Milagros, monstruos y café

Milagros, monstruos y café

En las películas de Woody Allen, una mesa de bar puede ser un tribunal sobre la comedia, la tragedia y la vida. En Tucumán, la vida de las instituciones se debate entre trágica y cómica. La casualidad y el azar van a la Justicia.

La escena comienza como suelen comenzar todas las historias: con un café sobre la mesa. Como si esa infusión le diera seriedad y verosimilitud a todas las ideas que se desparraman en el bar. Es el momento donde uno de los amigos asegura que la vida es una tragedia. En el acto lo refuta otro sosteniendo que toda la condición humana es una comedia. La discusión transcurre en “Melinda Melinda”, una de las tantas creaciones de Woody Allen, experto en describir –y congelar- sensaciones de la vida misma.

En Tucumán, las historias también suelen comenzar con un café. En el filme citado se señala que la tragedia enfrenta y que la comedia evade. Y una mujer tercia preguntando: ¿Pero, qué estamos discutiendo? ¿Si hay más realidad en la tragedia o en la comedia? ¿Quién puede juzgar eso?

Después de tomar un café las historias empiezan a girar como esas ruedas que bajan por las pendientes sin que nadie pueda detenerlas. Y, sin saber si terminarán siendo una comedia o una tragedia.

En Tucumán el café que tomaron dos hombres de la Justicia se ramificó en otras historias, en otros cafés. No se sabe si están escribiendo una comedia o una tragedia. Tampoco si responden a determinada causalidad o son simples juegos del azar que un demonio se ha encargada de atar.

Recuerdos del futuro

Hay una escena que comenzó a mediados de 2020, en un bar y, obviamente, con un café. Uno de los parroquianos le dice al otro: “… Vos sabés la relación de odio y de amor que tenemos con ese espacio… Tenemos que tratar de manejar o en lo posible de mantener toda esa cosa que anda dando vueltas… para que no se desmadre… sin hacer macanas… Yo, la verdad es que no la entiendo a la causa… “. Se está refiriendo a una denuncia en contra de un legislador por supuesto abuso sexual. La escena de aquella mañana de julio continúa: “… Tenés que manejarlo con equilibrio y no llegar a un punto de generar una situación que el tipo este pueda herir la imagen de la Cámara y ahí se nos arme un quilombo…”

El juez que sabe que está grabando esta conversación contesta lacónicamente. Y al final pregunta: “Precisame qué querés”. Y recibe como respuesta: “… que la tires abajo, que manejés la intensidad, que vaya y vuelva a Instrucción, que siga picando abajo… y en algún momento nos llegará a nosotros. Pero la idea es no llegar a un punto de no retorno”.

Este episodio no es producto de la locura de Woody Allen. En Tucumán, se la atribuyen al presidente de la Corte Daniel Leiva y al ex juez Enrique Pedicone, que hablan del legislador Ricardo Bussi. Pero no cabe en una película. Es una simple escena que pudo desarrollarse en un bar tucumano y que es aceptada por muchos ciudadanos y negada por otros, especialmente aquellos ligados al poder. No es más que un café que podría terminar siendo una tragedia o una divertida comedia, como en “Melinda Melinda”.

Lo curioso es la descripción que se hace sobre el espacio político que conforma Fuerza Republicana. “Una relación de amor y odio” como la define el protagonista de la escena tucumana. Como si en algunas circunstancias hubiera buenos vínculos entre los Bussi y el oficialismo tucumano. Relatos cómicos (o trágicos) que suelen escucharse, por lo general, en tiempos electorales.

Sobre la mesa del bar tucumano se desparrama la idea de que el juez tiene que actuar de tal manera para que siempre el legislador quede a merced del oficialismo. Otra vez, una comedia fantástica de la vida pública comarcana o una verdadera tragedia para el libre ejercicio de nuestra democracia.

Aquella conversación que ni Allen pudo imaginar construyó otras historias que tampoco la lógica del esfuerzo o la fantasía de algún director de cine pergeñó. Uno terminaría sentado en un poderoso sillón como la máxima autoridad y el otro se convertiría en un profesional desocupado más.

Este año aquella relación de amor odio pareciera haber elegido el segundo sentimiento. Los coqueteos que tuvo Ricardo Bussi con diferentes sectores de la oposición despertaron celos. Ya se lo había visto el año pasado caminando por los jardines de Yerba Buena acompañado por dirigentes radicales. Ahora, se lo vio en la Municipalidad de Capital sonriendo junto al lord mayor. La conclusión es clara: la oposición necesita los votos (varios diez miles) que siempre cosecha Fuerza Republicana y terminan siendo ventajosos para el oficialismo de turno.

Desde el lado del oficialismo la lectura es muy simple: el bussismo violó el pacto (tácito o no) de dividir a la oposición. Nadie sabe si esta escena es de la ficción o de la realidad. Nadie puede decir si comenzó con un café (alguna vez el padre, Antonio Bussi supo desayunar con José Alperovich). Tampoco hay noticias de si es parte de una comedia o de otra de las tantas tragedias comarcanas.

