La fiesta de la demagocracia

La fiesta de la demagocracia

Mañana se tensará la soga entre dos ideas en pugna, en medio de otra grieta de las tantas, pero en este caso silenciosa, subrepticia, que no tendrá a las urnas como espacio de combate.

De un lado estarán los votantes, que a su vez se dividen entre electores a conciencia, convencidos, militantes partidarios, y entre sufragantes no espontáneos, conducidos, empujados por intereses no ideológicos, dependencias laborales o de otro tipo, o simplemente por negocios, personales o familiares.

Del otro lado se encuentran los descreídos, los desencantados con el sistema electoral, los persuadidos de que la democracia, al menos con las opciones que hoy les ofrece, no ha servido o no ha podido mejorar sus condiciones de vida y, en algunos casos, ha ocurrido lo contrario.

En este sector de ciudadanos escépticos también hay dos grupos que sobresalen: los que de todos modos concurren al cuarto oscuro, quienes pese a su enojo cumplen con su deber cívico, pero sufragan por nadie, es decir en blanco, o anulan su voto con alguna expresión de bronca o de mofa graciosa hacia el comicio o los candidatos.

Después están los más rebeldes, los más anárquicos, quienes directamente se niegan a votar o incluso se manifiestan públicamente en contra del acto eleccionario, en tanto herramienta útil o real de progreso social.

Los desilusionados con el sistema democrático argentino no son pocos, pese a que los dirigentes, la clase política y el establishment se esfuercen por ocultarlos bajo la alfombra, por silenciarlos, por escatimarles espacios de expresión pública.

En las últimas elecciones, las PASO del 12 de septiembre, asistió a las urnas sólo el 67% de los ciudadanos habilitados para votar, que son un poco más de 34 millones de argentinos.

Fue el nivel de participación más bajo desde que se implementaron las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, en 2011.

De ese 67% que introdujo un sobre en la urna, el 4% lo hizo en blanco y el 3% fue nulo.

Es decir, entre el 33% que se quedó en casa y el 7% que votó “por nadie” o sufragó “con bronca”, totalizaron el 40% del electorado.

Son nada menos que 14 millones de personas, sólo de las habilitadas para votar, no del total de los argentinos, en cuyo caso serían más.

Cierta enciclopedia china

En la otra orilla de esta grieta silenciosa -la de los prosistema y los antisistema electoral-, de la que muy poco se habla porque incomoda al statu quo dominante, acampa la grieta más famosa, las más ruidosa, y a la vez más maniquea y tramposa. Aquella que el reduccionismo político denomina “oficialismo” y “oposición”.

¿Por qué maniquea y tramposa? Porque al contrario de la grieta entre electores convencidos y esperanzados (o arreados) y votantes (o no votantes) escépticos, que constituye una polarización real, tangible, mensurable, la división entre oficialismo y oposición es, mayormente, una fabulosa puesta en escena, donde pululan los tránsfugas que saltan de un lado al otro, los condescendientes que se acomodan en todos los gobiernos, y los que en campaña prometen una cosa y luego hacen lo contrario, o hacen nada.

Entre todos ellos componen la mayoría de la gesta gobernante. Las coherentes y sinceras excepciones, “los reales”, rara vez conducen.

Es tal la mayonesa, que se cocina por horas o años en un caldo de contradicciones indivisibles e imposibles de diferenciar.

Analicemos la taxidermia de los hechos, recordando uno de los ensayos filosóficos, acaso, más lúcidos de todos los tiempos: “Las palabras y las cosas” (1966), de Michael Foucault.

Su prefacio comienza: “Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento -al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía-, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro”.

El pensador francés ya nos anticipa la confusión que vamos a enfrentar al intentar encuadrar ciertos límites en la vida, según nuestras caprichosas definiciones.

En su inicio plantea una extensa discusión sobre una pintura de Diego Velázquez, “Las Meninas”, y su compleja disposición de las líneas de visión, el ocultamiento, y la apariencia.

Y prosigue en el prefacio, donde cita a Borges, quien a su vez cita: “cierta enciclopedia china”, donde está escrito que “los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador; b) embalsamados; c) amaestrados; d) lechones; e) sirenas; f) fabulosos; g) perros sueltos; h) incluidos en esta clasificación; i) que se agitan como locos; j) innumerables; k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello; l) etcétera; m) que acaban de romper el jarrón; n) que de lejos parecen moscas”.

Pasado en limpio, en esta lista hay solapamientos, contradicciones, ítems que incluyen a todos los otros (“incluidos en esta clasificación” o “etc”), y otros que nada tienen que ver con nada (“dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello”), pero que a su vez pueden ser todos.

“En el asombro de esta taxonomía, lo que se ve de golpe, lo que, por medio del apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto”, explica Foucault.

Por azar, “que de lejos parecen moscas”, es una de las mejores definiciones de un político que hemos leído.

