La ciudad austríaca de Graz fue escenario de una masacre: el martes, un joven de 21 años ingresó armado y abrió fuego. 11 muertos, entre ellos estudiantes, docentes y el propio agresor. Según confirmaron las autoridades, y tras los primeros indicios de la investigación, el autor de la masacre fue un ex alumno que había sido víctima de bullying y acoso escolar. Tenía permiso legal para portar armas, no tenía antecedentes penales y se suicidó tras el ataque.

El caso shockeó a Europa y al mundo entero. No solo por su brutalidad, sino porque vuelve a poner en agenda el bullying y un cuestionamiento incómodo: ¿qué pasa en nuestras sociedades cuando los jóvenes sienten que no tienen lugar, voz ni vínculos? 

Natalia Quiroga, psicóloga referente del Programa de Mediación Escolar del Ministerio de Educación, lo resume en una palabra: soledad. “No ser parte, no lograr una red de vínculos sanos dentro del curso o en la vida cotidiana de una escuela. Esa soledad, cuando se exacerba, se mezcla con conductas de violencia. Se habilitan formas de trato y discursos que antes eran impensables”, explicó.

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Quiroga argumentó en que el problema no son los adolescentes, sino la indefensión de los adultos frente a lo que sucede. “Hay algo que nos está pasando a nosotros. Estamos sumergidos en una incertidumbre que nos impide mirar, escuchar, detectar. Y si el adulto no está, los chicos quedan a merced del grupo”, reflexionó.

¿Dónde están los adultos?

Victoria Desjardins, directora de Educación de Yerba Buena, observó el debilitamiento de los roles adultos como marcadores de límites y contención, como otro de los fenómenos que hay que poner sobre la mesa.

“Hoy, un docente que intenta corregir una falta puede ser cuestionado por los propios padres. Hay una falla estructural. Estudiantes sin límites en casa que tampoco los reconocen en la escuela. Y eso genera un escenario sin reglas claras, donde el respeto se desdibuja”, afirmó.

La psicóloga Quiroga añadió al respecto: “No se trata de ‘dar clases sobre cuidado’ como algo separado, sino de enseñar a cuidarse mientras se aprende. Que el aula sea un espacio donde se pueda hablar, preguntar, armar vínculos. Pero para eso, el adulto tiene que estar disponible y convencido de que vale la pena”.

Cuando todo se vuelve visible (y viral)

Una paradoja de estos tiempos es que la violencia muchas veces se vuelve visible sólo cuando estalla o cuando se viraliza en redes. Un claro ejemplo en nuestra provincia tuvo lugar en una escuela de Acheral, cuando un alumno apuñaló a un compañero de 14 años  durante una clase de educación física. Claro, no fue -ni será- el único caso. En la provincia, a diario se producen muchos casos violencia en las escuelas y colegios tucumanos y muchos de ellos no trascienden. A ellos asisten alumnos de distintos tipos de clases socioeconómicas. 

CONFESIONES. Alumnos de la escuela de Acheral hablan con LA GACETA. Allí, dos alumnos protagonizaron un enfrentamiento con un cuchillo. FOTO DE FRANCO VERA

Pero la pregunta, expresó Desjardins, es qué pasa antes. “Hay una tendencia generalizada a invisibilizar los conflictos hasta que es demasiado tarde. Y frente a una amenaza real, muchas instituciones todavía dudan en activar protocolos por miedo a exagerar”, señaló.

Quiroga por su lado subrayó que la visibilización puede ser también una oportunidad. “Si lo ponemos en foco, se puede hacer algo distinto. La escuela no puede sola, pero desde el sistema educativo sí se puede proponer otra cosa. Hay que dejar de pensar que el sufrimiento es problema del chico. Hay que reconstruir redes”, planteó.

Una sociedad individualista

Melina Bella, psicopedagoga, aportó su mirada en este análisis, al afirmar que la violencia no nace en la escuela, pero muchas veces se manifiesta ahí, porque es el lugar donde los chicos pasan más horas, donde deberían sentirse parte. No obstante, las instituciones educativas ya no puede delegar en las familias funciones que muchas veces están desdibujadas por la crisis social.

Según Bella, los vínculos afectivos tempranos, tanto en el hogar como en la escuela, son fundamentales para prevenir la violencia. “Son la base de toda relación posterior. Si una persona tiene cuidadores que responden desde sus primeras etapas con seguridad, afecto y límites, logra una mayor consolidación. Educar con valores, respeto por el otro, empatía, pero también con herramientas para defenderse sin violencia, son pilares importantes”, remarcó.

Quiroga, en tanto, volvió a tomar la posta para proponer: “Estamos frente a un modelo individualista, donde cada uno sobrevive como puede, y eso rompe el lazo social. La escuela debe proponer otra lógica. Una que sea colectiva, comunitaria. Pero no con afiches en efemérides, sino con prácticas reales, sostenidas y compartidas”.

Lo que pasó en Austria es, sin dudas, un extremo. Pero no se debe pensar que estamos lejos. Cuando un adolescente se convierte en agresor, no lo hace de la noche a la mañana. Hay señales. Hay historias. Hay contextos.

Y también hay oportunidades. Como señalan quienes trabajan todos los días en las aulas, el conflicto también puede ser una oportunidad para repensarnos. Para preguntarnos, como sociedad, qué miradas ofrecemos a los más jóvenes. Y qué estamos dispuestos a cambiar, los adultos, para no llegar a lamentar lo que pudo haberse evitado.

SEGURIDAD. La policía de la ciudad de Graz, en el día de la tragedia en la escuela. AFP