Chacho Matthews: "La física y la literatura son buenas amigas mías"

Chacho Matthews: "La física y la literatura son buenas amigas mías"

El escritor e investigador que se formó en la UNT, acaba de editar el libro de cuentos “Ya no pasan más los trenes por Perico”. Lo intelectual.

Chacho Matthews: La física y la literatura son buenas amigas mías

Un amor tripartito corre por sus venas. Un rito de iniciación selvático es el responsable de que lea y de algún modo, escriba. Un murmullo de fábrica azucarera merodea seguramente sus insomnios, desde su juventud. “Mi padre me motivó a leer. Casi al terminar el primario me regaló ‘Tarzán de los Monos’, de Edgar Rice Burroughs. La etapa universitaria fue muy importante porque además de la matemática y la física, el contexto nos imbuía en otros saberes y sentires. Recuerdo muy bien cuando el flaco Juan Carlos Ceballos trajo al Instituto de Física la primera edición de ‘Cien años de soledad’, a mí me dio vuelta la cabeza y los Buendía comenzaron a mezclarse con Newton, Einstein y -el que me apasionaba- Heisenberg y su ‘Principio de incerteza’ que, para mí, es realismo mágico”, cuenta Chacho Matthews, escritor, licenciado en Física, docente e investigador, que vio la luz en Ingenio Ledesma (Jujuy), se formó universitariamente en Tucumán y vive en Salta. Acaba de sacar del horno el libro de cuentos “Ya no pasan más los trenes por Perico”.

-¿Cómo te involucrás con la escritura? ¿Comenzaste a escribir en la adultez?

-Sistemáticamente comencé de adulto, pero en la escuela primaria y en la Escuela Industrial de Córdoba escribí dos composiciones que llamaron mucho la atención. Me gustaba escribir piezas cortas.

-¿Cómo desembarcaste en Tucumán? ¿Cómo era del ambiente cultural?

-Desde el 52 al 55 viví en La Trinidad, Lastenia y La Corona, cuando mi viejo trabajó en esos ingenios. El que más influyó en mí fue Trinidad, que como caja de Pandora se abrió y me mostró otro mundo. Muchos de los cuentos de “El olor de la vida”, surgen de mis recuerdos en ese ingenio y del maravilloso pueblo que es la Villa de Medinas. Desde el 64 al 88 fue, por elección propia, cuando decidí estudiar ingeniería en la UNT. En ese entonces, todo Tucumán era cultural: la Universidad, el teatro Alberdi, el Septiembre Musical, el Alto de la Lechuza, ¡La Cosechera! Noches interminables donde se discutía hasta del sexo de los ángeles, esperando la salida de LA GACETA. A la casa de la calle San Luis la describo en un cuento (y no hay manera de hacerlo que no sea con el realismo mágico). O mi casa de la calle Jujuy, donde se escribían poemas en las paredes. Llegados los tiempos malditos tuve que blanquearlas y pintar el tanque de agua de celeste y blanco.

-¿Con quiénes te relacionaste entonces?

-Con seres que fueron y son mis referentes, aunque seguramente cometeré algún injusto olvido. El principal referente es el Pepe Núñez, no puedo obviar al Pato Gentilini y su Huayna Sumaj. O al Sexteto Tucumán. Entre mis pares, el Coco Quintero y el flaco Juan Falú. Un ámbito importante fue el restaurante Lisandro, que nos cobijó el paladar y el alma, pero esto ya fue del 93 al 99. En total, fueron 35 años. Mi ida de Tucumán en el 88 fue debido a algo muy triste. Narro los hechos, por supuesto que es mi eiségesis, en el cuento “De cuando estuve loco”.

-¿De qué hablan tus relatos? ¿Son vivencias personales? ¿Tienen tono realista o se acercan al realismo mágico?

-Son cuentos fruto de mi interacción social. Hay de los dos y ambos tienen un sustrato histórico y real, pero, como habitante de la provincia del Tucumán, con juríes y diaguitas, transito por lo mágico. Pedes in terra ad sidera visus.

-¿Qué escritores te vuelan la cabeza? ¿Cómo conciliás la física con la literatura?

-Los que más influenciaron fueron folcloristas. En primer lugar, el Pepe Núñez, Castilla, Nella Castro, “Perecito”… De los escritores, en primer lugar, el Gabo García Márquez. A Borges lo estudio con frecuencia. En poesía, leo al vertical Juarroz y me deleito con “Ítaca”, de Konstantino Kavafis. Los libros que regreso siempre son: “Cien años de soledad”, “La guerra del fin del mundo” -del primer Vargas Llosa-, la edición de René Khawam de “Las mil y una noches”. Leo bastante historia y curioseo por la filosofía. José Pablo Feinmann es un autor al que sigo. Mi primer cuento fue “Maturana”, donde el referí hace un gol de cabeza para el Sportivo Trinidad, del cual todavía soy hincha. Allí me pregunté, ¿cómo se hace para escribir cuentos? ¿Dónde están los papers? Y así comencé buscando y estudiando, hasta que llegué al libro “El olor de la vida” que ganó el premio Benito Crivelli. Esto se lo debo a la formación crítica que me dio la Universidad Nacional de Tucumán, que me proporcionó los elementos para desempeñarme en la física y en literatura, e indagar en forma autónoma cómo se escribe un cuento. Por último, no concilio la física con la literatura, conviven en mí como buenas amigas.

PERFIL

Nació en el Ingenio Ledesma (Jujuy) el 23 de noviembre de 1944. Estudió en escuelas del Ingenio San Martín del Tabacal (Salta), La Mendieta (Jujuy), La Trinidad, Lastenia, Concepción y en la ciudad de Córdoba. En la Escuela de Educación Técnica Ing. Carlos Cassaffousth de Córdoba se recibió de técnico mecánico y en el Instituto de Física, de la Universidad Nacional de Tucumán, de licenciado en Física. Trabajó como docente e investigador en las universidades nacionales de Tucumán, Catamarca y Salta. Ganó el concurso literario Benito Crivelli, género cuento, en Salta, con la obra “El olor de la vida”. Recibió una mención especial en el primer certamen literario de narrativa de Mundo Editorial y el programa radial “Capítulo Uno”, por el cuento “La ciudad y sus duendes”. Publica periódicamente cuentos y poemas en la revista “El pájaro cultural”, de Salta.

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