Ganar Tucumán, perder la Nación

Ganar Tucumán, perder la Nación

Ganar Tucumán, perder la Nación. Es la ecuación política del Frente de Todos; por convencimiento propio y también por anhelo de la oposición. De verificarse, habrá que observar los esquemas de poder que emergerán en ambos espacios, tanto provincial como nacional, y cómo se reacomodarán los dirigentes en función de los resultados finales, porque habrá victoriosos y derrotados, directos y colaterales. Gobierno y gobernabilidad serán aspectos a analizar por separado, porque los políticos estarán sometidos a un juego de intereses diferentes apuntando a 2023.

Frente a un poder central que soporta una crisis interna de identidad peronista y frente al drama económico y social que tiene que enfrentar el oficialismo, ¿hasta dónde la oposición será garantía de gobernabilidad sin que ello signifique facilitarle al Gobierno la posibilidad de renovar fuerzas de cara a los próximos dos años? Han festejado en las PASO y quieren celebrar un nuevo triunfo dentro de ocho días, cual si fuera el inicio del fin del Frente de Todos, el hito fundante del regreso al poder de Cambiemos, ahora Juntos por el Cambio, en 2023.

Colaborar, sí, hasta al enemigo se lo respeta, pero hasta cierto límite político y en el marco de asegurar la institucionalidad. Hasta ahí nomás, hasta la puerta: al cementerio que entren solos. El peligro es que reflote el fantasma del 2001 y que ponga a todos en una misma línea de flotación. La oposición tiene más motivos para sonreír por anticipado; es que nada, ninguna encuesta dice que vaya a modificarse el resultado de las primarias. El clima que vive es de optimismo, no le concede margen al oficialismo para revertir el resultado del 12 de septiembre. Sería toda una sorpresa, y desagradable para ellos. Alterar la composición y el equilibrio de fuerzas en el Congreso es un primer paso, no tanto en la Cámara Baja, como sí asestarle un golpe político a Cristina en el Senado sacándole la mayoría propia, a ella más que al oficialismo. A la que les ganó en 2019. Por la revancha.

Después vendrá definir el rol de la oposición en la gestión, que se dará en medio de una lucha interna para resolver quién liderará la coalición en los tiempos por venir, si alguien del PRO o si alguno de la UCR: Rodríguez Larreta, Macri de nuevo, Bullrich, Morales, Cornejo o Manes. Un esquema de poder comenzará a dibujarse en este espacio después de los comicios; lo mismo que en el oficialismo, que gobierna con fuertes tensiones internas producto de la ausencia de un liderazgo aglutinante a nivel nacional en el peronismo. Eso deberá construirse.

Ambos espacios deberán sortear procesos similares de reacomodamientos internos, uno gobernando y el otro asegurando la gobernabilidad. En un país agrietado, donde cualquier tema insignificante divide -a falta de padecimientos económicos y sociales-, el desarrollo de los dos procesos políticos, paralelos y conflictivos, puede complicar la vida institucional de la Argentina.

En ese marco, el resultado del 14 es clave para el oficialismo y para la oposición: ganar y cómo o perder y cómo, definirá qué rumbos deberá tomar cada uno en el plano nacional. Habrá consolidaciones, resurgimientos, fracasos, grandes ganadores y perdedores, hasta posibles renunciamientos y pasos al costado.

En Tucumán habrá que hilar más fino a la hora de procesar y de analizar los resultados para vislumbrar los esquemas de poder que pueden derivar de la elección intermedia, porque en la provincia también tienen que resolverse los protagonismos políticos de cara al 23. Los números pueden alimentar la aparición de posibles nuevas sociedades. O la disolución de otras. Lo único seguro en la oposición tucumana es que los macristas son los menos y que Alfaro cerró con el jefe de Gobierno de la CABA.

En el oficialismo tucumano no hay nada seguro por ahora, simplemente hay una sociedad política que renovó votos por obligación y cuyo futuro dependerá también de lo que digan las urnas a nivel nacional. Más bien de lo que suceda con Manzur en el gabinete. Si es que sigue o si abandona la jefatura de gabinete. Y si va eventualmente al Senado. Es una posibilidad.

