Historia de la decadencia

Historia de la decadencia

07 Diciembre 2021

Por Gustavo F. Wallberg

Licenciado en Economía - Profesor UNT

Todo dato tiene una historia, y quisiera aportar tres de ellas al intercambio producido entre Ana María Cerro y Esteban Nicolini sobre los inicios de la decadencia argentina.

La primera tiene que ver con la calidad del deterioro institucional. Este comienza en la década del 30 del siglo XX con el golpe de Estado pero continúa con la creciente intervención del gobierno en la economía, que en parte se manifestó en comisiones sectoriales como respuesta a los efectos negativos de la Gran Depresión. Tales herramientas fueron luego incorporadas a la administración pública por el peronismo, en cuyo gobierno el Estado amplió todavía más su participación en la vida común, no sólo en la económica. Dichos avances no tuvieron mucha reversión en los gobiernos siguientes, al menos hasta los 90 del siglo XX, de modo que el estilo de gestión estatal fue esencialmente el mismo: respuestas a un orden económico corporativo (por qué, es otra historia).

¿Cuál fue la calidad de las intervenciones? Una posibilidad es ver la eficiencia y la legitimidad de ellas, y para eso puede pensarse que una de las respuestas posibles a las reglas ineficientes o ilegítimas es esquivarlas. Pues bien, Adrián Guissarri encontró que entre 1930 y 1989 (cuando termina su estudio) los picos de economía en negro ocurrieron durante los gobiernos peronistas. Es decir, hay un crecimiento del gasto público sobre el PIB desde los 30, que se profundiza desde los 40, y puede especularse que la calidad de ese gasto fue peor entre 1946-1955 y 1974-1976 que en los otros años.

La segunda historia se basa en que en economía no hay nada instantáneo, y por eso existen las inercias y los aprendizajes. Ello podría explicar por qué, pese a la mala calidad de las políticas económicas, la economía no tuvo un freno repentino. De hecho, a veces hubo momentos de buen crecimiento, típicos del aprovechamiento de capacidad instalada ociosa (o de ilusión). Las inversiones realizadas en mejores épocas seguían estando y la cultura productiva, en empresarios y trabajadores, también. Sin embargo, el capital axiológico se deteriora si no se reinvierte en él gracias a la permanencia de reglas eficientes. Una generación después de la aparición del peronismo tal vez ya quedara poco. Lo que se aprende y lo que se pierde lleva entonces a que las medidas correctas sean cada vez menos efectivas y que las erradas sean más dañinas cada vez más rápido.

Y la tercera historia es sobre la necesidad de espacios y carriles en el marco institucional que permitan escuchar las disidencias y responder a los errores. Eso estuvo truncado por el fraude en la década del 30, por el abuso del Estado como herramienta partidaria en los 40 y 50 (llegándose a identificar patria con partido) y por la proscripción del peronismo desde 1955 hasta 1974.

Así, la combinación de todo lo anterior bien pudo llevar a enseñar que la mejor manera de crecer en la vida es conseguir favores del Estado, violar el marco institucional y negar los derechos ajenos, inclusive el de la vida.

En conclusión, no parece que con el peronismo haya comenzado la decadencia argentina, pero sí que fue un factor fundamental en ella al cimentar un marco institucional propicio para el estancamiento.

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