El viaje a Lusail: volver a Rusia, cruzarte con mufar y romper sus maleficios

El viaje a Lusail: volver a Rusia, cruzarte con mufar y romper sus maleficios

El viaje a Lusail: volver a Rusia, cruzarte con mufar y romper sus maleficios

Ruedo por las calles de Souq Waqif como si hubiera aislado lo inminente, el viaje hacia ese paraíso llamado Lusail. En poco más de tres horas la Selección cruzará destino con Croacia, tan sobria como peligrosa. Levanto el dedo y pienso en una brújula. No sé si será el destino o la casualidad pero la brisa me empuja suavemente hacia el corazón del Zoco, a la estación de ómnibus exclusiva de los hinchas, exclusiva con destino a la primera semifinal del Mundial de Qatar.

Nuestra unidad no es la mejor, nos toca a los de avanzada un bondi estilo de línea, con asientos incómodos pero que en Tucumán sería este bus como subirse a un Rolls Royce por la estrafalaria suma de $84. El aire acondicionado, la cero emisión de gases tóxicos, la higiene del interno 708 y los dos televisores con el mapa de Doha y una flecha para chicatos indicándonos el camino del GPS hacia la casa dorada donde Argentina ya está preparándose, nos ayuda a desviar la atención en el confort. Andando, señor chofer, estamos a 52 minutos de la llegada..

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Cómo olvidar aquella noche del 0-3 en Nizhni Novgorod, cómo olvidarla. Me quedo con el principio del fin en el mini fan fest de una ciudad industrial intentando adherirse al futuro: el error de Willy Cavallero cuando la cosa era de palo por palo, y hasta luego.

El viaje a Lusail: volver a Rusia, cruzarte con mufar y romper sus maleficios

Me quedo con ese principio y ese fin porque lo que vino después fue la descompresión de los hinchas sin entradas en la ciudad y el dolor de saber que la eliminación podía convertirse en realidad si no ocurría una serie de milagros, además de nosotros ganarle en la última fecha a Nigeria.

La peregrinación de los desolados hinchas argentinos fue la imagen que me llevé de una ciudad que nos sonrió únicamente porque el hotel donde íbamos a alojarnos nos corrió la reserva y nos mandó a uno mejor. Después, nada para contar y mucho para llorar.

Por eso cuatro años y medio después, los que estuvimos allá y volvemos a encontrarnos acá solo miramos el pasado con un poco de desprecio y confirmando que la pesadilla, ni en martes 13, va a volver a repetirse.

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Vuelvo a Doha, a la estación, a la ruta rumbo a Lusail. La rareza de viajar en bus y no en subte es inmensa, no por el tiempo sino por la percepción de que estoy rodeado de camisetas argentinas pero sus dueños no son argentinos. Cosa rara, es decir normal en el Emirato. Miro hacia el frente y dos indios chatean intentando descifrar el cancionero de los nuestros. Y veo detrás de mis hombros a una mujer de origen japonés preparando su celular de tres cámaras, una portátil y otra con gran angular pequeña apostada en su pecho. Les diría, debe ser documentalista. Entonces, me dice, “Lusail Boulevard”. “Sí, hacia allá vamos”.

“You will see”, sí, sí ya veré.

La señora no me estaba toreando, me estaba anticipando sobre el impacto visual de ingresar a este boulevard preparado para ser completamente habitado dentro de cuatro o cinco años. Cuatro ruleros en fila de no menos de 50 metros serán oficinas de alquiler. En medio de ellos, el diseño de una ballena de luces flota como levitando. A los costados de la ballena, tribunas. Es un anfiteatro.

La imagen hacia la pendiente nos regala una marea humana de gente, ambos carriles peatonales explotados de público.

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Y a medida que caminamos, que nos acercamos a Lusail nos atrapa la sorpresa de ver al “tigre” de Bangladesh haciendo fiesta para Croacia. O a unos árabes sueltos de lengua gritando de que la Selección perderá. Innecesario pero bueno. Quizás sintieron que están en posición de impunes y la ley no los apercibirá por malos modales.

Sorprende la limpieza, como siempre. Y sorprende lo descontracturados que están los argentinos. Estamos a dos horas del partido y hacemos lo de siempre: cantar y alentar a Leo y sus compadres. Así somos nosotros.

Ya en el playón de la entrada al estadio, el calor siento como un verano tucumano, fuerte y húmedo.

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Y ya dentro de Lusail, cuando faltan menos de 10 minutos para el partido, las gradas marcan quiénes ganaron en sumatoria de camisetas. Obvio, las argentinas.

Entonces vemos salir a Lionel, a los muchachos, a Croacia. Escuchamos el Himno, nos emocionamos, nos golpeamos el pecho y gritamos con la fuerza de un terremoto, ¡Vamos Argentina!

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