Cartas de lectores IV: sefaradíes

Cartas de lectores IV: sefaradíes

23 Agosto 2021

“Maimónides, Benjamín de Tudela, Sem Tob de Carrión, Yosef Caro, Isaac Luria, Albert Memmi, Baruj Espinosa, Benjamín Disraeli, Emile Benveniste, Pierre Mendes France, Elías Canetti, Albert Cohen, Primo Levi, Amadeo Modigliani, Isaac Abravanel”. ¿Qué tienen en común estas destacadas personalidades del ámbito artístico, científico, político y religioso? La respuesta es que pertenecen al legado sefaradí, entre otros muchos destacados; así como también comparten el acervo Santa Teresa de Jesús (Sánchez de Cepeda y Ahumada), que era nieta de sefaradíes conversos, doctora de la Iglesia, religiosa, escritora y poetisa. Lo eran San Juan de la Cruz, Antonio de Nebrija, Fernando de Rojas, Luis Vives, Fray Bartolomé de las Casas, el padre Francisco de Vitoria, el beato Juan de Ávila, Fray Luis de León, Benito Arias Montano, bibliotecario y capellán de Felipe II, Alonso de Ercilla… descendían de sefaradíes. Los sefaradíes, “habitantes de Sefarad” como llamaron a España y que denominaron al río Ivri (hebreo) o Ebro. La primera referencia concreta al respecto aparece en la Torá, en Ovadías 1-20: “y los cautivos de Jerusalem que están en Sefarad poseerán las ciudades de Neguev”. Sefarad es identificada como Ispania o Península Ibérica en los comentarios rabínicos de la Edad Media. En 1492, bajo el reinado de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, se hizo público el Edicto de Expulsión de los Judíos de España, el que continuó vigente hasta 1968. En el decreto se les otorgaba un plazo de cuatro meses para abandonar su país. Más de 250.000 exiliados se dispersaron por la cuenca del Mediterráneo, principalmente en el vasto Imperio Otomano, en busca de un nuevo hogar. De todos ellos, ninguno preservó tanto el espíritu y las costumbres de su añorada Sefarad como Salónica. Esta capital llegó a ser por momentos la segunda metrópolis más importante del Imperio Otomano, gracias en buena medida, a esos exiliados. Los sultanes, de hecho recibieron a los sefaradíes con los brazos abiertos. No entendían que España se desprendiera con tanta facilidad de este preciado capital humano. Solimán el Magnífico llegó a comentar que “se maravillaba de que hubiesen echado a los judíos de Castilla, pues era echar riqueza”. Fue una jugada magistral. Los judíos enseñaron a fabricar a los otomanos de arcabuces a artillería pesada. También crearon imprentas, las primeras del Imperio. Una minoría de traductores, médicos y banqueros judíos prestaban servicio al propio sultán. Un par de cifras: en el gueto de Barón Hirsch se contabilizaron en torno a 56.000 judíos en febrero de 1943. Al cabo de la guerra no quedaban más de 2.000 en toda la ciudad; ya que fueron enviados por el nazismo a los campos de Auschwitz-Birkenau. En lo referente a la inmigración en Argentina, pueden distinguirse cuatro grupos en la población sefaradí: los provenientes de la ciudad siria de Damasco, los que vienen de la ciudad de Alepo, los que arribaron desde el sudeste europeo (países balcánicos, Grecia, Rodas, Turquía, Yugoslavia) y los provenientes de Marruecos. En sentido estricto, todos provenían del Imperio Otomano. Por esa razón, y debido a sus costumbres y vestimentas, eran considerados en Argentina como turcos. Alepo fue cuna de enormes jazanim (cantantes litúrgícos), que luego fueron muy solicitados en las sinagogas europeas, según lo manifiesta Nissim Elnecave en su libro “Los hijos de Ibero Franconia”. Los sefaradíes comenzaron en Argentina como vendedores ambulantes. A partir de la década del cuarenta fueron ascendiendo socialmente hasta insertarse en la clase media. Los ramos en los cuales predominaron, sobre todo los provenientes de Siria, fueron los de mercerías y los textiles en general, ya que muchos estaban vinculados a esta industria antes de arribar a nuestro país. En nuestro medio es importante el desarrollo de esta pujante comunidad, nucleados en la Asociación Israelita Sefaradí, que recientemente celebró el centenario de su fundación.

Jaime Ventura Galante
 

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