Cartas de lectores: “señorita maestra”

Cartas de lectores: “señorita maestra”

03 Diciembre 2022

Una vez me dijo un compañero docente: “Yo la tuve en primer grado y es como mi mamá”. Hablábamos de aquella que habiendo cumplido sus jóvenes 17 años, recién recibida de maestra, tuvo la visión, el coraje y la decisión de crear su “escuelita” en Villa Caraza, Lanús, un barrio igual a cualquier otro barrio de las periferias de todas las grandes ciudades de nuestras provincias. Hace 60 años, sorprendió con su obra a esos “carasucias”, que jugaban descalzos en las calles de tierra, que pateaban pelotas inventadas con trapos, papeles, medias rotas o juntaban sus chirolas para comprarse “la pulpo chiquita”, de goma y rayada como las rodillas de los pibes. Las chicas, por un momento dejaron el elástico, suspendieron la gallina ciega o la canción del “Pisa pisuela color de ciruela”, para ver cómo en su entorno “la seño” Susana Diz creaba de a poco, sueño a sueño y peso a peso, su Colegio del Castillo. Con el comienzo de las clases, las veredas rotas por las raíces de algún jacarandá y los ligustros que se mezclaban con alguna morera en el frente de las casas hechas a pulmón, fueron testigo de un nuevo rito: en la puerta esperaba un beso a cada niño al llegar, un saludo afectuoso a esa mamá o papá, abuela o abuelo, que le entregaban cada día en custodia su tesoro. Y ella los recibía así, como lo más precioso que le podían entregar esas familias, para que ella, “la seño Susana” les transmitiera todos sus conocimientos, junto con los valores que los hicieran personas de bien. Poco a poco, fueron llegando otras “seños” y “profes” para ayudarla a recorrer estas seis décadas de acompañar el crecimiento de esos niños que formaron sus familias, viajaron, estudiaron en la universidad, fueron comerciantes u obreros. Siempre respetando los valores aprendidos, la dignidad del trabajo, la importancia del esfuerzo para cumplir con los sueños, la generosidad del afecto sin medida, el respeto por los mayores, la pasión y el amor que debe ponerse en la tarea diaria y el saber agradecer a aquellos que nos hacen la vida más bella. Por eso escribí esta carta. Porque hace unos días “su escuela y nuestro hogar” me hizo un reconocimiento por mi jubilación, cuando nadie más que ella merece homenajes. Así de simple es esta historia, una maestra, que después de 60 años sigue enseñando con sus actos lo que es la generosidad, el respeto por sus colegas, el amor por las personas que la ayudan a sostener su Castillo. Yo ya me jubilé, pero “la seño” no tiene descanso; la pueden encontrar todos los días en la casa convertida en el hogar de todos los niños del barrio, trabajando en la escuela, pero está muy claro que no es una “trabajadora de la educación”; ella es, fue y será gracias a Dios, “señorita maestra”.

Miguel Ángel Reguera 

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