Crímenes de niños: el triple filicidio de Canal Norte

Crímenes de niños: el triple filicidio de Canal Norte

DESENCAJADA. Nora Palavecino es escoltada por policías luego de haber degollado a sus hijas. DESENCAJADA. Nora Palavecino es escoltada por policías luego de haber degollado a sus hijas.

¿Dónde me llevan?”, preguntó exaltada Nora Esther Palavecino (22 años) mientras era trasladada en una ambulancia, atendida por un enfermero y vigilada por dos policías. “No puedo irme lejos porque debo darle de comer a mi bebé”, añadió la mujer que era llevada al ese entonces Hospicio del Carmen. Cuatro horas antes, había degollado a sus tres hijas en una precaria vivienda que estaba construida a la vera de Canal Norte, en Villa Muñecas. Se trató del filicidio más grave que se registró en la provincia en más de 20 años. Un caso espeluznante, donde la miseria y la exclusión social fueron protagonistas.

El triple filicidio se registró en un caluroso y lluvioso del 1 de febrero de 2002. “La única pregunta que se hacían los vecinos en Villa Muñecas era por qué. Pero nadie tenía una respuesta. No hay respuestas para una decisión tan tremenda. La imagen de las tres nenas saliendo en brazos de su padre y de su tío en la casa en la que habían sido degolladas conmovió a todos. La rapidez en el traslado a los hospitales no bastó: las pequeñas murieron, luego de haber si atacadas por su propia madre”, publicó LA GACETA al día siguiente.

Sabrina Soledad (5), Florencia Micaela (4) y Daniela (2) eran las hijas de Pastorino y de Raúl Daniel Frías (25). La familia vivía en una humilde casa a la vera de ese canal que durante gran parte del año solo produce olores pestilentes y, en la temporada de lluvia, miedo de que el agua se lleve lo poco que tienen los habitantes de esa zona. Han pasado más de 19 años del triple filicidio y la miseria y las necesidades siguen siendo exactamente las mismas. Muy pocos recuerdan lo que sucedió. “Eso pasó hace un montón, nadie se acuerda. La gente va y viene porque el que consigue algo mejor se va y no vuelve más”, reiteró una y otra vez Luis Herrera, mientras manipulaba nerviosamente una “pipa” para fumar paco.

Las niñas se habían levantado pasada las 9. Algunos dijeron que los gritos de una discusión de sus padres las había despertado. Frías le habría cuestionado a su pareja que por su descuido, el caballo que utilizaba para tirar el carro con el que se ganaba la vida se había escapado y que ahora debía buscarlo. Las pequeñas salieron a jugar con sus amiguitas de la cuadra. Esta vez se pusieron las zapatillas rotas que usaban cada vez que llovía para poder caminar por esa calle que se transformaba en un verdadero lodazal. Según las actuaciones que realizaron los policías, cerca de las 13, la mujer llamó a los gritos a sus hijas para que comieran ese guiso sabor a poco que había cocinado.

Pasadas las 13.30, Frías regresó a su hogar a bordo del carro que se desplazaba de un lado a otro por el barrial. La cara de pocos amigos tenía que ver otra vez con la necesidad. Una vez más, recorrió las calles de la zona buscando en vano algo de dinero para alimentar a su familia. Intentó ingresar a su casa y no pudo hacerlo. El trozo de madera que simulaba ser una puerta estaba trabada desde adentro. Dio la vuelta, corrió el plástico que hacía de cortina, y miró por una ventana. Allí descubrió a sus tres hijas agonizantes, en una cama que se impregnada de rojo por la sangre. Sus gritos desesperados alteraron a todo el asentimiento. Los que fueron por su ayuda, al descubrir esa terrorífica escena, inmediatamente pidieron ayuda.

Las ambulancias nunca llegaban a esas humildes viviendas. Entonces, Frías corrió hasta la avenida Francisco de Aguirre con una de sus hijas. Alzó a la que parecía que menos grave estaba. Logró que un alma caritativa detuviera su marcha para llevarlo en auto al hospital de Niños. El conductor aceleró a fondo y en su afán por colaborar, terminó protagonizando un accidente a las pocas cuadras. Después de explicar que estaba pasando, el padre de la pequeña se subió a otro vehículo y llegó al centro asistencial. Pero fue tarde. La niña ya había fallecido. Lo mismo sucedió con sus hermanitas. Los vecinos la trasladaron en un colectivo de línea, cuyo conductor hizo descender a todos los pasajeros y a máxima velocidad logró arribar a la guardia del hospital Avellaneda. Pero el esfuerzo fue en vano: las dos pequeñas llegaron sin vida.

A la mujer, que fue encontrada desvanecida por los vecinos en el interior de la precaria vivienda, fue trasladada al Padilla. Había intentado quitarse la vida cortándose las venas, pero sólo se infringió heridas superficiales. Estaba aturdida y pronunciaba frases que nadie podía entender. Luego de haber recibido atención médica, fue trasladada de inmediato al ex Hospicio del Carmen para que la medicaran y la tranquilizaran.

El hecho

Los investigadores, después de analizar la escena del crimen, rearmaron el rompecabezas para determinar cómo se había producido el triple filicidio. Según el expediente judicial, luego de que Frías abandonara el hogar para ganarse la vida, los vecinos vieron como la joven afilaba en el fondo de la casa un cuchillo de cocina. El ex fiscal Gustavo Estofán elaboró la siguiente teoría: Palavecino, llamó a sus hijas que estaban jugando en el vecindario para que ingresaran a la casilla que tenía tres ambientes y piso de tierra: el comedor y la cocina, una pieza con una sola cama donde dormían las pequeñas y la habitación de la pareja. Una a una las fue degollando y luego las colocó en su cama. Después intentó quitarse la vida. Según el representante del Ministerio Público Fiscal, la mujer había planeado todo, ya que antes asesinar a sus hijas, dejó una carta.

