Su contradicción lo derrotó. Scioli pasó 20 años preparándose para ser presidente. Regó su postulación con una actitud serena, conciliadora, dialoguista y estoica. En los últimos tramos de campaña fue todo lo contrario. El kirchnerismo ayudó a su confusión. Anoche, al reconocer su derrota, reapareció el otro Scioli, pero ya era tarde.

Macri nunca cambió. No se salió del libreto y festejó con la alegría de haber llegado a destino, pero con la cautela de quien prevé lo que vendrá. Sabe, precisamente, que el diálogo y la búsqueda de consenso son cuestión de Estado. La composición del Congreso le auguran largas y difíciles batallas. La sociedad le ha dado el mandato del diálogo y de la negociación. No le regaló una gran brecha de diferencia en el triunfo. Los argentinos no quieren más poderes hegemónicos. Tampoco están dispuesto a modificar algunos derechos adquiridos en la era K. Sí le dijeron basta a las formas de las que abusó el kirchnerismo innecesariamente.

Así será la nueva Argentina. Estará en la responsabilidad de ganadores y de perdedores enterrar las venganzas y los odios que no construyen. El nuevo país tendrá otra generación en el poder. Massa, que ayer no quiso perder su protagonismo, peleará desde su banca en el futuro y el salteño Urtubey buscará su destino desde el peronismo.

Manzur se dio con el gusto de decir que ganó las cuatro elecciones en Tucumán y buscó así limpiar su saco salpicado de fraude. En el PJ ayer se coreó “Manzur conducción”. Fueron mensajes para “Betty” y José. Manzur se fue del PJ sonriendo; Alperovich se retiró con gesto adusto.