Caída de un árbol en el parque Avellaneda: yo no fui

Caída de un árbol en el parque Avellaneda: yo no fui

Análisis sobre las reacciones de los funcionarios municipales tras el accidente.

Se desploma parte de un árbol en el parque Avellaneda y la primera reacción de los funcionarios municipales es deslindar responsabilidades y apuntar el índice al concesionario de un bar. El cuidado del arbolado urbano no nos corresponde, retruca el empresario. Las autoridades se ponen a disposición de las familias damnificadas, porque las ramas hirieron a niños que se divertían en los jueguitos, movida que es minuciosamente comunicada en las redes sociales y, de paso, en los medios. El discurso inicial durante esas horas posteriores al episodio es común a todas las partes: “yo no fui”. Después, a medida que pasan los días, las palabras van acomodándose y aparece una fórmula que, de tan empleada, conocemos de memoria: “si en algo nos toca, vamos a hacernos cargo”. El condicional pone entre paréntesis todo lo que viene después. Es más que probable que deban hacerse cargo, queda claro, pero mejor no explicitarlo ante la opinión pública, porque suena feo. Suena a que el arbolado está librado a la buena de Dios y que las ramas seguirán cayendo al compás de los ventarrones de turno. A ese festival del “yo no fui” le puso la guinda Carlos Arnedo, secretario de Servicios Públicos. “Son cuestiones de la naturaleza”, explicó. ¿Cómo hace la naturaleza para decir “yo no fui”?

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Hay muchísima gente involucrada en la protección del medioambiente, el problema es que en las agendas el carro está adelante del caballo y entonces a todos esos especialistas les dan voz cuando los hechos han quedado dolorosamente consumados. Los profesionales, las ONG y hasta los propios funcionarios se la pasan alertando sobre los riesgos latentes. Por ejemplo, contabilizando los cientos de árboles tambaleantes que en la próxima tormenta podrían venirse abajo. Nadie puede alegar desconocimiento o sorpresa, los estudios están al alcance de todos. Ante la mala praxis -sinónimo de mala gestión- es más sencillo el “yo no fui”.

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En Tucumán, por lo general, nadie fue. Es casi un milagro que alguien se plante, levante la mirada y afirme: “el responsable soy yo”. O, por lo menos, lance algo así como “fuimos nosotros”. Mucho más fácil es esconder, desviar, callarse, tergiversar o, directamente, mentir. El “yo no fui” defendido con uñas y dientes por el ex juez Francisco Pisa es un ejemplo en letras de molde. “Yo hice todo bien”, sostuvo Pisa ante la mirada incrédula de la familia Tacacho. A la culpa, en este caso, Pisa la depositó en el sistema. La maraña judicial es como el aparato político: un monstruo incontrolable que sólo obedece a su propia lógica. Un monstruo deshumanizado al que le caben todas las responsabilidades, siempre en la medida en la que nadie termine expuesto. “La Justicia” o “el aparato”, en cuanto abstracciones, son nuestros chivos expiatorios favoritos. “Son”, pero a la vez “no son”. Esto puede llevar a la perturbadora conclusión de que no hay titiriteros moviendo los hilos de “la Justicia” o del “aparato”, sino que vivimos en una realidad similar a la de Terminator o a la de Matrix. Es la idea de “la Justicia” y el “aparato” montados a una existencia propia, suerte de inteligencias artificiales exentas de complejidades ontológicas. ¿Están repartiendo bolsones el día de la elección? Y... así funciona el aparato, responderá el puntero barrial. Él y sus jefes pueden afirmar entonces “yo no fui”.

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A Enrique Romero, subsecretario de Tránsito y el funcionario con perfil más alto del municipio capitalino, le preguntan por los sobornos a los varitas y apela siempre a la misma respuesta: “es tan corrupto el que coimea como el que recibe”. Romero acepta entonces la existencia de corruptos en la repartición que comanda, pero la adjudica a una suerte de teoría de los dos demonios, que no es otra cosa que una justificación absolutoria de culpas y cargos. Esto es mucho más sencillo que hacer una limpieza interna, lo que generaría un enfrentamiento con el sindicato. En consecuencia,“si los inspectores son coimeros es porque los coimean”. Llevada al mundo real, la elucubración culmina con el varita afirmando: “yo no fui”.

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“Yo no fui” es Fuenteovejuna. En octubre del año pasado, el crimen de la niña Abigail Riquel derivó en el linchamiento de José Antonio Guaymás. Al momento en el que Guaymás fue asesinado por una turba era el principal sospechoso; poco después se comprobó que, efectivamente, él había perpetrado el femicidio. Apodado “Culón”, Guaymás sumaba 19 causas judiciales por delitos contra la propiedad, pero jamás había afrontado un tribunal. Lo mataron a golpes y patadas en un descampado. La investigación de ese caso quedó paralizada y así continuará; no hay imputados, ningún testigo brindó precisiones. Aquel fue un día de furia en Tucumán, una jornada sin contrato social, sin autoridades, sin Poderes del Estado presentes. Nadie se animó a dar la cara. Nadie fue.

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El Mercado del Norte se mueve como un flan y la culpa es de la falta de mantenimiento. El subsuelo es un pantano porque “está así desde hace décadas”. Como eran tantos los encargados de cuidar el edificio y la verdad es que nunca se encargaron de nada, la síntesis es que nadie fue. El Mercado es un problema mayúsculo, una brasa en las manos del municipio. El Mercado, por ahora, es el dolor de ya no ser. Sigue ahí, asomando sobre los chapones, una Disneylandia para roedores y alimañas. ¿Quién se responsabiliza de su triste y solitario final?

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Por supuesto, son “los políticos”. El discurso de la antipolítica es un fenómeno mundial, ¿cómo no iba a prender con potencia en estas comarcas? Los “políticos” se amontonan como un blanco ideal para gritar “que se vayan todos”. ¿De quién es la culpa de que todo esté mal? De “los políticos”, obvio. Ahora, ¿cuáles políticos? Si son “todos chorros”, o corruptos, o ineptos, o una mezcla nefasta de defectos, indefectiblemente alguien tendrá que reemplazarlos. Nuevos políticos, que del vergel del que provengan incontaminados -de una sociedad idealizada que en los hechos no existe- pasarán a hundir los pies en el barro... de la política. Hace 20 años, en pleno estallido, cuando la Argentina flotaba a la deriva y hasta se proponía entregar la soberanía nacional a cambio de un protectorado de la ONU, “los políticos” que nos habían llevado al fracaso parecían condenados. Y al final no se fueron todos; al contrario, la abrumadora mayoría se quedó como si nada hubiese sucedido en aquel diciembre fatídico. El propio Fernando de la Rúa esbozó un “yo no fui”, adjudicando el drama a una conspiración del peronismo. Y lo propio hizo Domingo Cavallo, quien sigue ofreciendo hoy en pantallas amigas la solución para la economía argentina. No, nadie fue.

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Si nadie fue no tenemos historia. Todo vendría a ser una especie de mito, a lo sumo una colección de conjeturas incomprobables. Si nadie es responsable, si a nadie lo comprenden las generales de la ley, pues bien, que los árboles sigan cayendo por “cuestiones naturales”. Con este criterio, impuesto y extendido, resultó lógico el espasmo de los funcionarios municipales cuando enfatizaron “nosotros no fuimos”. Pero si nadie fue, ¿quién es? Que no se convierta en un intríngulis para filósofos; más bien que sirva como un aporte más a la confusión general en la que vivimos.

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