Netflix revive el mito del tesoro nazi en Argentina

Netflix revive el mito del tesoro nazi en Argentina

Una flamante película de aventuras vuelve sobre un tema recurrente: la fortuna nazi escondida en el país. La verdad histórica remite a la “ruta de las ratas” y el refugio a criminales de guerra durante el peronismo.

ALERTA ROJA / NETFLIX ALERTA ROJA / NETFLIX

Primero vemos un mapa de Sudamérica y luego un inequívoco cartel que anuncia: Argentina. El escenario es selvático y refrescado por algunas cataratas, así que inferimos que se trata de Misiones. Por allí andan los protagonistas hasta que ¡bingo!, dan con la entrada a una fortaleza subterránea que alberga los tesoros del nazismo. La película -flamante estreno de Netflix- se llama “Alerta roja”, una comedia de acción colorida, ruidosa, pasatista y de nulo vuelo artístico. Y aún así “Alerta roja” no deja de ser un dispositivo cultural, al servicio en este caso de ese imaginario global que considera a nuestro país como un spin-off del nazismo. No sólo un santuario que les proporcionó refugió a los criminales de guerra; también la guarida en la que escondieron el oro y las obras de arte prolijamente saqueadas de Europa.

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En esa delicada frontera que separa la historia del mito, los hechos y la fantasía se confunden. A fin de cuentas, a Netflix no se le ocurre tomarse el trabajo de explicar que eso que está mostrando de la Argentina no es improbable, sino falso. La misma película localiza a un traficante de armas viviendo en Valencia y a los peores asesinos encerrados en una cárcel en Siberia. Más lugares comunes, imposible. Que los malos estén en Rusia, los corruptos en la cuenca del Mediterráneo y los nazis en Argentina puede leerse como el ABC de los guionistas. Al menos, “Alerta roja” no comete la grosería de ubicar a Villa Gesell en la cordillera de los Andes, como vimos en la saga de los X-Men. Quien indagó a fondo la relación entre Argentina y Hollywood fue el periodista Diego Curubeto; los interesados en saberlo todo sobre el tema pueden consultar los dos formidables tomos de su obra “Babilonia gaucha”.  

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Primero, la historia. ¿Se convirtió nuestro país en un santuario para los nazis fugados de Europa? Por supuesto que sí y nada fue casual. Durante la década de 1930, tras el ascenso de Adolf Hitler al poder, las simpatías estuvieron de lo más divididas en Argentina, mientras las embajadas de Gran Bretaña y de Alemania operaban activamente para influir sobre la opinión pública. Un episodio impactante se produjo el 10 de abril de 1838, cuando el Luna Park albergó un acto masivo en apoyo al Anschluss (la anexión de Austria a Alemania). No se produjo una manifestación nazi de esa magnitud fuera de Alemania ni antes de la Segunda Guerra Mundial ni mucho menos durante el conflicto. En ese sentido, lo vivido en Buenos Aires fue único e irrepetible.

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Mientras, el delicadísimo equilibrio político se hizo añicos el 4 de junio de 1943 a partir del golpe de Estado que derrocó al presidente Ramón Castillo. Al Gobierno nacional, identificado con los Aliados, lo tumbó el Ejército cooptado por el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), de neta orientación germanófila. Lo que le faltó al GOU fue timming, porque en ese momento Alemania ya había sido arrollada en Stalingrado y la cuenta regresiva hacia su rendición incondicional estaba en marcha. Como figura clave de ese Gobierno de facto asomaba el entonces coronel Juan Domingo Perón, ya de vuelta de la Italia de Benito Mussolini, donde se había capacitado en cuestiones militares y económicas.

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Tucumán fue escenario en esos años de un llamativo experimento nacionalista a partir de la gestión de Alberto Baldrich, interventor de la provincia entre el 24 de agosto de 1943 y el 29 de abril de 1944. Las figuras que había convocado para conformar el equipo de Gobierno no escondían su ideología: cuando finalmente Argentina rompió relaciones con Alemania, tanto el rector de la UNT, Santiago de Estrada, como el intendente de la Capital, Federico Ibarguren, ordenar izar la bandera a media asta en señal de protesta. Baldrich se autodefinía como nacionalista popular y cruzado anticorrupción, enemigo del capitalismo usurario y antinacional, convencido de que la construcción de la Patria sólo era posible con el Ejército y la Iglesia como pilares. Hablaba de justicia social en una sociedad ordenada  y, por sobre todo, controlada. Y un dato interesante es que durante su gestión empezó a tomar forma la sindicalización de los empleados, obreros y trabajadores de la industria azucarera.

