Detrás de cada tallo que se asoma y de cada hoja que se despliega en el jardín hay una historia invisible que muchas veces comienza en la cocina. En tiempos donde todo parece descartable, recuperar los restos de comida para darles una nueva vida se vuelve casi un acto poético: una manera de cerrar el ciclo y cuidar el suelo que nos alimenta.

Las cáscaras de huevo, por ejemplo, pueden convertirse en calcio puro para las plantas; los posos de café, que perfumaron tantas mañanas, son un abono natural cargado de nitrógeno; y las pieles de frutas o verduras, que antes terminaban en la basura, esconden un enorme potencial nutritivo.

El compost no es solo una técnica ecológica: es una filosofía de transformación. Implica comprender que nada se pierde, que todo puede volver a la tierra con un propósito. No se trata de lograr un jardín perfecto ni de volverse experto en agricultura urbana, sino de practicar un gesto de retribución hacia el entorno.

Pero no todo pasa por el compostador. Hay pequeños gestos que pueden marcar la diferencia:

- Enterrar cáscaras de papa o banana cerca de las raíces aporta potasio, fósforo y calcio.

- Usar ralladura de zanahoria o pieles de cebolla como cobertura orgánica ayuda a proteger el suelo.

- Espolvorear café usado sobre la tierra mejora la estructura del sustrato, aunque con moderación, ya que en exceso puede acidificarlo.

- Incorporar yerba mate seca y mezclada con otros restos permite sumar materia orgánica sin compactar el suelo.

- Las cáscaras de banana son un clásico entre los fertilizantes caseros: secas y molidas, se transforman en un polvo rico en nutrientes. En cambio, las cáscaras de cítricos conviene usarlas con precaución, ya que su acidez puede alterar el equilibrio del compost. Una alternativa creativa es hervirlas con clavo de olor y utilizarlas como repelente natural.

- El agua de cocción de verduras, siempre sin sal y una vez fría, también puede aprovecharse como fertilizante líquido, al igual que el agua del primer enjuague del arroz, rica en almidón y beneficiosa para la microbiota del suelo. Incluso el agua de remojo de legumbres puede reutilizarse antes de ir al desagüe.

- Otros materiales domésticos también pueden tener un destino verde: el cartón de los huevos desmenuzado sirve como mulch para proteger el suelo, las servilletas sin tinta y los restos de té en hebras se integran fácilmente al compost, y las flores marchitas o hojas secas del balcón completan el ciclo natural de retorno.

Eso sí, no todo es apto para la tierra. Restos de carne, huesos, lácteos o aceites cocidos no deben usarse en composteras caseras, ya que pueden generar olores y atraer plagas. Tampoco se recomienda incorporar restos muy ácidos ni plantas enfermas.

El arte de compostar no es una ciencia exacta, sino un proceso de ensayo, error y observación. Es, en el fondo, una forma de arte silencioso, que se expresa en lo cotidiano: en lo que antes se tiraba y ahora se transforma.