Como se sabe, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) fue elegido diputado nacional por Tucumán en 1879. Doce años atrás, en carta a Máximo Terrero, fechada en París el 14 de julio de 1867 (y publicada por Ignacio Oyuela en 1920), se refería a los rumores sobre una eventual candidatura suya a esa banca del Congreso. Era Bartolomé Mitre presidente, entonces.

Su nombre había aparecido mentado en “la cuestión de candidaturas” y “estoy tan mezclado en ella como lo está usted”, decía a su amigo. “Soy el primer escéptico en ese punto. No crea usted que nadie quiera mi candidatura, porque yo no sería el instrumento ciego de ninguna pasión, ni del lado de las provincias, ni del lado de Buenos Aires. Yo comprendo el gobierno sin destierros, sin proscriptos, sin complicaciones, sin esas explosiones bárbaras y salvajes que son la verdadera revolución en sí misma”.

Preguntaba: “¿Cree usted que yo tendría muchos adherentes en esa manera de sentir el deber político del que gobierna? Yo soy predicador gruñón, intolerante tal vez en la palabra (jamás injurioso ni personal, si no me engaño), pero en la acción, nunca me abandona el santo temor de la justicia”.

Seguía. “¿Es esto lo que se entiende por arte de gobernar y ciencia del hombre de Estado entre nosotros? Mi candidatura no pasará de platónica, esté usted seguro de ello. Por fortuna, más modesto es mi deseo: es el de ver un pasable orden de cosas que no nos excluya, por nuestras buenas intenciones, como a enemigos de la patria”.

En otra parte de la carta decía que, si “a menudo hablo un lenguaje poco lisonjero”, es porque “creo que es franqueza en la emisión de verdades duras, lo que se necesita para traer las soluciones deseadas; no la lisonja halagüeña con que es fácil servir nuestros propios cálculos de ambición política”.