Donald Trump es un iracundo, Javier Milei también lo es y ambos comparten un rasgo que los acerca: la ansiedad como motor. Tal como se vio el martes pasado en esos 2:35 de la conferencia de prensa conjunta en Nueva York, cuando ambos se mostraron sentados en el borde de sus sillones, no hubo choque de egos, sino reverencias del presidente argentino quien se allanó ante el estadounidense como un discípulo ante su maestro.
No hubo competencia entre personalidades, sino que se observó algo bien complementario: dos personajes que sintonizan la misma cuerda, aunque Trump entiende mucho más de qué se trata el espectáculo político.
Justamente de eso se trató el show, más allá de los números que encandilaron a todos: carradas de dólares que estarán condicionadas al resultado electoral. En ese marco y para completar el cuadro no puede obviarse el paquete financiero que al día siguiente despachó el secretario del Tesoro, Scott Bessent con la lista de beneficios que podría recibir la Argentina si La Libertad Avanza logra una buena performance en las legislativas de octubre. Este punto es clave, ya que la ayuda está condicionada, explícitamente, al resultado electoral que no deberá ser medido en votos frente al kirchnerismo, sino en función de los apoyos que se generen para hacer funcionar el nuevo Congreso.
Para evaluar la situación lejos de la zanahoria de los dólares de variados formatos que como dice la tribuna “ya van a llegar”, hay que comenzar por los gestos políticos destinados a irradiar confianza. Así, la famosa parábola del banquero bueno que se le atribuye a John Pierpont Morgan se vio amplificada en la aparición conjunta del martes, por una teatralización que apuntó exactamente a lo mismo.
Según la historia, durante una crisis económica, un empresario endeudado y desesperado acudió a la banca Morgan en busca de dólares. El legendario banquero J.P. lo escuchó con atención, pero en lugar de ofrecerle dinero, que probablemente no iba a cobrar nunca, lo invitó a caminar por la calle.
Al final del paseo, el empresario le preguntó si finalmente lo iba a ayudar y Morgan le respondió: “Ya lo ayudé. Todos nos vieron juntos. Ahora, no dudarán en refinanciar sus deudas”.
Aquella caminata con el superpoderoso financista fue todo un símbolo de respaldo y de confianza y eso bastó -cuenta la anécdota- para que otros acreedores extendieran su crédito. No hubo dinero, pero sí reputación compartida. La puesta en escena de esta conferencia de prensa supuestamente conjunta resultó ser muy parecida, ya que el presidente argentino fue a pasar la gorra y su colega dijo públicamente y sin anestesia: “La Argentina no necesita un rescate”. Trump es seguramente también jugador de póker.
Milei casi no intervino y pasivamente dejó que el anfitrión hiciera varios saltos al vacío, uno de ellos que la cara del ministro de Economía, Luis Caputo se encargó de potenciar, cuando en apariencia confundió la próxima elección legislativa con una posible reelección. Los requiebros de Trump siguieron y fueron más dirigidos a su casi único amigo en América del Sur (“tiene mi respaldo completo”) que a las necesidades del país. “Lo hemos seguido muy de cerca”, avasalló luego Trump quien, en la frase más delicada de su exposición señaló, hablando en plural como los reyes y casi como un patrón ante su empleado: “estamos muy satisfechos con su labor”.
Si además, hay coincidencias ideológicas en temas como seguridad, migración, libre mercado o en la retórica anti-izquierda, el alineamiento se vuelve menos forzado, pero también más visible. Y suena obvio también que genera tensiones políticas en la Argentina, aunque también con otros actores internacionales que no comparten la visión, con China en primer lugar. Es evidente además que, debido a la explícita pérdida de autonomía diplomática, se le puede dificultar aún más a la Argentina negociar con bloques o países que están en la vereda opuesta, más allá de que la política exterior pasó a ser una parte más que visible de la grieta doméstica.
