Un niño camina por un sendero. Va tranquilo, saltando y jugando. De pronto una víbora se cruza en su camino. El niño no sabe que la víbora está detrás, cada vez más cerca, hasta que siente el mordiscón en su pierna y entonces grita...


- ¡Mamá! ¡Mamá!

La madre llega corriendo y desesperada pregunta.

- Hijo ¿qué te ha pasado?

- Me picó una víbora...

- ¿Cobra?

- No. Gratis -responde el hijo.

Estallan las risas. Pero la escena continúa. La madre pide ayuda y, en un segundo, llega una ambulancia con personal para asistir al pequeño. Alrededor del niño está su madre, la ambulancia, el médico y una enfermera que pregunta.

- ¿Qué te ha pasado?

- Me picó una víbora.

- ¿Cobra?

- No. Gratis.

Un payaso que figura ser el director de la obra interrumpe.

- Corte. Corte. Corte. No no no. Tiene que ser más rápido. Vamos de nuevo -dice, mientras otro payaso simula volver a grabar con su cámara imaginaria-. Toda la escena se repite pero a una velocidad mucho más rápida y aumentan las risotadas. Después, el director pide que la obra se represente como en cámara lenta. Luego, que los diálogos sean en chino y en alemán. Después, que los actores bailen mientras repiten la toma y ya nadie puede contener las carcajadas.

En la risoterapia, a veces, el público es un niño. Sí, una pequeña persona en la cama de una habitación de hospital. Pero sólo eso basta para llenar el pecho de emociones. Un grupo de ocho jóvenes expertos en risoterapia representan un guión. Jonathan, de seis años, está internado en el hospital Eva Perón, de Banda del río Salí, tras haber sido mordido por un perro.

El niño escucha el relato y el asombro se dibuja en sus ojos. La sorpresa lo envuelve al principio hasta que en unos segundos lanza una mirada cómplice a su madrina Graciela y ya no para de reír.

Así como Jonathan, otros pacientes del hospital reciben, de manera sorpresiva, la visita de los risoterapeutas. En este grupo son jóvenes de entre 19 y 28 años, pero la profesora de teatro Flavia Armella aclara que cualquier persona -mayor de 16 años- puede sumarse a los talleres de risoterapia.

En seis o siete clases de una hora y media es posible aprender las técnicas para arrancarles sonrisas a los niños y también a los adultos. Es una tarea solidaria (ad honorem). Nadie cobra ni un peso. Ni la profesora de teatro, ni los jóvenes que ya egresaron del primer módulo. Vestidos con ropas multicolor; algunos con una peluca flúo y otros con nariz de payaso saltan, bailan, y hacen muecas como si estuviesen sobre las tablas. Cualquier habitación de pediatría, de la guardia o de rehabilitación puede transformarse en un escenario improvisado para la risa. La risoterapia también les sirve en la vida cotidiana. “Nos ayuda a enfrentar los problemas desde otra mirada. Con más tranquilidad. Además la risa es contagiosa y tenemos muchos beneficios, que empezamos a notarlos en la cara. No es lo mismo una cara de risa que una cara de...” explica Armella. Ella enseña risoterapia con técnicas especiales y contagia entusiasmo para que se sumen cada vez más voluntarios.

Daiana tiene 21 años, vive en Las Talitas y la primera vez que escuchó hablar de la risoterapia se copó con la idea y se sumó al taller. “Me hace sentir bien y puedo transmitir ese bienestar. Aquí vivimos momentos muy emotivos. El Día del Niño, al terminar una intervención, de la nada vino una chiquita y me abrazó. Eso fue muy fuerte para mi. Nunca me voy a olvidar eso”, asegura.

Ema es una nena que está en la habitación con su madre. Es la hora del almuerzo y la bandeja con puré y albóndigas parece que tendrá que esperar. La sesión de risoterapia está por comenzar para ella. Otra vez la puesta en escena.

- ¡Mamá! ¡Mamá!

- Hijo ¿Qué te ha pasado?

- Me picó una víbora...

El guión está en la mitad, la comida se enfría, pero el show debe continuar. Ema sonríe en la cama y parece olvidarse de sus dolencias. Los expertos en arrancar sonrisas en un hospital siguen su rutina de la obra. Ellos regalan momentos de felicidad con una nariz de payaso, una peluca, ropa de colores, y sobre todo mucha alegría en el alma. Con eso y las técnicas de risoterapia basta para contagiar felicidad. En el grupo esperan por más voluntarios.


Esperan por más voluntarios

- En el hospital Eva Perón se capacita en risoterapia.

- El programa está dividido en cinco módulos.

- Toda la actividad es solidaria “ad honorem”.

- La doctora Adriana Salado coordina el programa.