Una situación con ribetes dramáticos, muy especialmente en las horas pico de la mayoría de los días de la semana, sobresale, se siente y se padece en nuestra ciudad capital: el caos que genera el tráfico vehicular. Es tal los padecimientos que a diario se enfrenta en las calles de San Miguel de Tucumán que, esa sola referencia de una realidad bastante más compleja, debería movilizar a las autoridades municipales a resolver de manera urgente esta crisis del transporte urbano y sus consiguientes secuelas ambientales, sociales y urbanas.

Es conocido que más de 300.000 vehículos y alrededor de un millón de personas se desplazan a diario por la capital de la provincia, que es además, el eje del área metropolitana más importante y activa de la región. Esta verdad es tan grande como el hecho de que el crecimiento y el desarrollo de nuestra ciudad ha sido prácticamente desordenado, desprolijo y en cierta medida, alejado de una planificación estratégica. Ambas realidades se consideran -en gran medida- como las principales causantes del desorden que trasiega por las calles; otro tanto ocurre con las deficiencias que sobresalen en el entorno capitalino con defectos y secuelas prácticamente idénticas. Los expertos, distintos actores sociales competentes en la materia y hasta los propios funcionarios de la administración municipal advierten de la gravedad de esta situación y han trabajado en diagnósticos y propuestas superadoras; sin embargo, hasta aquí las respuestas y la reacción han sido parciales, tímidas y lentas respecto de la escala que se requiere, pero por sobre todo, coyunturales. A través de las cartas de lectores enviadas a nuestro diario, desde las distintas redes sociales, y por medio de críticas que marcan hasta los hechos habituales más mínimos de nuestra sociedad, la opinión pública viene reclamando una solución de fondo a esta práctica pesadilla cotidiana. Con calles y avenidas atestadas de vehículos de todo tipo, las transgresiones en el tránsito no han hecho más que multiplicarse, a tal punto que las estadísticas revelen un aumento exponencial de los secuestros de rodados y de las multas. La concentración en el microcentro de los principales edificios públicos que reciben a miles de usuarios, de una gran cantidad de colegios y escuelas y de cientos de comercios han convertido al espacio de unas pocas manzanas en un sitio colapsado. Por caso, un viaje en coche desde la zona sur hasta el centro y viceversa, que no debiera llevar más de unos cuantos minutos casi siempre termina convirtiéndose en un verdadero suplicio; un recorrido por las calles Santiago del Estero, Crisóstomo Alvarez, San Lorenzo, Corrientes, Maipú, Junín o por Salta-Jujuy podría derivar en una verdadera aventura, casi nunca exenta de incidentes y accidentes. Arterias virtualmente tomadas por taxis -como en los lugares donde atienden los centros de pagos a jubilados-, espacios por donde los ómnibus ocupan toda la calzada, estacionamientos en doble fila y la presión perturbadora del aluvión de motocicletas que circulan a toda hora forman parte de un panorama anárquico, injustificado y bochornoso. Aun cuando cualquier solución a esta crisis del tránsito vehicular debiera contemplar cambios de fondos y una planificación a largo plazo que involucre al municipio capitalino, pero también a los otros del área circundante, no parece descabellado apoyar el reclamo social que urge un reordenamiento del tráfico urbano y metropolitano, que haga eje en la implementación de medidas disciplinarias duras para con los conductores y en la reorganización de la gestión de calles, accesos y demás conexiones viales.