Escenarios posibles, inevitables y anhelados

Escenarios posibles, inevitables y anhelados

Los resultados de la votación determinarán escenarios y revelarán quiénes serán los nuevos actores políticos. Los protagonistas tienen expectativas respecto de los números, porque alrededor de las cifras se delinearán esos escenarios, algunos posibles, otros buscados y algunos inevitables. Cada una de las fuerzas locales mirará atentamente la cantidad de las adhesiones, propias y ajenas, para organizar el trabajo político a futuro.

Apuntando al silbato

De Fuerza Republicana, es decir de Ricardo Bussi, no importa si alcanza o no una diputación nacional; no interesa tanto si le birla un lugar a Juntos por el Cambio y si accede al Congreso; lo que verdaderamente debería atrapar la atención -especialmente en el espectro opositor- es si el bussismo puede crecer en una cantidad suficiente de votos como para que ese porcentual le permita emerger cómo el árbitro en la pelea por la gobernación en 2023. Eso tiene un valor. Este año ya casi se infiltró en el campamento radical, dejando huellas y heridas.

Hay que mirar los datos de las PASO para entender por qué se debe prestar atención al papel que pueda cumplir FR: el Frente de Todos obtuvo el 48% de las adhesiones, Juntos por el Cambio el 34%, y el bussismo el 7%. Sumados los dos últimos no alcanzan al PJ, pero de crecer ambos cuatro puntos, por ejemplo, las perspectivas políticas y las proyecciones electorales para dentro de dos años podrían modificar el tablero provincial.

FR se convertiría en el árbitro; cotizaría en bolsa y podría hacer valer el peso de sus acciones en una eventual alianza opositora. Conseguir una banca es importante, sí, pero con las cifras de las primarias, Josefina Bussi debería cosechar 10 puntos mínimos más para alcanzar el cuarto lugar (más o menos 170.000 voluntades), o sea sumar 100.000 nuevos votos; y eso siempre y cuando la sociedad Alfaro-Sánchez no consiga más sufragios que el 12 de septiembre, lo que no parece posible, al contrario, lo más probable es que crezcan sus guarismos.

Sería un batacazo electoral para FR, pero políticamente sería más redituable el papel de árbitro a futuro. En ese caso, habría que observar a FR de otra manera. Es especulativo, pero hay que poner la lupa allí.

Claro, todo eso siempre y cuando ocurra un pequeño detalle: que el Frente de Todos no alcance o supere los 50 puntos, para lo que el PJ está jugado.

El capítulo los correligionarios

Lo inevitable, al margen de los resultados de hoy, es que la UCR tucumana deba subirse al movimiento nacional de los correligionarios que no quieren seguir siendo furgón de cola del macrismo, e incorporarse a ese proceso de recuperación del orgullo radical para convertirse en principal accionista de la sociedad Juntos por el Cambio, no más un actor de reparto. Ya pagaron el derecho de piso.

El resurgimiento de la UCR en Buenos Aires de la mano de Manes o la intención del jujeño Gerardo Morales de pelear por la presidencia de la Nación van en esa línea. En la provincia, el partido está intervenido hace un par de años, y por lo tanto desmovilizado, sin reuniones partidarias, sin convenciones y sin internas para elegir autoridades. Sin acción. Quieto. Está en un impasse. Sin embargo, los coletazos nacionales obligarán a que en poco tiempo, no más allá del año que viene, la UCR llame a elecciones internas para activar sus fuerzas dormidas, y dispersas.

¿Quiénes se enfrentarían? Eventualmente los que ya lo hicieron en las primarias: los intendentes versus los parlamentarios; la sociedad Campero-Sánchez versus la dupla Cano-Silvia Elías. Es lo que se vislumbra. Para los jefes municipales es la posibilidad de consolidar el espacio ganado a fuerza de derrotar a la vieja guardia radical; y para los dos antiguos militantes radicales es una ocasión para recuperar la ascendencia perdida. Como se suele repetir, el poder lo tienen los que ganan, aquellos que se imponen en elecciones; los que tienen votos, y la normalización de la UCR es, más allá de una necesidad, un objetivo político.

Puede haber acuerdos para evitar un proceso electoral desgastante -para que no haya perdedores y que parezca que sólo hay victoriosos-; de hecho hoy hay una mesa normalizadora compartida en el partido, un representante de cada lado. Si los pactos no aparecen, hay dos factibles diablillos extraños que pueden meter la cola en esa eventual interna: Bussi, si es que consigue el silbato de árbitro, y Alfaro, que cuenta con el respaldo de radicales en su espacio, como el intendente de Bella Vista.

El líder de FR y el peronista del PJS no se pueden ni ver, no se soportan; y enfrentarse indirectamente en una interna ajena puede tentarlos.

