Se ha cumplido un nuevo aniversario de cierto suceso previo a la gloriosa batalla de Tucumán, que merece recordarse. La primera semana de septiembre de 1812, el general Manuel Belgrano, desde su campamento en La Encrucijada de Burruyacu, envió a Tucumán al comandante Juan Ramón Balcarce, para hablar con el vecindario.

El luego general Rudecindo Alvarado, estaba en nuestra ciudad entonces. Ya anciano, en 1869, narró como testigo, en carta a doña Teresa Aráoz, lo que ocurrió luego. Balcarce les ordenó que entregaran todas las armas que tuviesen. Así se verificó, cuenta, “con las escopetas, sables, pistolas y hasta espadines de los cabildantes”. A Alvarado, como militar, le devolvieron el sable y pistolas.

Esto causó gran inquietud, sobre todo en Bernabé Aráoz. Entonces, en su casa se congregaron los vecinos, y nombraron una comisión para entrevistar a Balcarce. La integraban don Bernabé, el doctor Pedro Miguel Aráoz y Alvarado. Plantearon que no podían quedar desarmados “e inutilizar así los esfuerzos generosos que ofrecían, si el Ejército se resolvía a ayudarlos en su defensa”.

Entonces, “pidió el señor Balcarce mil hombres montados y una suma de dinero y el señor don Bernabé le contestó que en lugar de mil hombres serían dos mil lo que le ofrecía, y en cuanto a la suma de dinero, sería llenada inmediatamente”. Otros historiadores agregan que el pedido se reforzó, además, enviando esa comisión a entrevistar al propio Belgrano en La Encrucijada. El hecho es que de todo esto salió una feliz decisión: el Ejército del Norte haría alto en Tucumán para enfrentar a los realistas.