“Perdón, perdón y mil veces perdón por este sufrimiento. Perdón Golito (así le decían a su madre), perdón a mis hermanos y a toda mi familia, pero necesito descansar. Perdón Roque (su padre) por no dejarte a mis hijos, pero yo me las tengo que llevar”, fueron las primeras palabras que escribió en una hoja de cuaderno que dejó muy bien puesta en la mesa del comedor para que todos la encontraron.

“Yo las amo a las tres y no pudo dejarlas. Son mi vida y ellas tienen que estar conmigo. Nunca se olviden de nosotras. Recuérdenme con alegría, con risas como soy yo y vivan felices se lo pido por mí y por mis hijas. Perdón por favor. Les pido que me perdonen, pero es un hermoso día para descansar. Los amos a todos y gracias por querer ayudarme siempre y yo no los supe escuchar, ni hacer sufrir más”, termina la misiva.

“¿A quién se le puede ocurrir hacer una cosa así con tres angelitos? No entiendo, no puede ser”. Ramona Galarza, la abuela paterna de las nenas sin que nadie le respondiera. Los vecinos, el día que se registró el hecho, también hablaron espantados sobre lo que había sucedido. “A mí me parece que desde hace algunos días que ellos no se llevaban bien. Se gritaban mucho. Él le dijo de todo porque a ella se le había escapado el caballo”, relató Graciela Fernández.

La suegra de la acusada desmintió esa versión: “ellos se llevaban bien”. “Hace mucho que vivían juntos y que yo supiera no había problemas entre ellos”, aseguró Gustavo Arreyes. Marta González, por su parte, admitió que en varias ocasiones escuchó discutir a la pareja. “Eso pasa con muchos matrimonios, pero tal vez en esto había algo más que nosotros desconocemos”, explicó.

El juicio

En diciembre de 2003 comenzó el juicio en contra de Palavacino. En esos 10 meses pasó de todo. Para los acusadores del Ministerio Público Fiscal, la imputada de triple homicidio agravado había sido perfectamente consciente de lo que había hecho. La joven, en prisión, dio a luz a su cuarto hijo, por lo que varios investigadores sospecharon que la llegada de otro pequeño la habían sumido en un estado de desesperación por la miseria que vivía su familia.

El fiscal de cámara Daniel Marranzino fue categórico. Pidió que se la condenara a reclusión perpetua por haber asesinado a sus tres hijas. “Sabía perfectamente lo que estaba por hacer. Calculó todo, hasta a cuál de las nenas mataría primero, y luego ejecutó el triple crimen. En cualquier momento, incluso mientras escribía la carta, podría haber reflexionado y haber evitado la tragedia, pero no lo hizo”, señaló el acusador.

La defensora oficial María de las Mercedes Carrizo, luego llegaría a ser fiscala, tuvo una visión totalmente diferente. “Cuando Palavecino decidió cometer los homicidios estaba en un estado psicótico agudo. No comprendió lo que estaba haciendo”, aseguró. También destacó las condiciones personales de la acusada: vivía en la extrema pobreza por falta de recursos; fue agredida por sus padres en su infancia; era víctima de violencia de género por parte de su esposa; y tenía además un antecedente de haber sufrido un abuso sexual cuando era menor por parte de un pariente. Por ese motivo, pidió que sea absuelta o en su defecto, se le dicte el mínimo de la pena, es decir, ocho años de prisión.

Los miembros del tribunal, integrado por Emilio Páez de la Torre, Julio Francisco Silva y Alfredo Oscar Barrionuevo, antes de fallar, decidieron recorrer un camino desconocido para esos tiempos. Llamaron a Palavecino y comenzaron interrogarla sobre distintos aspectos de su vida, con lo que había pasado y cómo se imaginaba el futuro. La acusada, entre otras cosas, les dijo que quería recuperar a su hija que había nacido después de la tragedia. Afirmó además que jamás podría hacer de nuevo algo contra lo como lo que había hecho. “El tiempo que llevé en la cárcel me hizo madurar mucho. Quiero salir y trabajar y, a pesar de que nunca me olvidaré de lo que hizo, quiero rehacer mi vida”, dijo la joven.

Los jueces se retiraron a deliberar. Aplicaron el texto del artículo 80 inciso primero y el último del párrafo del Código Penal que dice: “se impondrá reclusión o prisión perpetua al que matare a su ascendiente -padre- descendiente -hijos- o cónyuge -esposa o conviviente… Cuando en este caso mediares circunstancias extraordinarias de atenuación, el juez podrá aplicar prisión o reclusión de 8 a 25 años”. Y eso es lo que hicieron. Con el voto en disidencia de Silva, la mujer fue condenada a 15 años de prisión.

Luego de escuchar el fallo, Palavecino lloró y cuando fue retirada de la sala fue abrazada por su familia. Nunca más se habló de ella. Al parecer cumplió la condena hace varios años y recuperó la libertad. En Canal Norte no saben qué fue de su vida. “No tenemos ni idea que pasó con ella. Pero obviamente que aquí no volvería”, dijo Marta Vizcarra, una vecina que tampoco recordaba el caso.

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