Nuestras propias taxonomías

En línea foucaultiana, analicemos la taxonomía que conforma al “oficialismo”: peronistas ortodoxos, peronistas heterodoxos, peronistas escindidos y reincorporados, ex Montoneros, ex erpianos, ex FAR, kirchneristas, ex kirchneristas arrepentidos, camporistas, camporistas enfrentados con peronistas y con kirchneristas, radicales que se arrogan alfonsinistas, radicales anti PRO, radicales a la deriva, provincialistas independientes, independientes siempre en subasta, socialistas, izquierdistas desencantados con la izquierda, organizaciones sociales de izquierdas moderadas, trotskistas, antiperonistas, stalinistas, chavistas, castristas, nacionalistas de izquierda, nacionalistas de derecha, estatistas de todo el repertorio, innumerables, que acaban de romper el jarrón, y que se agitan como locos…

En la taxonomía “opositora”, una “cierta enciclopedia china” hubiera descripto: macristas, larretistas, PRO sin patrocinio, radicales verticalistas, radicales progresistas, radicales liberales, radicales que se arrogan alfonsinistas, peronistas ortodoxos, peronistas heterodoxos, peronistas desencantados, peronistas expulsados o huérfanos, coalicionistas cívicos, provincialistas independientes, independientes siempre en subasta, antiperonistas, socialistas, antisocialistas, organizaciones sociales no peronistas no kirchneristas y no izquierdistas, organizaciones sociales ex peronistas, izquierdistas antiperonistas y antikirchneristas, independientes que dejaron de serlo, nacionalistas de derecha, nacionalistas de izquierda, nacionalistas de centro, conservadores, liberales, neoliberales, libertarios, pertenecientes al Emperador, perros sueltos, embalsamados…

Obviamente, faltan decenas de subespecies (ecologistas, maoístas, proyanquis, antiyanquis, ruralistas, antiruralistas, indigenistas, terraplanistas…) en una taxonomía interminable que no entraría en las 400 páginas de “Las Palabras y las cosas”, ni en las 1.200 de la Biblia.

Conductas autodestructivas

“No son los animales “fabulosos” los que son imposibles, ya que están designados como tales, sino la escasa distancia en que están yuxtapuestos a los perros sueltos o a aquellos que de lejos parecen moscas. Lo que viola cualquier imaginación, cualquier pensamiento posible, es simplemente la serie alfabética (a, b, c, d) que liga con todas las demás a cada una de estas categorías. Por lo demás, no se trata de la extravagancia de los encuentros insólitos. Sabemos lo que hay de desconcertante en la proximidad de los extremos o, sencillamente, en la cercanía súbita de estas sin relación”, advierte Foucault, como si explicara política argentina.

Y agrega: “La monstruosidad que Borges hace circular por su enumeración consiste en que el espacio común del encuentro se halla él mismo en ruinas. Lo imposible no es la vecindad de las cosas, es el sitio mismo en el que podrían ser vecinas”.

Ese sitio mismo donde son imposibles puede ser un mismo gobierno o una oposición, repletos de seres fabulosos, de imposible convivencia, salvo con demagogia, empalagoso cinismo y negociados.

Si la mayoría siempre tiene razón (a través del voto), se entiende por qué en Argentina nunca nadie la tiene.

Y si los valores fundamentales derivan de esa misma razón entonces serán puestos a consideración del cambiante “espíritu de masas”.

Es así que el reconocimiento de la dignidad de toda persona, hoy más enunciados como derechos, cuando se pone en consideración de las mayorías cambiantes corremos el riesgo de generar una conducta autodestructiva, cada vez que esa masa se exprese en su contra.

Por esa razón los candidatos -de las mayorías polarizadas- no atan su discurso a nada concreto o bien prometen obras que jamás podrán cumplir. Vamos a terminar con el hambre, con la pobreza, con la inflación, con los impuestos distorsivos, vamos a hacer viviendas para todos, aumentar las jubilaciones y un largo etcétera.

2021, 2019, 2017, 2015, 2013, 2011, 2009, 2007... Oficialismo y oposición, alternados según el año, repitieron lo mismo y ocurrió exactamente lo contrario: estamos cada año peor que el anterior.

Porque los frentes electorales son como una carrera de ranas desordenadas en la que ninguno corre hacia la misma meta.

La demagogia, ya no sólo utilizada en el proselitismo para ganar elecciones, sino incluso para gobernar cada día, ha conseguido proscribir al pensamiento crítico, a la realidad, que ha sido pisoteada por la propaganda política fabularia.

En las últimas semanas el electorado se cansó de escuchar que los comicios de mañana son clave para el futuro del país.

Como en cada elección, seguro serán clave para el reparto de bancas, espacios de poder y dinero público.

Usted lector vaya a votar tranquilo mañana, por alguien o por nadie, o no vaya, según su pensamiento libre, pero más allá de su decisión esté seguro que será una verdadera fiesta de la demagocracia.

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