Cuán rápido liquidar el déficit, esa es la cuestión

Cuán rápido liquidar el déficit, esa es la cuestión

El Gobierno reivindica que no hay demanda de “déficit cero” del Fondo, pero el entendimiento plantea su merma progresiva y sostenida, con una caída al 0,9 en 2024. También demanda frenar la emisión monetaria. Más allá del “relato”, sin cuentas balanceadas no hay crecimiento posible.

Hay un video. Es de la década pasada. Muestra a un hombre que viste un buzo blanco con capucha y cierre frontal, y que no logra mantenerse en pie. Usa anteojos de sol, pero los tiene colocados a la altura de la frente. Y no suelta la botella de cerveza Tecate que mantiene asida del pico con la mano izquierda. Detrás, dos sujetos lo sostienen por la espalda para que no se caiga. Entonces, profiere un reproche. “Si ya saben cómo me pongo, ¿para qué me invitás?”.

La esencia de ese reclamo, mezcla de principio de inconsciencia y de irreprimible impunidad, aparece sistemática en la Argentina, de un tiempo a esta parte, cuando se trata de renegociar vencimientos de deuda con acreedores internacionales. “¿Para qué nos prestan plata si ya saben cómo nos ponemos cuando llega la hora de devolverla?”, sería una aproximación al reproche de las autoridades nacionales a la hora de enfrentar los plazos perentorios.

El reclamo descarado del tipo de la cerveza es toda una estrategia en sí misma: le transfiere la responsabilidad de lo que él hace al anfitrión, en la pretensión de que no se repare en que él es el problema. Aquí ocurre otro tanto: el FMI acumula un historial que lo torna indefendible y hay estudios que vinculan las recetas de ajuste de las décadas anteriores con conflictos sociales y hasta con patologías prevalentes por país. Aclarado ello, la sempiterna gritería nacional que demoniza al organismo (a la vez que recibe sus recursos) es una diatriba que intenta hacer pasar inadvertido el problema de raíz. Ningún otro sino el desbalance de las cuentas públicas. Es decir, la Argentina es un país que gasta más que lo que le ingresa.

Tan negada es la cuestión que en su anuncio el propio presidente Alberto Fernández escribió en Twitter: “Este acuerdo no nos condiciona. (…) No nos impone llegar a un déficit cero”.

La creencia de que se puede crecer económicamente con un déficit económico como el de la Argentina es un espejismo. El déficit primario de 2021, según las cifras oficiales, equivalió al 3% del PBI. El déficit financiero alcanzó el 4,5%. Pasando de los porcentajes a la vida real, en este país deficitario el Gobierno destinó en 2021 más dinero a la energía y sus subsidios (682.000 millones) que a educación (493.000 millones) y a salud (383.000 millones). Entonces hay tarifas sin actualizar en servicios públicos que no funcionan; un tipo de cambio atrasado y ficticio (la brecha entre el dólar “oficial” es de más del 120% con el dólar “blue”); inflación del 50% anual y recesión económica.

Dicho de otro modo: si con déficit vamos a crecer, ¿por qué no estamos creciendo y floreciendo y desarrollándonos ya?

Cuestión de velocidad

Por supuesto, el Gobierno va a tener que empezar a combatir el déficit hasta extinguirlo. En todo caso, el oficialismo está planteando una discusión de velocidades. No es una suposición: está escrito en los trazos gruesos (la “letra chica” estará en los memorandos de las políticas y financieras que se están redactando) del acuerdo anunciado el viernes.

El organismo radicado en Washington ofrece un financiamiento de US$ 44.500 de desembolsos paulatinos (entre cuatro y diez años), que se irán dando según las revisiones trimestrales del Fondo a las cuentas argentinas.

¿Qué van a revisar? Que el déficit primario, este año, se contraiga a 2,5%. Y en 2023, a 1,9%. Y en 2024, a 0,9%. Además, supervisarán que baje la emisión de pesos. El financiamiento monetario, este año, no podrá superar el 1% este año; deberá bajar a 0,6% en 2023; y, finalmente, tendrá que desaparecer en 2024.