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Alemania capituló en 1945 y Perón ganó las elecciones en febrero del año siguiente. Fue cuestión de tiempo para que en Europa, tras los juicios de Nuremberg, empezaran a movilizarse los nazis escondidos. Se implementó entonces la llamada “ruta de las ratas”, un itinerario que unía puertos en el Mediterráneo -en especial el de Génova- con varios en América -empezando por el de Buenos Aires-. Los nazis embarcaban tras recibir una doble protección: la Iglesia Católica y la Cruz Roja Internacional ayudaron a muchos de ellos proporcionándoles refugio, pasajes y documentación. En Argentina la red de contactos con el Gobierno peronista funcionaba con fluidez, así que los nazis eran acogidos y redireccionados hacia diferentes ciudades. El Centro Simon Wiesenthal de lucha contra el antisemitismo dio a conocer una lista de 12.000 nazis que llegaron a la Argentina. Alrededor de 5.000 se instalaron definitivamente en el país. Se cuentan allí, además de los alemanes, a los nazis croatas, austríacos y eslovacos. Entre ellos había numerosos criminales de guerra.

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El caso testigo es el de Adolf Eichmann, el burócrata de la “solución final” responsable del transporte de millones de judíos a los campos de concentración. Hace pocos días se presentó en la Casa Sucar el libro “Querido Eichmann”, en el que Marcos Rosenzvaig ensaya una nueva vuelta de tuerca a esta transitada y no por eso menos atrapante historia. Ficciones al margen, Eichmann vivió en Tucumán con el nombre de Ricardo Klement, como lo consigna la cédula de identidad número 212.430 que le expidió la Policía de la Provincia, comandada en ese momento -1952- por el futuro gobernador Amado Juri. En el documental “El vecino alemán”, dirigido por Martín Liji y Rosario Cervio, hablan quienes lo conocieron en La Cocha y hasta se ve la casa que Eichmann ocupó en Las Estancias. El paso de Eichmann por Tucumán obedece estrictamente a la metodología de la “ruta de las ratas”: la llegada con documentos falsos y la inserción laboral en una empresa (Capri) fundada por un argentino germanófilo y aliado al gobierno peronista (Carlos Fuldner). Este modelo de acción se reiteró una y otra vez.

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Eichmann fue raptado en Buenos Aires por un comando del Mossad y llevado a Israel, donde se lo juzgó y condenó a morir en la horca. Las sesiones de ese proceso pueden verse en YouTube. Otros criminales, como Erich Priebke y Josef Schwammberger, fueron deportados por la Argentina y procesados en Europa. Algunos, como Josef Mengele y Eduard Roschmann, emigraron a Paraguay y a Brasil cuando se sintieron amenazados. Walter Kutschmann murió poco antes de ser extraditado.  Pero también es cierto que la complicidad de los Gobiernos y las redes de protección les permitieron a muchos nazis eludir la Justicia y vivir en la Argentina casi sin sufrir molestias. Esta es la realidad histórica y explica -pero no justifica- la construcción de imaginarios - abonados por la literatura, el cine y la televisión- sobre tesoros ocultos y presencias misteriosas, empezando por la incomprobable teoría de que Hitler fraguó el suicidio para vivir plácidamente en la Argentina.

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Tomemos el caso de Misiones, supuesto escenario de las trepidantes persecuciones que “Alerta roja” propone de la mano de The Rock, Ryan Reynolds y Gal Gadot. Se supone que allá por 1941 Hitler habría comprado tierras en esa provincia y que tras la guerra huyó para radicarse en Oberá junto a un hijo (!), usando el apellido Erhard. También ubican en Misiones a Martin Bormann, el secretario privado de Hitler. Es más; un mecánico retirado llamado Emilio Zacher afirma que su padre había sido el chofer de Bormann en la zona de Teyú Cuaré, cerca del pueblo de San Ignacio. Aunque Zacher no aporta pruebas. Todo esto se debe a que en las ruinas de una construcción de piedra de 3x3 metros apareció una serie de objetos, entre ellos una moneda de 50 Reichspfennig acuñada en la Alemania de 1942. Daniel Schávelzon y Ana Igareta. arqueólogos e investigadores del Conicet, trabajaron durante años allí y en un libro (“Arqueología de un refugio nazi en la Argentina”) piden más seriedad, análisis y rigor histórico. No es fácil, porque la imaginación se dispara a caballo de toda clase de alocadas hipótesis. Bormann murió en Berlín; sus restos fueron encontrados y las pericias de ADN practicadas en 1998 confirmaron lo que ya se sabía por el registro de las piezas dentales. Pero mucho más apasionante es imaginarlo viviendo en la selva misionera, al cuidado de un tesoro fabuloso.

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Así como existió la “ruta de las ratas” también hubo una “ruta del dinero”. Si los nazis no invadieron Suiza cuando tenían Europa a su disposición se debió, en gran medida, a la necesidad de operar con un sistema bancario confiable y secreto, a cubierto a la vez del eventual resultado de la guerra. Esos activos financieros y el contenido de las cajas de seguridad que los nazis guardaban en los bancos suizos son motivo de interrogantes desde hace décadas. Pero más allá de estas consideraciones propias del mundo real flota la idea de un patrimonio fabuloso, integrado por lingotes de oro, obras de arte y hasta tesoros arqueológicos que los nazis mantienen oculto. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que la remota y amigable Argentina? ¿Y si era el propio Hitler, cobijado en una estancia de la Patagonia, el cancerbero de esa fortuna? Siempre habrá películas que alimenten los mitos. Y siempre estarán quienes mezclen historia con leyendas.

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