El célebre médico Eliseo Cantón (1861-1931), nativo de la hoy ciudad de San Isidro de Lules, exaltó las bellezas de la villa que vio de niño y la quebrada cercana, en un nostálgico artículo de la revista porteña “Caras y Caretas”, publicado el 1 de enero de 1905.

Revivía en su memoria “esa población agricultora, fundada cincuenta años atrás por el venerable anciano don Lorenzo Domínguez, refrescada continuamente por las brisas de la quebrada e interrumpida tan sólo en la tranquila monotonía de su silencio, por el destemplado tañido de las campanas de la capilla, o por el crujido estridente del primitivo trapiche de madera que fundó el progresista y malogrado industrial don Pedro Márquez”.

Deploraba que “el progreso” lo hubiera cambiado todo. El Lules de 1905 era muy diferente al de su niñez. “El vagón ha desalojado el carruaje; la caña de azúcar a los naranjales seculares; el estirado alambre al perfumado y alegre cerco de multiflor; el silencioso y pujante trapiche de acero al bullicioso de madera; el rápido movimiento del vapor a la acompasada marcha del buey; la centrífuga, de vertiginosa rotación, a la horma de barro de quietud desesperante. Y para que nada falte en esta serie de evoluciones progresivas con que la inteligencia humana esclaviza las fuerzas y los elementos de la naturaleza, hasta la fisonomía de las montañas ha variado fundamentalmente”.

Decía que aquella “vestimenta exuberante de los seculares cedros, nogales, laureles y tipas de antaño, ha desaparecido con el traje vaporoso, color verde nilo y estilo cultivo nuevo, que ligero y gracioso se extiende de los pies al talle, recubriendo cañadas y trepando colinas y cumbres”. En cuanto a la frondosa selva, “combatida cruelmente por la caña de azúcar”, va desapareciendo y “pronto se hablará de ella como de una leyenda”.