Cartas de Lectores IV: las fiestas de fin de año

Cartas de Lectores IV: las fiestas de fin de año

19 Diciembre 2021

Se acercan las fiestas de Navidad y Año Nuevo y, a mí, como a mucha otra gente, me invaden los recuerdos de familiares y amigos que han partido. En mi caso, año a año se agiganta más la inmensa imagen de mi padre, un hombre polifacético muy difícil de entender. Pintor de obras, letrista, dibujante, decorador y fileteador, mi padre aprendió su oficio desde los 8 años de edad. Y fue padre mío a los 36 años. Nuestra relación tuvo tintes de novela. Cuando yo era niño, me invitaba a acompañarlo a su trabajo “para que no se durmiera”. Su confianza en mí, a futuro, era tan limitada que no apostaba por mí un centavo. Yo intuí eso desde pequeño, por los apodos que me ponía, tales como “Almita” o “Muertecita”. Nunca fue a verme jugar al fútbol, pese a que jugué desde los 10 hasta los 22 años en casi todos los barrios de nuestra ciudad y en algunas canchas del interior. Yo deseaba que me viera, pero él jamás tenía tiempo. Me declaró “independiente” cuando empecé a trabajar, a los 13 años. Me liberó a que la calle me enseñara el camino de la vida, con tan sólo unos consejos en mi mochila. Lo que él no advertía, era que yo, desde que era ese niño delgado, endeble y tímido al que él apodaba con nombres diminutivos, lo observaba con una curiosidad que ni él mismo lo hacía. A los doce años, yo conocía a mi padre en su forma de hablar y de hacer las cosas, mejor que sus hermanos y que el más confidente de sus amigos. Su forma de educarme fue muy ruda. Sus palabras, en ocasiones, eran desnudas de moral y de religiosidad. Pese a eso, me enseñó a creer y a querer a Dios sobre todas las cosas, sin olvidarme de mí. El hombre espiritual y “el hombre de barro”, confluían en sí de manera admirable. Sus contradicciones afloraban como una barcaza en el mar. Eran tan amigos suyo, San Pedro, Carlos Gardel, el “Charro” Moreno, su compadre “Chingo” de Santa Fe y todos o cualquiera de los vendedores que pasaban por la calle y los  invitaba a entrar a casa a compartir el asado dominical sin dejarlos gastar un peso. Su relación conmigo, tomó otro rumbo en los últimos diez años de su vida, ya que en ellos llegamos a ser uno para el otro el mejor amigo. Veinte años hace ya de su partida y aún repercuten en mis oídos una andanada interminable de chistes populares e ingeniados por él en cualquier instante, para hacer más amena la mirada de los jóvenes cuando fileteaba o dibujaba con una calidad incomparable.

Daniel E. Chavez

Pasaje Benjamín Paz 308

San Miguel de Tucumán

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