O bien si no desea desaprovechar sus amplios contactos en el peronismo, el mundo empresarial y el plano internacional para hacerse de un espacio de poder en el PJ. Constituiría una apuesta mayúscula en el marco de un proceso que será inevitable para los compañeros: resolver la crisis de liderazgos interna, que no es sólo propia del Frente de Todos, sino que también alcanza a toda la clase política. Es decir, tendrán que armarse nuevos esquemas de poder, y la elección se presenta como un trampolín a tal fin. Para Manzur regresar a Tucumán puede significarle un retroceso político en cuanto a hacerse de un lugar en la mesa chica del justicialismo nacional, además de que debería retomar la disputa por la conducción interna del peronismo con su vicegobernador. A las patadas de nuevo.

Volver, reflotar el manzurismo y dividir al PJ. Es una alternativa. No regresar, acordar con Jaldo y unir al PJ. Otra alternativa. Dirigente de pago chico o referente en el plano nacional. Sólo él puede dar la respuesta, según sus íntimas convicciones y personales aspiraciones.

Alberto Fernández es insostenible para la reelección. Apuntalar su gestión no es lo mismo que proponerlo para otro mandato. Le dieron todas las herramientas posibles para estructurar el albertismo, pero prefirió ser otro Parrilli. Es él quien abre las puertas para que el resto del peronismo sueñe con otro emergente, algún líder nuevo que pueda concentrar las adhesiones del movimiento más allá de jefaturas sectoriales.

¿Manzur querrá que se produzca ese proceso? Y más que nada, ¿querrá ser protagonista del reacomodamiento del tablero partidario? Si le pone el cuerpo a esa empresa, el efecto provincial será la consolidación del jaldismo en el PJ, por más pactos secretos que posiblemente haya anudado la dupla gubernamental, como lo sería haber cerrado la fórmula para el 23, según se comenta en los cafés políticos. Nada es cierto, todo es posible.

Las circunstancias sorpresivas derivadas de las PASO, como fueron los cambios de funciones en la órbita nacional como en la provincial, puso al vicegobernador en la obligación inmediata de demostrar que -como lo dijo en la campaña- él no es lo mismo que Manzur, que son diferentes. Ya tuvo que dar muestras de ello pensando más que nada en los comicios, como lo fueron la salida de Maley del gabinete, el apuro por concretar obras -pasando más rápido de los convenios a los hechos- y el freno al pago de subsidios que Manzur había dispuesto antes de las internas abiertas.

Acciones surgidas a la sombre de la necesidad de reconciliarse con la sociedad más que con el peronismo, que entiende estos códigos de convivencia interna, pese a que aún haya heridas sin cerrar de este trámite electoral.

Si Manzur finalmente opta por hacer una carrera política nacional, ¿Jaldo respirará aliviado pensando en sucederse a sí mismo en el 23? O bien: ¿aparecerá algún manzurista díscolo dispuesto a disputarle el liderazgo? Si a Manzur le apareció un Jaldo, ¡cómo al tranqueño no puede aparecerle un competidor! Y hasta alentado por el propio jefe de Gabinete. Las disputas por el poder tienen raras formas de manifestarse, y nadie quiere perder las cuotapartes conseguidas.

La misión del tranqueño no parece sencilla en ese marco: debe acordar con Manzur, unir a los peronistas y mostrar a la sociedad que tiene su propio perfil como gobernante en estos dos años de gestión para que lo acompañen en el 23. Y en medio de la crisis. Un elemento a explotar son los casi $ 50.000 millones en obras que están acordadas con la Nación y que pueden ser una buena base para consolidarse, siempre y cuando se pase de la promesa a la realidad. La obra pública fue preponderante para la reelección de Alperovich en 2007 por su buena sintonía con el poder central. Jaldo ahora tiene a Manzur. Y si se queda en la Rosada, mejor. Ninguno de ellos, cada uno en función de sus propios intereses, puede desaprovechar la ocasión de este matrimonio por conveniencia.

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