Frente al electorado, la gran pregunta a responder es si todos esos conceptos pretendidamente de apoyo le van a jugar finalmente a favor o en contra a Milei en términos electorales, A tan explícito acercamiento se lo analizó en la Argentina, a partir de la divergencia profunda de la grieta y con conceptos que van desde hablar de la más que vieja caracterización de “entreguismo” de parte de la oposición, a la misión casi celestial de aunar fuerzas con quienes pueden ayudar a que el país “se tiña de violeta”. Como se observa hasta aquí, pura política.
Al día siguiente, el secretario Bessent puso la zanahoria económica al alcance de la trompa del mercado e hizo un posteo que delineó la eventual ayuda bajo ciertas condiciones. En primer término, marcó la cancha y le puso fecha a la ayuda: “inmediatamente después de las elecciones”, dijo y luego detalló las cuatro vías del apoyo que se estudiaban con las necesarias salvedades que complementaron el acting de Trump: apoyo político y promesas financieras.
Claro está que el menú que marcó obnubiló a los mercados que, en cuestión de segundos, empezaron –no sólo para bien del ministro Caputo, sino de todos- a pegar la vuelta. Lo que dijo Bessent fue muy apreciado, pero casi a cada ítem financiero le sumó un pero político después: 1) compraremos bonos “cuando las condiciones lo justifiquen”; 2) habrá un stand-by “significativo”; 3) un swap de monedas por U$S 20 mil millones, número que se presume podría contener lo necesario para cancelar el swap chino y 4) comprar deuda primaria o secundaria. Y como último punto, prometió interesar a empresas para que inviertan “en caso de un resultado electoral positivo”. Clarito así, con todas las letras.
¿Qué significa esto último en relación a la escenificación del principio? Que la jugada de Trump nunca pretendió ser económica sino política, dándole elementos al amigo para que zafe de la encerrona en la que lo metió su ego y la improvisación de sus armadores, con la polarización como bandera. Si el kirchnerismo quiere polarizar “allá ellos”, quizás se le sugirió desde la lógica: lo que tiene que sumar el Presidente son socios en las bancas después del 10/12 y no votos el 26/10.
Porque se trata de casi el único aliado que Trump tiene en América del Sur, más allá de números y ayudas, lo que se le ha pedido a Milei es un poco de cordura política para que no se caiga y el kirchnerismo le vuelva a birlar las mayorías legislativas (y le haga la vida imposible) dos años más.
Fundamentalmente, que deje de jugar al desprecio con los potenciales acompañamientos (gobernadores, sobre todo), a quienes probablemente se le recomendó retomar. Si se le pidió también sacarse de encima a quienes contribuyeron a hundirlo políticamente hasta acá no se sabe, pero se sabe que en ese combo está incluida su hermana, nada menos.
La idea sería que el Presidente gane músculo político durante este mes que le queda antes de las elecciones y que explique, de una buena vez, que el verdadero triunfo electoral no se dará por ganarle al kirchnerismo en las urnas (berenjenal en que también lo hicieron meter sus asesores), sino por saber armar las alianzas legislativas que le sumen manos levantadas a su proyecto para poder aprobar el año próximo al menos tres de las leyes consideradas estructurales: las reformas tributaria, laboral y previsional.
En definitiva, el encuentro con Trump no fue una cumbre económica, sino una escena cuidadosamente guionada por el “amigo americano” para proyectar poder, respaldo y alineamiento ideológico en clave electoral.
Milei no volvió con dólares, sino con una foto que busca blindarlo ante los mercados y reposicionarlo frente a una interna política que lo exige más negociador que provocador. El mensaje fue claro: si quiere gobernar con reformas, necesita construir mayorías, no sólo agitar las banderas de la disrupción. Eso “ya fue”, podría decirse. Y si el respaldo de Washington se traduce en votos, será por la credibilidad que logre irradiar en este último tramo y no por la teatralidad de todos estos gestos.