Pasaron casi 10 años de la última vez que el “Santo” jugó en la máxima categoría, y también pasó mucha agua por debajo de puente.

Atrás parecen haber quedado las frustraciones por esos dolorosos descensos de 2009 (de Primera a la B) y de 2011 (de la B al Argentino A), los problemas institucionales, las crisis económicas y las desazones por haber perdido oportunidades de volver a los primeros planos.

El 26 de junio de 2016, en Andalgalá (Catamarca), dio el primer paso en su resurrección. El ascenso a la B fue un bálsamo importantísimo para poder comenzar a cimentar el gran sueño de volver a codearse con los grandes de fútbol nacional.

Nada le fue fácil, mucho menos para un club acostumbrado a sufrir la gota gorda para poder alcanzar cualquier logro deportivo.

En julio de 2017, la dirigencia armó un proyecto deportivo importante. Incorporó jugadores de experiencia con el único objetivo de lograr el ascenso a la Superliga.

Las cosas no fueron como todos esperaban y a mitad de camino Diego Cagna debió bajarse el barco a raíz de que los resultados no eran los esperados.

En el arranque de 2018, Darío Forestello tomó la posta y le cambió la cara al equipo. Desde entonces se vio un grupo comprometidísimo con la causa, un San Martín agresivo, sólido y que comenzó a recuperar terreno de a poco. Sumó 22 puntos de los 33 y posibles y llegó a la última fecha con chances de netas de lograr el objetivo.

Es cierto que no depende de sí mismo (debe ganar y esperar que Almagro no sume de a tres en su visita a Puerto Madryn) pero las chances están y en La Ciudadela sueñan con el regreso a cada segundo.

En breve San Martín jugará el partido más importante de la última década, pero lo más importante es que ya recuperó su esencia. Si continúa por este camino, las buenas noticias no tardarán en llegar.