas, de fuerte impacto político-electoral, abandonando definitivamente las ideas estratégicas de largo aliento, bien estudiadas, planificadas, de bases sólidas y pensadas para beneficio de las futuras generaciones de tucumanos”. Refiere que hubo improvisación y que faltaron obras viales, ferroviarias y corredores aéreos para competir con eficacia en distintos mercados y corregir los desequilibrios y asimetrías de una región donde se hace necesario superar el modelo de país de fronteras cerradas que sólo se relaciona con el exterior a través de los puertos de Rosario y de Buenos Aires.

Es para resaltar el epílogo del texto para adentrarse en el presente: Tucumán contó a través de la historia con excelentes gobernadores, pero sólo son y serán recordados aquellos que tuvieron una visión geopolítica y que en su gestión hicieron hincapié en las grandes y estratégicas obras, tanto públicas como privadas. En la mirada de un ex alperovichista, hoy devenido manzurista, el ex gobernador se preocupó por llevar soluciones rápidas a las necesidades de la gente, sin una mirada estratégica más amplia. Alperovich entendió que eso era hacer peronismo.

En los últimos días, Manzur anunció una inversión nacional en Tucumán de $ 30.000 millones para llevar adelante varios trabajos. ¿Conlleva una visión gelsiana como política de Estado, apostando al desarrollo y crecimiento económico o sólo hay especulación político-electoral detrás de la promocionada ayuda? ¿Cómo querrá ser recordado Manzur? A diferencia de su antecesor, jamás menciona a Gelsi. Lo más cerca que estuvo fue durante una visita a El Cadillal en julio de 2019: tenemos una verdadera joya dormida acá; señaló. Por su paso por la Legislatura, como vicegobernador dejó un edificio nuevo y ahora, en su papel de titular del Ejecutivo, cerró un convenio con el estudio Pelli para un futuro centro cívico. Está claro que, en su segundo mandato -y último si no hay reforma constitucional para incluir la cláusula de reelección indefinida-, pretende recuperar de la mano de Alberto Fernández todas las obras que no pudo concretar en los cuatro años de Macri, con quien mantuvo una relación tensa respecto de las inversiones nacionales en Tucumán. Básicamente, los adláteres de ambos lados se señalan y se trenzan en un furibundo e interminable debate: entre un sí hubo obras y un no hubo obras.

Ciertamente, Manzur no podía esperar la misma generosidad que el kirchnerismo tuvo con Alperovich por no ser del mismo palo, por lo que desde esa perspectiva la gestión macrista resultó una adversidad para Manzur. Sin embargo, las puertas del poder central ahora se le abren fácil al tucumano, tiene llegada, es “el amigo Juan”. Katopodis, el ministro de Obras Públicas, vino varias veces a Tucumán desde diciembre; en la última prometió los $ 30.000 millones. Recursos para obras necesarias en el interior, como las plantas de tratamiento de líquidos cloacales para Las Talitas y para Concepción en el marco del Plan Norte Grande. “Es un apoyo político explícito”, refiere un colaborador del mandatario para justificar tamaña “generosidad”, el mismo que asegura que Manzur además tiene una visión más gelsiana que Alperovich. Tendrá que demostrarlo en menos tiempo de mandato que su antecesor.

Desde ese lugar, esta administración supuestamente no estaría pensando en el rédito político de un plan de obras públicas con el propósito de obtener resultados electorales. Aunque hacer obras implica pensar en la gestión y eso, en medio de la pandemia, por ahora es la mejor forma de hacer política y de actuar a futuro. Con o sin visión estratégica hay que mostrar que algo se hace. En cambio, la oposición no tiene dudas sobre los trabajos que se desarrollarán en Tucumán con aquella anunciada inversión millonaria: no hay ninguna planificación. Apunta a que habría una mirada de corto alcance y oportunista. Para refutarlos y defenderse, desde el oficialismo se afirma que por castigar a Manzur, Macri afectó a los tucumanos al paralizar el 98% de las obras públicas. Se llegó a mencionar qué pretenden de Tucumán en virtud de la relación que supo tener el líder del PRO con “la docta”: que sea “la Córdoba de Macri” por la ayuda del macrismo a la provincia mediterránea.

Como en todo en este país, hay una grieta en esta cuestión; oficialismo y oposición vienen enredados en una disputa sobre si la Nación entre 2015 y 2019 hizo o no obras en la provincia, pelea que no va a cesar. De hecho, un dirigente de Juntos por el Cambio sostiene que los $ 30.000 millones son sólo promesas sin ninguna visión estratégica. “No hay ninguna obra de relevancia, es puro anuncio”, cuestiona un radical conocedor del tema. Ese debate se mantendrá radicalizado y sin tregua. Lo lamentable es que esta discusión por diferencias políticas relegue la existencia de una posible visión conjunta sobre la obra pública como factor central del desarrollo y del crecimiento económico de Tucumán. Como política de Estado, la obra pública debería estar desprovista de intereses políticos, electorales, mezquinos o partidarios que privilegian las miradas cortoplacistas. Son imprescindibles las visiones estratégicas de desarrollo provincial y de alcance regional, más allá de que toda obra, por chica que sea, resulte bienvenida ya que implica una forma de reactivar la economía, hoy en crisis.