1- Un nuevo organismo que coordine acciones

Trabajo en conjunto, pero con acciones coordinadas por una cabeza preparada técnicamente. Eso, en resumen, es lo que propone Franklin Adler, ingeniero, ex docente del departamento de Ingeniería Civil de la Facultad de Ciencias Exactas y Tecnología (UNT) y autor del libro “El futuro del agua en Tucumán”. A lo que se refiere es a la necesidad de conformación de la Autoridad Única del Agua (AUA), reestructurando los organismos actuales para supeditarlos a ella. Con este nuevo organismo, pretende terminar con los actuales “nichos aislados, desconectados y descoordinados, evitando las actuales confrontaciones que expresan meros intereses corporativos intraestatales”. AUA -detalla- y los brazos ejecutores deberían estructurarse sobre principios de alta jerarquía técnica, con funcionarios y técnicos responsables seleccionados por concurso. A partir de su conformación, podría encararse un proceso global de planificación hídrica traducible en un plan hídrico provincial, que sería la política a desarrollar por sucesivos gobiernos. “Lamentablemente, no hay soluciones rápidas ni fáciles a tantos problemas acumulados. Todas requieren, en primer lugar, poner en juego inteligencia, planificación, organización, y luego, abultados recursos económicos. Todo eso implica tiempo, un par de décadas quizás. No se deben sembrar falsas expectativas en la población. Se debe tener el coraje político de prometer sólo esfuerzos, inteligencia, organización y sudor, pidiendo a la población paciencia y tolerancia”, añade.


2- Conductos Hídricos insuficientes

“El crecimiento histórico no fue acompañado con las obras para afrontar los impactos de la ocupación del territorio por las actividades humanas”, opina Franklin Adler. Lo mismo considera la doctora Claudia Gómez López, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT, cuando expresa en un comunicado del Conicet que el Área Metropolitana de Tucumán ha quedado muy rezagada en la provisión de infraestructura, y que la de desagüe no es una excepción. “El cinturón de desagüe, conformado por los canales Norte y Sur, fueron construidos hace más de 30 años. Y la ciudad en ese lapso ha crecido más de 5.000 hectáreas, en lo que respecta al suelo urbanizado”, destaca López. Para estos expertos tucumanos, los conductos son insuficientes. “No sólo tienen un estado de destrucción avanzado, sino que también constituyen un peligro, ya que conjugan un muy mal estado de conservación, lo que reduce su capacidad para evacuar grandes caudales”, agrega Adler. Además arroja un dato que refleja cuán complicada es nuestra situación: del Área Metropolitana de San Miguel de Tucumán, tan sólo un 20% cuenta con obras de infraestructura pluvial. Esto acontece por varios motivos -explica-, pero el más significativo está relacionado a que las obras para manejo pluvial, en especial en áreas urbanas, requieren de elevadas inversiones por su envergadura, además de tener que competir con otras redes de servicios que preexisten en las calles de la ciudad (agua potable, red de cloacas y gas, entre otras). Es decir -aclaran-, su implementación requiere de un esfuerzo económico por parte de los municipios y de la provincia.


3- ¿Qué se puede hacer con el canal Sur?

Es una de las preguntas que se ha hecho muchas veces -y se ha respondido- Franklin Adler. Primero el ingeniero explica que en los 44 años transcurridos desde su habilitación (fue terminado en 1976), el desarrollo urbano hacia el oeste-noroeste y el régimen de lluvias intensas sumaron caudales mucho más importantes que los empleados para dimensionar la obra, por lo que se produjeron numerosos episodios de desbordes, como el del miércoles a la noche. “Además de ello, se pusieron en evidencia errores de diseño, defectos constructivos y deficiencias en el mantenimiento. Todo ello fue produciendo serios deterioros y roturas que no fueron conjurados a tiempo y por lo tanto hubo un efecto dominó que llevó al estado actual de un grado de destrucción superlativo”, añade. En primer lugar, para Adler carece de sentido reconstruir la obra con las mismas dimensiones y tipo de revestimiento protector de hormigón actuales, ya que las dimensiones quedaron insuficientes. Sólo se justificaría desembolsar partidas presupuestarias para reconstruir las numerosas barandas destruidas, para evitar la caída de personas o vehículos. En segundo lugar -detalla- debería abrirse un período de al menos un año para la ejecución de un estudio a fondo sobre las reformas necesarias para transformar esta obra de protección contra inundaciones en algo seguro y confiable. “Ello incluye detectar los puntos de mayor riesgo donde se pudiera disparar algún proceso de rotura en cadena y desbordes que pongan en riesgo a la población y obras de infraestructura valiosa. De la etapa inicial surgirán los sitios que requieren reparaciones de emergencia y los proyectos de obras de ingeniería necesarias con un orden racional de ejecución, no el orden dictado por la conveniencia o capricho de políticos, gobernadores o intendentes”, comenta. También en este estudio, paralelamente se deberán establecer principios de ordenamiento territorial, normas de uso del suelo y reservas de espacio para las obras, para evitar que el avance imparable de la urbanización, con sus hechos consumados, inhiba toda acción subsiguiente y condene aún más a la ciudad y a sus habitantes a un destino de inseguridad y destrucción. El estudio -agrega- no solamente debe abarcar canal Sur, sino todo el conjunto de desagües que evacuan las aguas pluviales del Área Metropolitana al oeste del río Salí (Capital, Las Talitas, Tafí Viejo, Cebil Redondo, Yerba Buena, San Pablo y El Manantial). Disponiendo de un plan racional y ordenado, se podrá encarar la búsqueda de financiamiento de las obras y acciones necesarias, sentencia.


