En torno al lenguaje inclusivo

En torno al lenguaje inclusivo

10 Julio 2022

No es un asunto gramatical

Por Santiago Garmendia para LA GACETA - TUCUMÁN

En un artículo provocador (“Wittgenstein, Carlos V y el lenguaje inclusivo”, publicado en este suplemento el domingo pasado), el Prof. Gonzalo Peltzer despliega el siguiente argumento. En español tenemos dos palabras, hermano y hermana, donde la palabra hermano tiene a su vez la forma más abstracta de uso que engloba a ambos géneros. Esto lo diferencia de otros idiomas, que tienen dos palabras (brother, sister, por ejemplo en inglés), una para cada concepto y no puede no señalarse el género. De allí que para Peltzer hermano es inclusivo (juego de palabras de por medio), por incluir al femenino, mientras el femenino es exclusivo, se aplica sólo al género femenino. Desde luego que hay una falacia de equívoco de la expresión inclusivo, pero es parte de su juego. El problema es que basa toda su idea en ese juego retórico. Me extraña que señale que cuando construimos, inventamos una palabra (en este caso hermane), empobrecemos la lengua y la razón humana. No me queda claro el empobrecimiento. Otros idiomas, como el inglés, tienen palabras para el abstracto, por caso sibling. Siguiendo su idea de que a más palabras, más conceptos, y, a más conceptos menos animales somos, está dando en realidad un argumento a favor del inclusivo (o en contra del español). Si se parte desde que ya está el concepto dado por la acepción abstracta de hermano, sumar el hermane estaría más cerca del ideal de una palabra por cada concepto, como quería Wittgenstein en el Tractatus con la distinción símbolo-signo. Ni siquiera roza otros temas relacionados, como el binarismo, así que no voy a abrir este filo de la polémica.

A la par se encuentra un asunto de empobrecimiento no cuantitativo de la lengua con respecto a sus funciones más altas. Cada una de las lenguas, señala Peltzer, tiene una meta. “Esto explica la importancia de leer y también que haya lenguas más adecuadas para la filosofía, o la teología, o para las ciencias duras, la lógica o la matemática.” Los hablantes de un idioma estamos marcados según Peltzer para una de esas u otras disciplinas -menos los poliglotas Carlos V y el propio Peltzer. Es la misma idea elitista que expresaba Heidegger al decir que con el francés no se podía hacer buena filosofía. ¿Es el italiano el idioma del amor? ¿Cuántos de nosotros, sin ir más lejos, nos consideramos capaces de amar aun desconociendo la lengua de Dante? ¿hay lenguajes más aptos para la teología y otros para la etología, unos hablamos con Dios y otros con los caballos?

Yo no uso el inclusivo, pero no lo excluyo. El lenguaje es una realidad compleja y difíciles sus destrezas. El inclusivo no es un asunto gramatical, ni el lenguaje. Es una época difícil para enseñar, soy profesor y pasé por varios públicos y estoy de acuerdo con que el desconocimiento del idioma es una de las grandes barreras para enseñar y aprender. Pero justamente creo pocas cosas nos han hecho reflexionar tanto sobre el lenguaje como el debate inclusivo. Esta polémica es uno de los ejemplos. En estos días, donde se lo usa y donde se lo critica, los alumnos debaten y piensan la lengua y las distinciones que se hacen a través de ella con más precisión que hace años. Hay buenos y malos hablantes, pero los que usan el inclusivo no son del último grupo. Al contrario. Pienso a veces -y es la razón por la que no lo puedo usar- que es una especie de versión ilustrada, alta, demasiado sutil de nuestra lengua.

© LA GACETA

Santiago Garmendia - Doctor en Filosofía, escritor.

Una interpretación equivocada

Por Cristina Bosson para LA GACETA - TUCUMÁN

Coincido con Gonzalo Peltzer (“Wittgenstein, Carlos V y el lenguaje inclusivo”) en que Wittgenstein es el filósofo del lenguaje más importante, y es uno de los más interesantes, ya que nos provee de nuevas herramientas para pensar; pero aquí se acaban las coincidencias. Por un lado, la interpretación que propone del Tractatus es equivocada; Wittgenstein no habla en esta obra de conceptos universales sino de la forma lógica del lenguaje, afirmando que coincide con la estructura del mundo; por este isomorfismo el lenguaje puede ser una figura del mundo (o un “retrato”, según la traducción al español más reciente). Tecnicismos aparte, es quien mejor ha podido mostrar la relación entre sujeto, lenguaje y mundo. Pero no es en esta obra sino en su segundo período de este pensador en el que encontramos conceptos que nos permiten abordar el tema del lenguaje inclusivo de manera más interesante. El 2° Wittgenstein ha abandonado el enfoque lógico y analiza al lenguaje en relación con la praxis: desde este punto de vista el significado no es otra cosa que el uso de las palabras en el marco de sistemas de reglas a los que llama “juegos de lenguaje”. No hay, por lo tanto, posibilidad de formular definiciones esencialistas; la normatividad es social, el lenguaje es una forma de vida y cambia con ella, los cambios en el lenguaje reflejan cambios en la forma de vida. Por esto, desde aquí podemos decir que será el tiempo y los hablantes quienes decidirán la suerte del lenguaje inclusivo y sus reglas, no el diccionario ni las restricciones o las imposiciones que se pretenda hacer. El prof. Peltzter está en su derecho de considerar que no es buena idea rebajar el nivel de abstracción del castellano, pero no puede apelar al aval de Wittgenstein para justificarlo.

