Las especulaciones sobre el levantamiento paulatino de la cuarentena tiene una sola certidumbre: los chicos de todos los niveles educativos seguirán sin escuchar el timbre para entrar al aula o salir al recreo. Así lo aseguró el propio presidente Alberto Fernández, quien incluyó a la educación dentro de los sectores que aún seguirán bajo el régimen del aislamiento.

Por lo tanto, la cocina, el comedor y alguna que otra habitación seguirán oficiando de aulas, con alumnos intentando adaptarse a la nueva modalidad y con madres y padres acompañando en las tareas enviadas por plataformas virtuales.

Como advirtió el ministro de Educación, Nicolás Trotta, la decisión de extender o no la cuarentena educativa reside en motivos sanitarios. Pero mientras tanto, la modalidad a distancia que adoptó todo el sistema de forma repentina está develando aspectos urgentes que el gobierno deberá considerar cuando el timón de la pandemia esté controlado.

Uno es el acceso material a los dispositivos tecnológicos. Computadoras, conexión a internet, materiales digitales abiertos y con una orientación pedagógica significativa son algunos de los elementos básicos que los alumnos deberían contar para estar incluidos dentro de un programa de educación a distancia. La urgencia de la pandemia hizo que en pocos días estallaran situaciones tan disímiles como las condiciones socioeconómicas de cada hogar. El virus, como todos dicen, no discrimina, pero sus consecuencias dejan a la deriva a los más desprotegidos.

En esos contextos surge otro aspecto más estructural y complejo: ¿cómo hacen familias para acompañar en los procesos educativos de los más chicos? ¿cómo hacen padres y madres, abuelos y abuelas, cuyas trayectorias escolares se vieron interrumpidas años antes por la pandemia eterna de la pobreza? La cuarentena, entonces, sí distingue clases sociales. El aislamiento se siente con más rigor en lugares hacinados y se refuerza cada vez que la esperanza en la educación se digitaliza pero al mismo tiempo se disuelve.

Los educadores también están atravesados por situaciones de desigualdad social y no cuentan con un acervo normalizado de herramientas para la educación a distancia. Están en este momento adaptando contenidos -y en el mejor de los casos generándolos- para instancias comunicativas completamente diferentes a las presenciales. Sin vistas de una fecha concreta para el inicio de las clases, el sistema educativo deberá definir criterios claros. No basta solo con soluciones tecnológicas o de plataformas, sino con herramientas pedagógicas para los gestores educativos -directivos, inspectores y otros mandos intermedios- puedan acompañar a los docentes.

Finalmente, un tema no menor y que no debería ser postergado por la urgencia sanitaria es la de pensar a estas instancias educativas como espacios de participación ciudadana. Tanto docentes, como alumnos, padres y directivos, están involucrados en un contexto de aprendizaje que hoy está más que nunca mediatizado por la tecnología.

El desafío por estos días será entonces hacer una bitácora y prestar atención a qué dicen los alumnos, esas voces que llegan desde rincones disímiles que nunca serán un aula como tal. Y también a qué dicen los docentes, aquellos productores de conocimiento que hoy, urgidos por la situación, están acompañando de forma creativa día a día a nuestros chicos.