Campero y Sánchez ya coquetearon con Bussi y animaron la posibilidad de compartir boletas, mientras que Cano y Elías de Pérez no lo querían integrando la mesa de Juntos. Juntos, pero separados. La UCR tucumana está condenada a normalizarse en el marco de la presión que ejercerá el proceso de resurgimiento del radicalismo con miras al 23, así también se verá sometida a presiones, tironeos e influencias externas. La UCR necesitará de otros socios para dentro de dos años si emerge fortalecida del trámite de renovación interna de autoridades, y si en esta jornada, además, sus actores hacen una buena elección.

Unidos por miedo a lo que puede venir

Las muestras de unidad del oficialismo de los últimos días, especialmente la foto del jueves, la de Manzur y de Jaldo abrazados y sonrientes, son más que nada la consecuencia del temor del peronismo pejotista a un futuro que puede presentarse sombrío después de hoy. Se han vuelto a asociar para soportar mejor lo que temen que sobrevendrá a causa del resultado de la votación nacional: los efectos políticos negativos por la ratificación de la derrota en las primarias.

Una victoria opositora pondría a Juntos por el Cambio en mejor posición de cara al 23, porque debilitará al oficialismo y expondrá todas sus contradicciones internas en medio de una deficiente gestión gubernamental. En la oposición hablan de un nuevo tiempo. Del retorno. El optimismo de su dirigencia se sostiene, además, en el pesimismo que se percibe en el oficialismo. En ese clima, en el peronismo tucumano los que tienen responsabilidades de conducción no quieren que los efectos colaterales de una eventual derrota nacional aliente las esperanzas de los opositores locales, más allá de arbitrajes o internas de normalización.

En el PJ provincial saben que hoy se juega parte de su futuro por un escenario nacional que se le presenta adverso: necesita los 50 puntos, ya que sacar menos serviría para alimentar los sueños opositores, para fortalecerlos con miras a los comicios de renovación de autoridades de 2023.

Ni Manzur ni Jaldo pueden entreabrir esa puerta a la oposición, por eso la visita del jefe de Gabinete. No aterrizó en su terruño sólo para darse un baño de victoria en Tucumán escapándole a los rostros derrotados de sus pares a nivel nacional, o para evitar esa foto deprimente de la frustración y para sólo para mostrarse sonriente y festejando en la Casa de Gobierno. Vino por los 300.000 votos que el manzurismo sacó en las PASO, para que no se les fuguen, para instar a su tropa a que salga nuevamente a conseguirlos, no sólo por él ni por Jaldo, sino también por el futuro del PJ en el plano provincial. Necesita que esos votos se ratifiquen.

Porque así como el tranqueño puede temer que no lo respalden otra vez los 190.000 ciudadanos que votaron por él en septiembre -haciendo campaña en contra del gobernador-, el médico sanitarista también puede temer que haya heridos que no quieran trabajar por el vicegobernador y que no repitan los números manzuristas de las PASO. Su objetivo al visitar Tucumán no solo fue para decir en una imagen que con Jaldo han vuelto a ser uno solo, sino para precisar y subrayar que si hoy todos no trabajan por todos, lo que estará en peligro será la continuidad del PJ en el poder en un par de años. Eso realmente asusta a los peronistas.

Al aliento que puedan conseguir los opositores con una victoria en el plano nacional para arrancar con bríos la carrera local hacia la gobernación, el oficialismo tucumano debería contrarrestarlo con una victoria por más de 50 puntos que precisamente los desaliente. Contundente. O mostrándoles que les será difícil destronar al PJ en la provincia, si es que están unidos.

En ese trámite, Manzur es el que está más obligado y condicionado, porque parte de sus 300.000 adhesiones fueron para convertirlo en conductor del peronismo tucumano, no para que los abandonase yéndose a probar mejor suerte en la Nación. Por lo menos los 190.000 votos del tranqueño eran de aquellos que lo querían como líder del peronismo y hoy Jaldo es el gobernador; como quien dice aceleró el trámite de sus confesadas aspiraciones. Es cierto que su discurso antimanzurista le puede costar al defender lo que antes cuestionó, pero su parte se reduce a mostrarles a esos sufragantes que sí cumple con su palabra.

En ese marco, es que el desafío político pinta más crítico para el jefe de Gabinete: convencer a los manzuristas que lo mejor para todos es jugarse igual o más que en las PASO. El verdadero triunfo de la dupla peronista hoy será sacar 50 puntos, no sólo para mostrar al Frente de Todos que Tucumán sigue siendo un bastión peronista, sino para conseguir alguna tranquilidad política con vista a 2023 en el plano local.

Escenarios posibles, inevitables y anhelados.

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