Se dice que el cuento actual hizo estallar las estructuras del contemporáneo en búsqueda de una nueva identidad. Incluso, se le dio un nuevo nombre: ‘postcuento’. Es difícil pensar en escapar a la tradición del género en el Río de Plata con la perfección que alcanzaron cuentistas como Borges, Cortázar, Onetti o Felisberto Hernández. Sin embargo, el presente del cuento se arriesga y sigue abriendo caminos de permanente exploración.

No todos están de acuerdo con esta revolución. “Me parece que el cuento ha venido resultando, como género, mucho más estable, más fijado en la tradición, que otros géneros literarios -por lo pronto, la novela— dice el escritor y crítico literario Martín Kohan, autor del reciente libro de cuentos Cuerpo a tierra (Eterna Cadencia, 2015)— No por nada las apuestas más notorias a la innovación literaria, como ruptura drástica o como experimentación formal, pero también como simple voluntad de lo nuevo, surgieron fundamentalmente como exploraciones novelísticas. El cuento, según creo, permanece más atado a convenciones. Borges ha sido, sí, un innovador en el género, por la manera en que lo combinó con el registro del ensayo; pero el riesgo de epigonismo con Borges es demasiado grande. Porque en definitiva no se trata de ‘escapar a la influencia’, como de la posibilidad de retomar esa influencia y transformarla. Ahí es donde el cuento es un género que a mi entender se mantiene bastante apegado a una tradición establecida, con márgenes de transformación no muy apreciables. Cortázar, Castillo, sí. Y no deja de llamarme la atención que César Aira decida llamar ‘novelas’ a algunos de sus textos que pueden contar con seis u ocho páginas: algo está señalando con eso.”

¿Hasta dónde pueden desestructurarse las piezas naturales del género? Dos escritores en otras lenguas aportan algunas pistas: La norteamericana Lydia Davis, autora de Ni quiero ni puedo (Eterna Cadencia) y representante de la llamada “Flash fiction”, explora la zona difusa entre géneros y consigue relatos brevísimos como destellos del lenguaje y las ideas; y el portugués Gonçalo M. Tavares construye miniaturas tan poéticos como filosóficos en obras como El barrio (Interzona). De algún modo son signos claros de que el género corto, cuento o no, está cruzando fronteras.

Oxigenación

Maximiliano Tomas, crítico literario y autor del reciente ¿Qué leer? (Random House, 2015) piensa que el cuento es el género ideal para experimentar. “Creo que luego de haber transitado una senda propia a lo largo de más de un siglo (de Lugones a Borges, de Cortázar a Castillo, de Fogwill a Lamborghini), en los años 90 y hasta mediados de la década del 2000 la producción de ficciones breves en la Argentina sufrió una suerte de agotamiento: la imaginación del fantástico se había vuelto repetitiva, y para ir en contra de los efectos del Boom y la literatura latinoamericana del realismo mágico se abrazaron sin reflexión crítica los postulados del llamado realismo sucio estadounidense. Recién a fines de la década del 2000 una nueva generación de cuentistas aportó oxígeno a esta larga tradición, por vías distintas, pero en general torsionando los preceptos del realismo a través de una imaginación deforme, que va de la violencia a la narración de lo freak, la inclusión de la tecnología en la vida cotidiana e incluso los modos de cierto neoclasicismo: Federico Falco, Luciano Lamberti, Pablo Natale, Félix Bruzzone, Pablo Ottonello, Nicolás Mavrakis, Samanta Schweblin y J.P. Zooey han inyectado con sus libros una energía vital a la historia del cuento contemporáneo argentino.”

En esa búsqueda por nuevas formas de extrañeza, el género corto quiere experimentar, fracturarse, pasar los límites de tiempo, espacio y así se reinventa. En ese camino parece haber asimilado a sus padres y abuelos literarios en las piezas de relojería de Samanta Schweblin, autora de Pájaros en la boca o el reciente Siete Casas Vacías (Páginas de Espuma), el horror de Diego Muzzio con Las Esferas invisibles (Entropía) o las atmósferas siniestras de Tomas Downey en Acá el tiempo es otra cosa (Interzona).

Tal vez la hibridez o su capacidad de captar la naturaleza fragmentaria de la sensibilidad contemporánea, conviertan al cuento actual en el campo de pruebas que mejor responde a estos tiempos. Como heredero de un arte que termina de suceder en la cabeza y el cuerpo del que lee, con suerte alcance ese brillo fugaz capaz de transformarnos.

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Verónica Boix – Periodista cultural.