© LA GACETA

Cristina Bosso - Doctora en Filosofía, profesora de Antropología filosófica.

Madre superiora y bella durmiente

Por Gonzalo Peltzer

Ya sabe que el idioma es lo más democrático que hay. Lo hacemos los hablantes hablando y no hay autoridad que pueda imponerlo. Todos los intentos -que no han sido pocos- de imponer a la fuerza un modo de hablar, han fracasado. Podría decirse que cada vez que hablamos, votamos. Pero además de las pretensiones autoritarias de imponer vocablos o modos de expresarnos, también hay campañas para que hablemos como le gusta a un grupo, generalmente minoritario, que intenta volverse mayoritario a fuerza de hacernos hablar a todos como ellos quieren, porque atrás de algunos modos de decir hay toda una ideología. Los nacionalismos, por ejemplo, intentan que prevalezcan los dialectos o lenguas locales, mientras que los movimientos globalizantes prefieren las lenguas francas. Cada vez más gente habla inglés o castellano, al mismo tiempo que se refuerzan lenguas minoritarias como el catalán, el euskera o los idiomas nativos de nuestra América. Son dos fuerzas, una centrífuga y otra centrípeta, que se repelen pero también conviven.

Las dos expresiones del título vienen a confirmar lo difícil que será imponer el lenguaje inclusivo en nuestra cultura. A nadie le choca la madre superiora ni la bella durmiente, sin embargo no decimos superiora como adjetivo de ningún otro sustantivo femenino: no decimos instancia superiora ni cubierta superiora, mientras que la madre superiora cabe perfectamente en nuestro lenguaje cotidiano. Y nadie diría la bella durmienta, porque tampoco decimos atacanta, ni farsanta, ni dibujanta... pero sí decimos presidenta y también clienta, pero por razones bien distintas o por ninguna razón aparente.

Tanto como adjetivo o como sustantivo, la palabra presidenta no sigue la lógica de otros derivados de participios activos como estudiante, adolescente, paciente o ardiente. Presidenta no deriva de ninguna regla gramatical, sino de la lógica de la madre superiora. Ocurre lo mismo con jueza, fiscala o concejala porque, igual que presidenta, son cargos que durante siglos fueron ocupados solo por varones y tienen -tenían- una connotación masculina. También, y hace mucho más tiempo, feminizamos alcalde en alcaldesa y príncipe en princesa. Pero no decimos criminala ni principala; y nuez es palabra claramente femenina, casi idéntica a juez, que ha quedado solo como masculina. Tampoco decimos tenienta ni sargenta y creo que no lo vamos a decir nunca. Ni decimos dentisto, artisto, paisajisto ni periodisto, pero sí decimos modisto, por la misma lógica de madre superiora pero al revés. Y para colmo, no hay nada más femenino que la mano.

Al final -o a la final, que también se puede decir- la pretensión de los inclusivistas se reduce a chiques y algún otro término que les molesta, y al uso poco económico de artículos y pronombres. La economía lingüística es el verdadero obstáculo para que se imponga y también la regla no escrita que hará fracasar cualquier intento de fabricar un idioma artificial. Pero advierto que los que empiezan sus discursos en inclusivo con el consabido todos y todas, cometen un error tras otro, todos muy poco inclusivos, cada vez que a continuación generalizan en compañeros, ciudadanos, trabajadores, argentinos, misioneros... Y peor todavía cuando les clavan los artículos como las y los argentinos, las y los compañeros, las y los ciudadanos, las y los trabajadores, las y los misioneros... porque está diciendo las argentinos, las compañeros, las trabajadores, las misioneros... que es lo menos inclusivo y lo más machista que hay.

Le recuerdo que el castellano es el idioma más evolucionado por su capacidad de significar la abstracción de los conceptos universales, y que la distinción de los géneros muchas veces es una regresión a tiempos o a idiomas que todavía platean problemas para organizar el pensamiento. A eso el castellano lo superó hace ya más de cuatro siglos, en la época de Miguel de Cervantes y El Quijote de la Mancha. Los que hablan en inclusivo están borrando cuatro siglos de evolución del castellano, pero además ponen en evidencia su escasa cultura.

* Artículo publicado originalmente en el diario El Territorio.

Gonzalo Peltzer - Doctor en Comunicación Pública, ex decano de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Austral.

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