Lo que cuentan los hechos es que no pasó ni un mes desde que Bussi se reunió con Germán Alfaro y desde la Justicia le llegaron noticias al legislador. Aquella causa de presunto abuso sexual se despertó. Este miércoles fue notificado de que el magistrado Luis Matías Puig pidió su desafuero. “Tenés que manejarlo con equilibrio y no llegar a un punto de generar una situación que el tipo este pueda herir la imagen de la Cámara y ahí se nos arme un quilombo…”, podría recordar un personaje de ficción en esta escena. También se podría sugerir que alguien “está manejando la intensidad” de esta causa simplemente porque la relación amor odio ha entrado en la etapa del odio. Pero eso implicaría pensar que los poderes de Tucumán no son independientes. O se podría sospechar que hay causalidad entre los hechos y no son el resultado de un simple juego del azar.

En nuestra política parece ser que de repente algo se acelera y alguna otra cosa se ralentiza. Digamos que podría ocurrir eso en la Legislatura o en la Justicia y extrañamente, eso se replica en otros poderes que tienen el mote de independientes. Se agita algo aquí y se ve que luego pasa algo allá. Pero no están legalmente conectadas (es decir no hay ley causal que las una, como a las bolas de billar cuando chocan). Debemos suponer que todo es un gran milagro o un impresionante reloj. ¿Causalidad o azar?

Hoy la Justicia parece tener esa mano mágica. Es allí donde las campanadas de la ética y de la corrupción repiquetean. Y, curiosamente esta semana despertó la Corte cuando les dijeron a las vocales Claudia Sbdar y Eleonora Rodríguez Campos que no podían excusarse en el expediente donde Pedicone, nada menos, pide que se lo restituya en el cargo del que fue eyectado. El amparo que había presentado el juez grabador tenía un plazo de 48 horas y ya han pasado dos años sin que se resuelva. Como si de repente algo hubiera ocurrido por las fuerzas del azar. Los magistrados Ebe López Piossek, Sergio Gandur y Juan Ricardo Acosta han sentenciado que Sbdar y Rodríguez Campos deberán decidir por fin si el juez estuvo bien destituido. Con esta resolución la Corte Suprema de Justicia tendrá que dar su acordada en menos de 15 días.

Un eslabón fuera de escena

A esta altura de los acontecimientos la escena bien podría servirse un nuevo café. Si la política tuviera las conexiones de las bolas de billar no debería desconocer las nuevas historias que podrían echar a rodar. Si Pedicone es restituido en ese fallo algunos torrentes volverían a su cauce natural. El desmadre sería que no volviera a Tribunales. Se le abriría la posibilidad de apelar todo en la Justicia nacional. Pero en la imaginación tucumana -no la de Allen, que no le llega ni a los talones- no faltan los que desde una mesa de bar imaginan que Pedicone podría llegar a postularse como candidato a legislador. Ese sólo hecho pondría en desequilibrio a la Junta Electoral que preside Leiva, justamente, y ni hablar si llegara a ser elegido legislador. Pero esas son libres asociaciones que ni el azar se animaría a proponer.

De Netflix y de abominaciones

Pero si algo le faltaba a esta semana propia de una serie de Netflix fue la ratificación del ministro fiscal Edmundo Jiménez, quien tal cual lo venía advirtiendo sentenció que la Justicia provincial no puede aplicar la Ley de Narcomenudeo.

Este episodio vuelve a poner en el centro de la escena a la Corte Suprema de Justicia, que deberá decidir si Jiménez tiene razón o no. Del otro lado de la mesa no está un legislador más, sino el mismísimo gobernador Osvaldo Jaldo, que pide a gritos que se ponga en funcionamiento aquella norma y que la Justicia provincial -y no la Federal, como se viene haciendo- se ocupe del narcomenudeo. Es la primera vez que el Poder Ejecutivo enfrenta una decisión del ministro fiscal. Tanto con Alperovich como con Juan Manzur, los deseos de Jiménez fueron órdenes y a nadie se le paró un pirincho.

Este miércoles que se fue para siempre, Jaldo dijo delante del Presidente de la Nación y de los gobernadores que se debía combatir urgentemente el narcomenudeo. Y el viernes, luego de reunirse con fuerzas policiales de la Nación, afirmó que se iban a profundizar los controles y las acciones para darle más seguridad a Tucumán. La pulseada entre el ministro y el gobernador corre entre bambalinas, mientras en la Corte ya habría algunos votos en favor de la posición de Jaldo. ¿Otra tragedia o una nueva comedia de la vida tucumana?

El filósofo que suele caminar las calles de la provincia explica que se llama “demonio de (Pierre-Simon) Laplace” a la idea de que todo está determinado, que sólo nos falta información para llenar los espacios vacíos y el mundo se nos va a revelar como un relojito. Con el tiempo se ha discutido esta idea que no deja espacio a la libertad, o que en todo caso sólo somos libres por ignorancia. Se ha pensado cada vez más en modelos físicos y sociales donde haya azar. Siguiéndolo, no sería mala idea que los detractores de Laplace se den una vueltita por Tucumán, donde la política es una fábrica de milagros, o lo que sería lo mismo, de monstruos.

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