“No habrá ajuste”, entona como grito de guerra el oficialismo, en una verdad definitivamente a medias. Lo que el Gobierno no quiere (y hace gala de una larga tradición en este país) es un ajuste en el sector público. Por lo demás, el ajuste en el sector privado ya es, directamente, salvaje.

Lo comprueba el ejercicio financiero consistente en calcular en qué fecha cae el “Día de la Independencia Tributaria” en la Argentina. El último que elaboró el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) determinó que un empleado argentino necesitó trabajar hasta 214 días para pagar todos sus impuestos. Eso significó para algunos que todo lo ganado hasta el 1 de agosto fue para entregárselo al fisco. Su “independencia tributaria” llegó al día siguiente. Es decir, siete de los 12 meses del año son para el fisco. Eso se llama “ajustar” con cincha.

Siempre son los otros

Pero en la Argentina la responsabilidad no es de ningún gobierno, sino del anterior. La última versión de “para qué nos prestan plata si ya saben cómo nos ponemos a la hora de devolverla” fue formulada por el mandatario nacional con una vieja obsesión “K”: el juicio de la historia. “La historia juzgará quienes fueron los responsables y quienes dieron las soluciones”, aseveró el titular del Poder Ejecutivo Nacional.

En democracia, los gobernantes deben encomendarse al juicio de las urnas. La vicepresidenta Cristina Fernández lo remarcaba y mandaba a sus críticos a formar partidos y a ganar comicios. Eso ocurrió dos veces en 2021. Ahora que el veredicto del pueblo no es absolutorio, recurren el fallo ante los tribunales de la Historia. Lo sentenciado en septiembre y noviembre es que el Gobierno debe cambiar el rumbo.

Pero hay algo más en el juicio de la historia que anhela el Presidente: una nueva historia que comienza en 2015. El kirchnerismo siempre fue amigo de un pasado de corto alcance. Mientras Hugo Chávez se remontaba 200 años hasta Bolívar; y Fidel Castro tomaba dos siglos de carrera hasta Martí, Néstor Kirchner y Cristina no iban más allá de su propia versión de los 70. Ahora, Alberto se remonta hasta Mauricio Macri, nomás. Porque entonces, con razón, puede repudiar que la Presidencia de Cambiemos se endeudará en 54.000 millones de dólares con el FMI durante su gestión, lo cual es un hecho histórico concreto. El único problema para el relato es que es un dato incompleto. Elude el hecho de que kirchnerismo tomó deuda interna y dejó la economía del país pedaleando en el aire, luego de que se le salieran la cadena a las reservas del Banco Central, a la inflación mentida por el Indec intervenido y a la fundida Anses.

Entonces, correctamente, el kirchnermismo le echará la culpa a la Alianza de Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez. Y los radicales y los frepasistas dirán que Carlos Menem les dejó el la trampa del “1 a 1” que terminó en el quebranto de la economía nacional. Y los menemistas culparán a la híperinflación de Raúl Alfonsín. Y los alfonsinistas recordarán la deuda externa impagable que dejaron los militares. Y los que tenían fotos con José Alfredo Martínez de Hoz pedirán que nadie se haga el distraído con el gobierno de “Isabel” Perón y el desastre de Celestino Rodrígo… Y así hasta el infinito histórico en este país en el que ningún gobierno se equivocó...

Desde el retorno de la democracia hasta 2005, según el análisis del gasto público consolidado en la Argentina elaborado por la Universidad del CEMA, el gasto primario del Estado nacional promedió el 27% del PBI. Desde entonces hasta 2015, el gasto primario aumentó más rápidamente que el PBI año tras año (con excepción de 2010), hasta alcanzar 44% del PBI en 2015. En 2020 fue del 42,1%. Ese juicio histórico ya es cosa juzgada, pero nadie se quiere notificar.

Un “meme” que se viralizó esta semana muestra a la actual reina de Inglaterra y, considerando que Isabel II nació en 1926, dice: “Enterró a 8 Presidentes de EEUU; enterró a 5 papas; vio llegar e irse a Los Beatles; vio levantar y derrumbar el Muro de Berlín; nunca pero nunca vio a Argentina bajar el gasto público”.

El problema está más que claro: ¿para qué nos prestan plata, entonces?

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