4- Ni un árbol menos y la basura en su lugar

Ricardo Grau, investigador del Consejo y director del Instituto de Ecología Regional (IER, Conicet-UNT) explica que las inundaciones no siempre son atribuibles a la deforestación. Pero sí que, en todos los casos, se producen cuando las precipitaciones en una cuenca exceden la capacidad de absorción del suelo y de la vegetación para transpirar el agua. “Hay regiones en las cuales hubo una fuerte deforestación en las últimas décadas, lo que probablemente haya intensificado las inundaciones; la zona de La Madrid, al sur de la provincia, es un ejemplo de esto. Caso contrario es el de la zona piedemontana, donde la recuperación de bosques en la cuenca alta, puede haber contribuido a mitigar la intensidad de las inundaciones”, explica Grau. Pero no sólo deben considerarse los cambios en la cobertura boscosa: “por ejemplo, la expansión de citrus sobre la caña de azúcar (que durante el verano tiene una buena cobertura del suelo) posiblemente tenga un efecto más importante que los cambios de superficie boscosa en el piedemonte”, alega. En conclusión, existen ecosistemas donde las inundaciones constituyen eventos normales y recurrentes, independientemente del estado de la vegetación, y hay otros donde el cambio en la cobertura vegetal juega un rol moderador de los efectos derivados de las lluvias torrenciales, especialmente cuando se suceden tan prolongadamente. Claudia Gómez López agrega que la pérdida y/o ausencia del arbolado urbano también contribuye negativamente. “El árbol da sombra, capta carbono y difumina el chorro de agua en una tormenta facilitando su absorción y haciendo menos violenta la cortina de agua”, detalla. Por otra parte, los expertos tucumanos resaltan que la cultura también tiene un papel importante. Arrojar basura en la calle o sacar los residuos domiciliarios en horas inadecuadas durante una tormenta, puede obstruir alcantarillas y canales. Por eso, consideran que es fundamental trabajar en la concientización de la población para que esto no ocurra. Grau propone como medida hacer una localización de áreas urbanas, agrícolas y de obras de infraestructura en zonas poco vulnerables a las inundaciones. Igualmente, y dado que no es posible relocalizar amplios sectores urbanizados, plantea que también puede trabajarse sobre sistemas de alarma para minimizar los efectos sobre vidas humanas y obras costosas en los sectores más desprotegidos.


5- El calentamiento no es ajeno

Los datos que el Servicio Meteorológico Nacional recopila desde hace más de un siglo, muestran que el volumen de lluvias creció un 20% entre 1961 y 2010 en nuestro país, y que la temperatura, en promedio, creció alrededor de 0,5°C. Grau resalta que no siempre hay correlación entre el aumento de temperatura y precipitaciones. “Sólo una toma rápida de decisiones, en vistas de resoluciones que propendan a amortiguar los cambios climáticos a nivel mundial, y políticas de prevención y mejoramiento local de todas las condiciones que repercuten en profundizar problemáticas como la de las inundaciones, posibilitarán a futuro hacerle frente a estos grandes cataclismos que suelen cobrarse pérdidas humanas y materiales”, señalan los profesionales en un comunicado elaborado por Conicet.