La alimentación del futuro, ¿qué comeremos dentro de 30 años?

La alimentación del futuro, ¿qué comeremos dentro de 30 años?

La degradación medioambiental y el aumento mundial de la población han hecho que se cotejen varias opciones para responder a la crisis.

La alimentación del futuro, ¿qué comeremos dentro de 30 años?

Somos casi 8.000 millones de personas en el mundo. En los próximos años la cifra va a aumentar, como así también lo hará el número de necesidades por satisfacer. Deberemos fabricar más textiles, viviendas, comida… todo es pura suma, pero la tierra continúa teniendo los mismos recursos.

Si ya existe una crisis alimentaria, ¿qué nos deparará el futuro? Para muchos, la única solución consiste en modificar nuestros platillos y métodos productivos.

“La agricultura y la ganadería acarrean un impacto ambiental importante. Por el nivel de consumo que hay, va a resultar difícil que las industrias puedan mantener este ritmo y que criemos animales o cultivemos el suelo como hasta ahora”, comenta Merceditas Viggiano, licenciada en Ciencia y Tecnología de Alimentos.

La alimentación del futuro, ¿qué comeremos dentro de 30 años?

En vez de requerir de grandes hectáreas, la máxima pasará por elaborar materias primas o alimentos de calidad en espacios reducidos.

Estas son algunas de las opciones sostenibles que podrían primar en nuestro bufet dentro de 30 años.

1. Algas

En Occidente, la forma más generalizada en que consumimos algas es a través del sushi. Antes que mirarlas como parte de un gustito delicatessen, el pronóstico apunta a que los comensales venideros (sin importar el país) incluirán un 45 % de estos organismos en sus dietas.

“Las razones son simples; crecen rápido y sus cultivos pueden emplazarse en cualquier lugar artificial o natural. Incluso, hay empresas que lograron que se desarrollen en el desierto. Además, a diferencia de otros alimentos, en la producción de algas sirve el agua salada y no se usan fertilizantes”, explica Viggniano.

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Sobre los beneficios para la salud, estas “verduras marinas” poseen muchas vitaminas, minerales y proteínas.

“Son totalmente funcionales porque con pequeñas dosis (de cinco a ocho gramos) logramos suplir nuestros requisitos nutricionales. Registradas hay al menos 400 especies comestibles y entre ellas algunas variedades se destacan por el gusto a pescado, hongos o panceta”, acota.

Actualmente, las algas de mayor consumo son nori, espagueti de mar, wakame, kombu, dulse, espirulina y arame.

“El segundo beneficio pasa por su longevidad; al deshidratarlas duran años en buenas condiciones. Acabar con los desperdicios de comida es otra de las consignas a las cuales se apunta para subsanar la problemática. Hay estudios de ONG's que indican que un 45 % de los alimentos que compramos van a la basura por pasar su fecha de vencimiento u olvidarnos de ellos”, indica la docente.

2. Plantas exóticas

En la Tierra hay al menos 7.000 plantas comestibles registradas, entonces ¿por qué probamos apenas unas 400 de ellas? Para adaptarnos a las consecuencias del cambio climático, el siguiente paso consiste en diversificar las alternativas que ingerimos y promover la biodiversidad.

“Volver a los orígenes implica reencontrarnos con una parte de la naturaleza inexplorada. Por sus capacidades de resistencia, los brotes de plantas silvestres o las frutas y verduras autóctonas de cada territorio se impondrán sobre los grandes cultivos genéricos”, detalla Florencia San Juan, técnica en Alimentos.

La alimentación del futuro, ¿qué comeremos dentro de 30 años?

En algunos estudios, hay científicos que vaticinan la incorporación de el doble de legumbres y vegetales modificados para que aporten el doble de nutrientes. Por ejemplo, están las zanahorias con calcio o el “arroz dorado”.

“Entre las curiosidades que añadiremos al menú figurarían el pandano (popular en el sudeste asiático) y el ensete (pariente de la banana) por la capacidad que tienen para resistir condiciones adversas (sequías, grandes lluvias, etcétera)”, agrega.

Dentro de los cereales aparece el fonio, bastante consumido en el continente africano por su resistencia a los ambientes áridos.

3. Insectos

La práctica de ingerir insectos, miriápodos y/o arácnidos se llama entomofagia y existe desde hace siglos en más de 100 países (como Brasil, México, Vietnam, China, Nigeria, Tailandia y Corea del Sur).

Durante 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) publicó un informe sobre este tipo de cocina y su rol para combatir la desnutrición infantil. Desde aquella fecha, se han orquestado varias campañas internacionales a favor de la comida ento.

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“El mayor incentivo para que los territorios restantes del mundo nos sumemos es que las granjas de insectos generan una contaminación mínima. También requieren de poca cantidad de agua y pueden montarse en áreas urbanas”, destaca la nutricionista Florencia Cuevas.

Acorde a sus condiciones de cría y alimentación, hay especies de insectos que poseen la misma cantidad de minerales y proteínas que la carne de vaca o el pescado.

“Para integrar la movida, nuestro país cuenta con las bases para armar criaderos especializados de hormigas podadoras, grillos de campo jamaiquino y gusanos de la harina”, indica.

4. Carne cultivada

Debido al empleo de energía, forrajes y terreno, la ganadería representa una de las actividades que más gases de efecto invernadero produce. Según los expertos, en las próximas décadas su sustituto será la carne in vitro.

Actualmente existen varias experiencias de laboratorios (en Estados Unidos, España, Reino Unido y Argentina) que crearon “carne cultivada” con resultados positivos. Esta se consigue mediante la agricultura celular.

“En esencia, el procedimiento consiste en tomar una muestra de tejido de una res y aislar sus células satélite. Luego -en un ambiente similar al que tendría el ganado- se las multiplica y enlazan para formar las fibras musculares del animal”, resume la bioingeniera Sofía Acosta Ruíz.

Aunque quizás miremos con mala cara la idea (nuestras costumbres e historia nacional pegan fuerte acá), los beneficios de la carne cultivada harán que las próximas generaciones se replanteen hasta el asado del domingo.

Para arrancar, la propuesta no genera desechos (evitamos el disponer de los huesos u órganos internos extras) y tampoco debemos invertir tanto tiempo ni recursos naturales en la crianza del ganado hasta lograr llevar una hamburguesa o bife a la mesa.

“La apuesta por la carne de probeta es bastante fuerte y los únicos pasos que faltan para conseguir su inserción definitiva en los mercados aluden a abaratar los costos en las diferentes fases y contemplar regularizaciones y certificaciones específicas para la comercialización”, finaliza

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