Dos Argentinas

Dos Argentinas

Por César Chelala - Columnista invitado.

30 Enero 2023

A pesar de que hace muchos años que no vivo en Argentina, sigo tan interesado en lo que ocurre en mi país como cuando vivía allí. Si bien este alejamiento puede menoscabar el valor de mi opinión acerca de los males que aquejan a la Argentina, creo que esta mirada y reflexión desde la distancia, alejada de intereses partidarios, puede aportar una perspectiva diferente y no menos valiosa sobre lo que ocurre en nuestro país.

Sigo atentamente lo que ocurre en Argentina, asi como la trayectoria de aquellos argentinos que se destacan en otro país. Me involucro apasionadamente en los éxitos de nuestros deportistas, artistas, científicos y ciudadanos en general así como lamento el accionar negativo de muchos compatriotas.

“No lo tomes en serio, no es una afrenta personal” –suelo escuchar con alguna frecuencia--, pero quisiera contarte un chiste increíblemente gracioso sobre los argentinos. De recibir mil pesos por cada vez que escucho el chiste de Gabriel García Márquez sobre cómo se suicida un argentino (“salta desde su ego”), en estos momentos sería millonario (aunque en pesos argentinos…).

Se ha hablado mucho de una grieta política en Argentina, pero creo que el problema que aqueja a nuestro país es diferente. Encuentro dos perspectivas políticas, ambas extremas, que parecieran irremediablemente enfrentadas. Son dos versiones radicalmente distintas sobre el papel que debe jugar el Estado en promover el bienestar de sus ciudadanos.

Por un lado, están aquellos involucrados en la práctica del “dadivismo”, quienes consideran que es la obligación del gobierno de turno subsidiar su costo de vida. Este sector de la población vive gracias a las dádivas de Estado sin importarles de donde proviene ese dinero, ni quien costea esas partidas presupuestarias y mucho menos el impacto de esas medidas en el desarrollo económico del país, que incluye crear y fomentar fuentes de riqueza para financiar hospitales, escuelas, universidades, comedores populares, obras públicas y otros servicios que el Estado debe financiar para quienes no pueden trabajar y necesitan genuinamente de esos subsidios.

Por otro lado, están aquellos que creen que solo tienen que ser remunerados aquellos que hacen buen trabajo, reservando los subsidios para los realmente necesitados. No es posible mantener una economía en crecimiento con la carga presupuestaria que supone la cantidad de personas dependiendo totalmente del Estado. Actualmente, el 62 por ciento de los ciudadanos depende todos los meses de un cheque del Estado para sus gastos diarios, una cifra que pone en jaque a la economía del país.

A pesar que el trabajo y la producción suelen identificarse como las fuentes más importantes del desarrollo económico de un país, los gobiernos de turno no pierden oportunidad para declarar días feriados, donde no solo no se trabaja sino que los alumnos no van a clase. ¿Hemos inventado los argentinos la forma de progresar económicamente sin una verdadera cultura del estudio y del trabajo?

Aquellos que dependen inmerecidamente de las prebendas del estado suelen hacer alarde de su típica “viveza criolla”, sin distinguir la diferencia monumental entre esa “viveza” y el “ingenio creativo”. Ha sido este ingenio creativo y la cultura del trabajo la que nos ha dado profesionales y científicos de la talla del Dr. Luis F. Leloir y el Dr. René Favaloro, artistas consagrados mundialmente como Martha Argerich, Daniel Barenboim, y Miguel Angel Estrella, y deportistas como Lionel Messi, para nombrar solo algunos de los muchos argentinos que honran a nuestro país.

Tuve la suerte de trabajar en la Fundación Campomar en un laboratorio contiguo al de el Dr. Leloir. Fui testigo de cómo todos los días cumplía la misma rutina de trabajo sin que nada, ni nadie, desviara su atención de sus tareas de investigador. Este mismo patrón de conducta distingue a todos los nombrados anteriormente: son o fueron excepcionales porque trabajaron en su oficio con excepcional seriedad.

Lamentablemente nuestro país ha venido perdiendo, aceleradamente, aquellos logros que lo hicieron uno de los países líderes de América Latina. ¿Qué pasó con nuestro destacado nivel de educación que actuaba como un imán para estudiantes de otros países? ¿O con nuestra industria editorial, también destacada por libros que se distribuían masivamente en todos los países de habla hispana? También podrían incluirse tantas otras industrias que han ido desapareciendo o disminuído notablemente su calidad original. Esa precipitada decadencia es como si un tsunami de excepcional violencia las hubiera hecho desaparecer.

Pasamos de ser, 100 años atrás, uno de los países con mayor ingreso per cápita del mundo, a un país con una deuda externa prácticamene impagable, con niveles de pobreza vergonzosos para un país con nuestros recursos naturales. Según las estadísticas del último “Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) la pobreza monetaria alcanza al 43.1 por ciento de la población, afectando a más de 18 millones de argentinos, mientras que el índice de indigencia es del 8.1 por ciento,

Mientras antes de comenzar la Primera Guerra Mundial la Argentina atraía oleadas de inmigrantes (en 1914 la mitad de la población de la Ciudad de Buenos Aires había nacido fuera del país), hoy en día una enorme cantidad de jóvenes desea emigrar, desanimados por la falta de oportunidades, la inseguridad física y jurídica, y la crónica inestabilidad económica y financiera.

Mientras tanto, la Argentina continúa desperdiciando oportunidades. No se observa un análisis sostenido sobre las causas de los males que aquejan al país, ni una catarsis de parte de la clase gobernante (cualquiera sea el gobierno de turno), empresarial, sindical y dirigente. Tampoco se ve un esfuerzo por corregir aquellos factores que desencadenaron el deterioro progresivo del país. Esa autocrítica, sin embargo, constituye un paso imprescindible para promover las condiciones que permitan un sano desarrollo y el fortalecimiento de las instituciones de gobierno. Esta actitud es un comienzo inevitable y necesario para lograr el país vibrante que generaciones de argentinos se merecen.

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