Huevos de la serpiente a la tucumana

Entre lo grave, lo preocupante, seguramente lo peligroso que nos deja 2021, sobresale ese huevo de la serpiente en el que se incuba el fanatismo y del que emergieron dos actos de censura, propios de una policía de la cultura que -salta a la vista- jamás puede darse por desactivada. Tanto el levantamiento de “Revés de trama” en la Casa Histórica como la cancelación de “La puta mejor embalsamada” (foto) en el teatro Rosita Ávila operaron como un déjà vu funesto. Sombras que abandonaron el fondo de la caverna y regresaron para corporizarse, oscuras e inapelables, con la forma de una mordaza. Pésimas noticias para Tucumán.

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La puta a la que hace referencia el título de la pieza teatral es Eva Perón. Suficiente. “Revés de trama” recuerda y visibiliza un episodio barrido bajo la alfombra de las memorias selectivas: el copamiento de Montoneros a la Casa Histórica. Suficiente. Ni Eva Perón ni la Casa Histórica se tocan porque -y estas son palabras de los propios censores- son sagradas. Esta pata religiosa, inherente al amplio corpus de devociones argentinas, resucitó el concepto de cruzada. Modernos cruzados tucumanos se valieron de distintas armas para defender lo que consideran santo: la Casa Histórica, Evita. Hablaron entonces de profanación. La Casa de la Independencia profanada; Eva Perón -una vez más, destino trágico si los hay- profanada. Contra estos ejércitos un Estado -el nacional y el provincial- inseguro, dubitativo, carente de compromiso y de identidad, terminó rindiéndose, ahogado en su propia liquidez cultural.

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El año próximo Marta Minujin se propone montar una instalación con cañas de azúcar en la Casa Histórica. ¿Cómo reaccionará la policía del pensamiento? Al artista cordobés Res le fue muy mal cuando cubrió la puerta y las ventanas de la Casa con 1.500 kilos de diarios: un cruzado vandalizó la obra al grito de “a la Casa Histórica se la respeta”. Carlota Beltrame (artista), Alejandra Mizrahi (curadora) y Cecilia Guerra (directora de la Casa) sufrieron toda clase de agravios y amenazas desde que las redes sociales empezaron a hablar de “Revés de trama”. Porque vale destacar que la ola de indignación, noticias falsas y repudios no fue producto de la reacción del público frente a la obra. La chispa y la pólvora, que nunca faltan en la santabárbara de las redes, corrieron por la mecha digital. Ese altar en el que se absuelve y se condena con la misma ligereza con la que se suben videos a TikTok.

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El 99% de los cruzados no vio “Revés de trama”, ni “Randa testigo” (muestra de la que forma parte la creación de Beltrame), ni suele ocuparse de las vicisitudes de la Casa Histórica. Al contrario: la abrumadora mayoría ignora que la construcción se demolió en el siglo XIX y que en la calle Congreso -salvo el Salón de la Jura- lo que ven al paso es una réplica edificada entre 1942 y 1943. Para quienes la Casa Histórica es un templo, conviene aclararles que es un templo moderno y que por su puerta jamas transitaron Francisca Bazán de Laguna ni los congresales de 1816. Dirán entonces que no importa, que es un símbolo. Salimos entonces de la historia para adentrarnos en el terreno de los mitos, que -como se sabe- obedecen a interpretaciones. Que se prepare Marta Minujin entonces. ¿O el tribunal digital bendecirá a las cañas de azúcar por su aporte al ser tucumano y levantará el pulgar, como los emperadores romanos, en un amable gesto desacralizador? Difícil predecir esa clase de comportamientos, mucho menos con tantos huevos de serpiente dispersos por ahí.

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Algo más sobre “Revés de trama” y Montoneros. La Casa Histórica es un museo y su acceso representa un umbral semiótico. Para el espectador el encuentro con cada obra inaugura un proceso de descubrimiento, de análisis y de reacción. Quien ve en “Revés de trama” un homenaje a Montoneros, por más que le expliquen hasta el cansancio que no es así y lo fundamenten con toda clase de ejemplos y de elementos, no tiene vuelta atrás. Pero esa determinación, ese “homenaje”, no está en la obra, sino en el espectador que así lo decide. En el caso de “Revés de trama”, el homenaje a Montoneros fue el argumento de los cruzados para justificar sus propias inquietudes.

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Lo que correspondía era que el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, se parara en la puerta de la Casa Histórica para defender “Revés de trama”. ¿Habría echado leña al fuego? Por supuesto. Pero, ¿para qué están los funcionarios si no es para defender sus políticas? Tache políticas, ponga convicciones. De uno u otro modo, lo que hubo fue silencio. Y censura.

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En el caso de “La puta mejor embalsamada” primaron los prejuicios y una profundísima ignorancia que no deja de estar atada a la tragedia educativa argentina. También a la propensión a sacarse los problemas de encima que caracteriza a los funcionarios, en muchos casos sin medir consecuencias, como las bolas de nieve que pueden armarse a partir de una decisión equivocada. La orden de bajar de cartel la obra escrita por David Metral y dirigida por Julieta Daga emanó de Casa de Gobierno y dejó en off-side al Ente Cultural. A ambos les quedó impregnado el rótulo de censores y no les resultará sencillo borrar ese estigma. Habrá que ver, a fin de cuentas, si les interesa hacerlo. En el caso del grupo de concejales peronistas indignados e indignadas por la palabra puta en el título, pueden sentirse satisfechos: contribuyeron a hacer de Tucumán un lugar más oscuro, incómodo e irrespirable. Que no hayan visto la obra que pidieron censurar es una anécdota.

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Vivimos tiempos complejos, siempre es conveniente poner las cosas en contexto. Bienvenidos entonces quienes nos ayudan a pensar, a mantenernos alertas. “Generación ofendida” se llama el muy recomendable libro de la artista francesa Caroline Fourest, cuya mirada pesimista subraya los retrocesos que vienen registrándose en Occidente en material cultural. Fourest denuncia el radicalismo -por derecha y por izquierda- que se expande como mancha de aceite y genera una confusión cuanto menos tóxica. Un campo intelectual en ruinas.

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Sostiene Fourest:

“Vivimos en un mundo rabiosamente paradójico, donde la libertad de odiar jamás ha estado tan fuera de control en las redes sociales, pero la libertad de hablar y pensar jamás ha estado tan vigilada en la vida real. Por un lado, el comercio de la incitación al odio, la mentira y la desinformación prosperan como nunca, protegidos en nombre de la libertad de expresión, gracias al laxismo y la desregulación. Por el otro, basta con un pequeño grupo de inquisidores que se digan ‘ofendidos’ para obtener las disculpas de una celebridad, la no publicación de un dibujo, hacer que se retire un producto o se saque de cartel una obra de teatro”.

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De la policía cultural a la policía del pensamiento.

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