Sobredosis de TV
Lionel Messi, en Barcelona. Lionel Messi, en Barcelona.

Pocas veces creo que nos hemos vuelto tan teledependientes con el deporte. Porque la pandemia fuerza encierros por un lado y, por otro, aprieta calendarios. Tenemos partidos a toda hora. Y para todos los gustos. Con o sin pandemia, sigo habitualmente dos nombres en los fines de semana: Marcelo Bielsa y Lionel Messi. Digo Bielsa, y no Leeds, porque me sucedía lo mismo cuando el DT argentino dirigía al Athletic Bilbao o al Olympique de Marsella, por ejemplo. Y digo Messi y no Barcelona porque este equipo catalán sigue estando lejísimos de la orquesta que dirigía Pep Guardiola, pero Messi, aún menos eléctrico por el paso de los años, sigue siendo Messi.  

Bielsa está cerrando una nueva temporada en su permanencia récord en Leeds de un modo sorprendente para sus críticos, que tendrán que revisar aquello de que el “Loco” exprime tanto a sus jugadores que estos, inevitablemente, se terminan cayendo a pedazos. Eso sí, Leeds regula más. Acepta el golpe por golpe solo cuando el partido lo ordena. En la primera rueda, tuvo partidos que parecían de potrero, del que “gana el que llega primero hasta 10”. Palo y palo. Pero ya no es así desde hace algunos meses. Y ayer, en el triunfo 3-1 contra un Tottenham en crisis, pero que busca un boleto a copas europeas, Leeds jugó uno de sus mejores partidos. Leeds cierra como uno de los mejores equipos ascendidos de las cinco principales Ligas de Europa y demostró que se pueden recibir muchos goles, pero no por eso estar entre los últimos. Y una más: Bielsa salió ayer con la misma formación que venía de una pobre derrota contra el más modesto Brighton. Una formación algo sorprendente. La mantuvo. Algo le vio en las prácticas. Suele criticarse su tozudez. Pero él suele tener razón.  

Pocas veces me sucedió que Bielsa y Messi jugaran uno después del otro. Así fue ayer. Y si Leeds es un equipo que, bien o mal, sabe a qué juega, el Barcelona versión DT holandés Ronald Koeman confirmó ayer que todavía es un equipo en formación. Ayer se jugaba el título de Liga. Y era local en el Camp Nou. Pero venía de sufrir en sus últimos duelos directos contra rivales supuestamente superiores. Y acaso por eso jugó con miedo a perder y fue dominado por el Atlético Madrid de Diego Simeone, que lidera con dos puntos de ventaja a tres fechas del final (hoy jugaba Real Madrid). Al Barca no le sirvió siquiera un Messi enchufado dentro y fuera de la cancha. Hasta organizó un asado en su casa para unir al plantel días antes del duelo decisivo. Y ayer se lo vio empeñoso y casi anota un gol de sus mejores épocas, esos eslaloms eludiendo rivales de derecha a izquierda. El empate sin goles deja ahora a Barcelona en completa dependencia de lo que hagan Atlético y Real Madrid. La irregularidad es grande. Todo sigue abierto. Eso sí, ver tan cercanos un partido y otro (Leeds vs Tottenham y Barcelona vs Atlético) sirvió para advertir por qué razón la Premier League clasificó a tres de los cuatro finalistas de copas europeas contra uno de España (Manchester City-Chelsea en la Champions y Manchester United-Villarreal en Liga de Europa). La Premier juega a otra velocidad. Fútbol físico, pero de precisión.

Tenemos partidos decisivos de Ligas y de copas. Y lo mismo en Sudamérica. La Libertadores y la Sudamericana juegan a toda hora. Lo hacen en medio de un rebrote espantoso de pandemia. Con calendarios que exprimen físicos y lastiman jugadores. Y también en medio de crisis sociales. A la Conmebol le estalló antes de la pandemia la explosión social en Chile que obligó a mudar a Lima la final de la Libertadores que Flamengo le ganó a River (ya había mudado antes a Madrid la final River-Boca). Y le estalla ahora la crisis de Colombia, que obligó a mudar partidos a Paraguay y Ecuador. Y que pone bajo cuestionamiento la condición de Colombia como co-organizador de la Copa América. Una semana antes, en Colombia casi habían desafiado a la Argentina cuando aquí se puso en duda la organización de la Copa América a raíz de los números dramáticos de la pandemia. Ahora esa duda se traslada a Colombia. Y no por la pandemia (que también azota), sino por una explosión que mezcó hastío por la crisis de tanto encierro pero también contra un gobierno que eligió reprimir antes que dialogar.  

La Conmebol surfea como puede. Creyó que la provisión de cincuenta mil vacunas chinas serían un bálsamo para calmar tanta incertidumbre. Brasil, justamente el Brasil del presidente Jair Bolsonaro que está bajo juicio por su desprecio a la salud, ya avisó que si las vacunas de la Conmebol ingresan a su país se las dará a población de riesgo y no a futbolistas jóvenes y saludables. Querer jugar como si nada sucediera, solo porque hay contratos de TV y se precisa el dinero, puede tener una lógica cuando se habla solo de negocios. Tanta decisión firme y obstinada, sin embargo, puede convertirse en un búmeran cuando muere tanta gente. Unos por la pandemia. Otros por las balas de la policía.

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