Los equipos ganadores tienen tres cualidades: templanza, agallas y corazón. Estudiantes es un equipo cuya filosofía de juego está atravesada por esos tres ejes. Sus grandes glorias, esas epopeyas que forman parte del ADN del club -como el mítico campeonato del mundo en Old Trafford o las históricas Copas Libertadores- siempre necesitaron de esos atributos para hacerse realidad.
Incluso hoy, en otra arena, esa lógica se mantiene viva en la batalla que Juan Sebastián Verón libra contra las autoridades de la AFA y, puntualmente, contra Claudio Tapia. En Santiago del Estero, esas características no desaparecieron. Y cada una tuvo un dueño. José Sosa fue el representante de la templanza; Guido Carrillo, el exponente de la valentía; y, para completar el trío, Fernando Muslera se convirtió en el corazón de un triunfo por 5-4 en los penales (tras el 1-1) frente a Racing, que desató las lágrimas de miles de hinchas de Estudiantes en el estadio Madre de Ciudades.
El gol de Adrián Martínez fue una daga para el equipo de Sebastián Domínguez. El partido había sido trabado, luchado, con muy pocas ocasiones claras para ambos lados. Racing, sin embargo, fue el primero en golpear. “Maravilla” supo aprovechar una combinación de errores y definió con una calidad espléndida. Un despeje hacia atrás de Leandro González Pirez, una trastabillada de Santiago Núñez y una mala salida de Muslera fueron el combo suficiente para que Martínez hiciera lo que mejor sabe hacer: definir. Esta vez, con un golazo, colocando un sutil globito que se perdió en la red de Estudiantes.
El golpe dejó en silencio y en jaque al “Pincharrata”. Quedaba poco tiempo en el reloj, pero esos son los momentos en los que se construyen los grandes campeones. Y fue allí donde Estudiantes sacó a relucir sus cualidades.
Sosa, que había ingresado desde el banco de suplentes, sabía que su momento iba a llegar. Esta vez fue a través de un tiro libre desde el sector derecho: había que colocar la pelota en una zona peligrosa, permitir que cualquiera pudiera conectarla. No importaban los modos; había que sumar. Y Carrillo, fiel a su olfato goleador, fue quien superó a sus rivales y logró cabecear la pelota. Fue el valiente, el dueño de las agallas, el que clavó la lanza en el instante justo para empezar a derrumbar la fortaleza académica. El gol estiró el partido al alargue. Treinta minutos más de tensión pura.
La prórroga fue paralizante. Las piernas estaban cansadas y los gestos lo delataban. Pero todavía tiraba el corazón. Racing incluso estuvo a metros de ganarlo sobre el final del segundo tiempo suplementario: Nazareno Colombo lanzó un centro y “Maravilla” conectó un potente cabezazo que Muslera logró desviar con una atajada decisiva. A esa altura, ya estaba claro que el partido se definiría por quién tuviera más coraje, más temple y más convicción.
El pesar “pincharrata”, sin embargo, no terminaría allí. En el segundo penal de la tanda, Edwin Cetré, la figura de Estudiantes, falló su remate. La desmoralización fue evidente. Los hinchas bajaron la mirada con desazón; los jugadores mostraron frustración en sus rostros. Pero si algo ha demostrado Estudiantes a lo largo de su historia es que nunca debe darse por muerto. Ni siquiera cuando todo parece perdido.
La serie parecía encaminada para Racing. Tenía ventaja y Gastón Martirena fue el encargado de ejecutar el cuarto penal. Muslera, en tanto, tenía la obligación de atajar para mantener con vida a su equipo. Y, mostrando toda su intuición y jerarquía, el uruguayo le contuvo el remate a su compatriota. Luego, con la tanda igualada, Franco Pardo falló el último penal y terminó de sentenciar las esperanzas de la “Academia”.
Y la moraleja de la jornada es clara: las academias se construyen a base de estudio. Pero los campeones se forjan en otra aula. En la del carácter. En la del sufrimiento. En la de los partidos que parecen perdidos y vuelven a jugarse con el corazón. Estudiantes no ganó sólo una final en Santiago del Estero. Reafirmó una manera de entender el fútbol y la historia. Con templanza, con agallas y con alma. Como lo hicieron sus viejas glorias. Como lo exige su gente. Como lo marca su escudo.