El peronismo, ese espacio político indescifrable o difícil de encasillar para algunos, llega a un nuevo 17 de octubre -el Día de la Lealtad en la liturgia de los compañeros-, sin un único conductor, sin esa figura carismática y aglutinadora al que la mayoría militante del movimiento considera el líder al que hay que seguir y expresar lealtad. 

La referencia al peronismo es a partir de la concepción movimientista -como se considera este espacio desde la teoría-, no de sus matices con sus respectivas caracterizaciones populares, como lo es el kirchnerismo o lo fue el menemismo, con sus defectos y virtudes. 

El justicialismo sigue subsistiendo, tal vez avergonzado por los desastres que vienen acumulando en su nombre los que tienen responsabilidades gubernamentales, por los hechos de corrupción de figuras del partido y por los desaciertos de gestión que han conducido al país a tener los peores índices de pobreza y una inflación imparable. Se podrá escuchar por ahí “esto no es peronismo”; de boca de algunos más sentimentales y más ortodoxos del PJ. 

De boca de la oposición está más que claro: el culpable de la crisis y de las inmoralidades -“Chocolate”, Insaurralde, fiestas vip en pandemia, etc, etc- es el kirchnerismo, caso Patricia Bullrich. ¿Hace una distinción consciente para dejar afuera de la acusación al peronismo y apuntar a esta agrupación interna liderada por Cristina? Si identificó como el peor al sector “K” no se puede menos que atacarlos, y con virulencia, como lo hace la candidata presidencial. 

Los peronistas que eventualmente no se sienten identificados por el kirchnerismo, ¿a quién están mirando como un posible jefe a futuro del espacio peronista? Como suele suceder en la historia de esta fuerza política nacional, a sus diferencias internas suele resolverlas en elecciones. 

La votación del domingo no escapa de esa regla, y es Sergio Massa el que podría -y quiere- convertirse en ese líder que ahora buscan los compañeros que aún siguen confiando en los postulados, o la doctrina, del PJ. Claro, “pequeño detalle”: para que el candidato de Unión por la Patria sea el conductor tiene que convertirse en presidente de la Nación. 

Para eso tiene que sortear dos grandes obstáculos electorales: Milei y Bullrich y, además, sortear la desconfianza y el descontento de las huestes propias, desanimadas por la gestión de los Fernández, Aberto y Cristina. 

Hoy por hoy, no hay un líder en el peronismo, el que dé el último discurso en un día como hoy; sólo hay jefes grupales. No está esa persona al que se le jure lealtad porque es el líder indiscutido. Massa, pese a todas las contras que tiene -más que sus adversarios electorales-, sueña con ser el conductor de los compañeros.  Sabe que si llega a la Casa Rosada será el nuevo Menem o el nuevo Kirchner, o el líder de la ancha avenida del medio dentro del espacio que nació aludiendo a la tercera posición. 

En suma, el día de la lealtad haya al PJ sin un único conductor político, pero con un dirigente que aspira a conducirlos a todos. Pero, como se dijo, para eso debe ganar los comicios, nada más y nada menos. Si eso no ocurre, el peronismo entrará en un proceso interno de ebullición y de reacomodamientos, como cuando sucumbió electoralmente en 1983 y tuvo que iniciar un largo camino de renovación, buscando al que los una y conduzca a la victoria nuevamente.