Entre quienes detestaban al tucumano Bernardo de Monteagudo (1789-1825) estuvo el historiador Vicente Fidel López. En su tan conocida “Historia de la República Argentina”, da rienda suelta a sus juicios. Afirma que “era un alma opaca y soberbia, que tenía por dentro divagaciones malignas y crueles” Se “le había puesto entre ceja y ceja que se parecía a Saint Just” (el sanguinario tribuno de la Revolución Francesa), y profesaba sus doctrinas: “el regicidio y la matanza de los adversarios políticos en masa, hasta purificar la sangre nacional de las heces que le había dejado la tradición”. Poseía “una elevadísima idea de sí mismo y hacía sentir la superioridad de su genio”. Era el suyo “un talento adusto y formulista, inclinado al fanatismo y a los medios extremos en todos los incidentes de la vida”.

Lo describe. “La figura de Monteagudo correspondía admirablemente a su carácter. Llevaba el gesto siempre severo y preocupado; la cabeza algo inclinada al pecho, pero la espalda y los hombros tiesos. Tenía la tez morena y un tanto biliosa; el cabello renegrido y ondulado; la frente espaciosa y de una curva delicada; los ojos negros y grandes, entrevelados por la concentración natural del carácter, y muy poco curiosos. El óvalo de la cara agudo; la barba pronunciada; el labio grueso y rosado; la boca firme, y las mejillas sanas pero enjutas”.

Agrega que “era casi alto; de formas espigadas; la mano preciosa; la pierna larga y admirablemente torneada; el pie correcto como el de un árabe”. En fin, “Monteagudo sabía bien que era hermoso y tenía tanto orgullo de eso, como de en sus talentos; así es que no sólo vestía siempre con sumo esmero, sino con lujo y adornos”.